Nuestra Asamblea Nacional aprobó recientemente la Ley sobre el uso del nombre y la figura del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y nos aprestamos a cumplir su letra y espíritu.
Al principio, luego de conocerse en palabras de Raúl la voluntad póstuma del Comandante en Jefe, líder histórico y eterno de la Revolución Cubana, de no permitir bajo ningún concepto que al morir se erigieran monumentos a su memoria, se utilizara su nombre para designar calles, centros u otras formas que pudieran conllevar la idea del culto a su personalidad, en la inmensa mayoría de los cubanos y de amigos solidarios del mundo sobrevino un sentimiento de contrariedad.
Al contemplar tanta alabanza y pompa en el mundo de hoy, lleno de hipocresía y desigualdad, donde quienes menos hacen por el ser humano y más «aportan» para que el planeta esté patas arriba y abocado a desaparecer, son los que pretenden erigirse en símbolo, en modelos; e incluso llegan a ponerles sus nombres a las estrellas, nos preguntamos: ¿Cómo cumplir con Fidel? ¿Cómo entender esa última orden moral?
Él, que al decir del Che tenía (y tiene) toda la autoridad moral para exigirnos más, ratificó sus principios martianos y marxistas al rechazar honores y reconocimientos y nos inculcó que lo principal son las ideas en las que se cree y los valores revolucionarios que las defienden.
Una Cuba eternamente libre, soberana, independiente, socialista y solidaria es el mayor monumento a Fidel. Un pueblo unido y la existencia de un único Partido, comunista y de vanguardia, son sus pilares fundamentales.
Fidel está en toda Cuba y descansa en Santa Ifigenia, muy cerca de Martí y de sus hermanos de lucha en el Moncada, el Granma, la Sierra Maestra, la lucha clandestina y de las gloriosas misiones internacionalistas.
En esa piedra que seguimos creyendo modesta, y que se asemeja a un grano de maíz, están sus restos. Esa piedra guarda toda la gloria del mundo.