El ser humano, como definiera Aristóteles, es un animal político; por eso insisto nuevamente en la necesidad de martillar nuestras conciencias para movilizarnos contra los ataques de ese poder dadivoso y engañoso que, a simple vista, no se ve: la guerra cultural y simbólica del imperialismo a escala global.
No debe olvidarse que después de la 2da. Guerra Mundial, al iniciarse la llamada Guerra Fría, Estados Unidos se plantearon la necesidad de derrocar al comunismo en todo el mundo y en cualquiera de sus manifestaciones. En esta guerra el arquetipo esencial no era económico ni militar, y ni siquiera estrictamente político, era y sigue siendo una batalla por la conquista de las mentes humanas, una conflagración de ideas, una guerra cultural.
Estados Unidos ejerce, junto a la supremacía militar, diplomática, económica y tecnológica, una influencia en lo cultural e ideológico, lo que el filósofo italiano Antonio Gramsci denominó «hegemonía ideológica». Ese país tiene un dominio de lo simbólico, lo que les permite entonces ejercer lo que Marx Weber llamó la «dominación carismática». La dominación no solo se logra por la supremacía de la fuerza, sino por el control de las mentes y los corazones, del pensamiento y de los sentimientos. El verdadero poder de las élites dominantes se apoya en la hegemonía cultural, y esto es más fácil de lograr si el dominado no tiene conciencia de ello; si incluso siente placer, es «encantado», seducido, con las acciones para tal control. De ahí la importancia de esa influencia —y si es inadvertida, mejor—, de la sugestión cultural, para lograr domesticar las almas, hacerlas dóciles y luego esclavizarlas.
Uno de los más notables ideólogos del imperialismo, Zbigniew Brezezinski, en su obra El gran tablero mundial, define los cuatro ámbitos decisivos del poder global estadounidense: militar, económico, tecnológico y cultural. Respecto a este último, refiere que disfruta de «un atractivo que no tiene rival, especialmente entre la juventud mundial». Y añadía: «La dominación cultural ha sido una faceta infravalorada del poder global estadounidense. Piénsese lo que se piense acerca de sus valores estéticos, la cultura de masas estadounidense ejerce un atractivo magnético, especialmente sobre la juventud del planeta».
Es una guerra de alcance global, que pretende impedir la formación de una voluntad, de sentimientos, de ideas antihegemónicas, opuestas a la dominación. El objetivo de la guerra es dominar el mundo de la conciencia de los seres humanos, el olvido del pasado y la clausura del futuro, la eliminación de la memoria y los proyectos, la trivialización de todo, la «estupidización» de los hombres y mujeres, la exaltación del determinismo económico más grosero, la «cosificación» del mundo espiritual, el culto al tener por sobre la cultura del ser. Todo esto tiene como gestor, promotor y principal ejecutor al denominado «imperialismo cultural».
Joseph Nye, uno de los experimentados tanques pensantes del imperio, sostiene que el poderío de su país en el escenario mundial no se funda en su arsenal nuclear ni en sus bases misilísticas, sino en la fuerza de atracción de su sistema político, el encanto de su cultura, su liderazgo en la ciencia, los deportes, la música, la cinematografía y otras áreas que no tienen que ver con lo puramente militar. Lo importante, más que coaccionar, es absorber a las víctimas.
La guerra cultural y los modelos de vida consumistas del imperio impactan diariamente en las conciencias de miles de personas en todo el orbe. La batalla sigue radicando en no ser vencidos por el fetichismo consumista del capitalismo, que sutilmente despliega esa hegemonía espléndida.