Confinados por cuenta propia en nuestros hogares, o por cuenta de las ya tan cotidianas como planetarias medidas de aislamiento social, los humanos añoramos, cual sueños prometidos, los antiguos sonidos, colores, sabores y formas de la vida. Con tal ansiedad lo hacemos, que nos atreveríamos hasta suplicar ahora por las inoportunas y molestas estridencias que antes atormentaban la existencia.
Tanto y tan rápido nos hemos replegado la mayoría de los terrícolas a las cuatro paredes de nuestras viviendas —se afirma que más de la mitad de la población mundial—, que ya algunos medios muestran las imágenes alucinantes de cómo los animales se adueñan de nuestros antiguos espacios sociales.
La pandemia del coronavirus provoca que los humanos vivamos en soledad y los animales lo comiencen a hacer en sociedad. Enterados rápidamente de nuestro encierro —quién sabe por cuál tecnología de la información y la comunicación—, las especies que antes se escondían del mayor depredador mundial en las más recónditas cavidades, en los montes y las selvas, comenzaron su mudanza a las ciudades. Los estrepitosos ruidos de la modernidad son sustituidos por los fulgurantes y diversos sonidos de la naturaleza.
La plataforma BBC Mundo mostraba, en un reportaje fotográfico reciente, el testimonio de cómo, sin corredores, comisionistas o intermediarios que lo faciliten, va creciendo esta rara permuta del mundo natural al urbano, que quedará como uno de los testimonios más conmovedores de la forma en que esta especie bendecida, en un planeta oxigenado y hermoso en medio de la galaxia, puede ser golpeada dramáticamente si no cambia sus modelos de relación y de convivencia.
En la plataforma podía verse a los ciervos formando parte del paisaje de la ciudad de Nara, en Japón. En India, donde se decretó el mayor confinamiento internacional —de 1 300 millones de personas durante 21 días y por ahora—, las vacas, los caballos y los monos pasean por las avenidas con la ligereza y la gracia de los Tata motors, una de las principales marcas de autos de esa nación.
En la poética, dulce, amorosa y acuática de Venecia las románticas góndolas fueron sustituidas por el navegar cadencioso e inocente de los patos, mientras las arterias de Santiago de Chile, que hace unos meses se agitaban con grandes manifestaciones políticas, se sorprenden hoy con algunos visitantes, tampoco tan mansos, como los pumas. Lo mismo puede verse en la urbe israelí de Haifa, donde los jabalíes se mueven a sus anchas, con las cabras en el Reino Unido, o con las peligrosas y repulsivas ratas en numerosas metrópolis.
Como bien nos divierten algunos de los numerosos memes que hacen el pan humorístico en medio de la pandemia, si antes éramos los de la cima darwinista de la especie los que salíamos a darnos el placer de divisar algún animalillo silvestre, ahora son estos quienes vienen a mirarnos en nuestros refugios acristalados.
Y lo más curioso es que este cambio de papeles es, hasta hoy, como advierten desde científicos y médicos renombrados, ejecutivos de la Organización Mundial de la Salud, políticos con un mínimo de sentido común, y no con el más mínimo de los sentidos —de los cuales no faltan tampoco en la Vía láctea—, el remedio más eficaz y universal para poder frenar la dramática expansión y los efectos de la pandemia.
En Cubita la Bella, donde no faltan algunos que, pese a todas las singularísimas prevenciones oficiales y no adoptadas, se la juegan intentando hacer el papel de los «animalillos» de esta historia, y no precisamente porque vengan de retorno oportunista del mundo natural —entre juergas, indisciplinas y despistes—, debemos seguir insistiendo en que el mayor riesgo de saltarnos por sobre las muy claras barreras de protección está en que un día amanezcamos acostados detrás de un doloroso e inesperado cristal, ya no precisamente el que permite deleitarnos con los colores del mundo.
Toda medida es poca en el país para favorecer el aislamiento social cuando la amenaza de contagio se eleva peligrosamente y estamos en fase de transmisión autóctona limitada. Sacudidos por la mezquina impiedad de los enemigos históricos de la nación cubana, es en la peculiar estructura económica y social fundada por la Revolución, en esa que llega —hasta en la repartición de los panes y los peces— de manera protectora, justiciera y solidaria hasta el último ciudadano, donde está nuestro mejor antivirus.
Cuidarse y cuidar es hacer que nuestro universo, el de todos, remonte la curva de esta pandemia mucho más dispuesto a saborear, ojalá que en toda su armonía, los esplendorosos deleites de la vida.