La muerte de un ser humano es definitivamente imposible de evitar, más tarde o más temprano nos llega a todos, pero a pesar de que conocemos su inevitabilidad, siempre que llega la de un familiar o un amigo querido nos cuesta trabajo el aceptarla.
Ha muerto en La Habana Luis Báez y su deceso me ha conmovido. Luis era mi amigo, era de esos amigos íntimos que uno llega a querer como, o en algunas ocasiones más, que a un hermano. En diferentes ocasiones me demostró que lo que yo sentía por él era recíproco. Llegaba yo a Cuba, e inmediatamente lo llamaba por teléfono para anunciarle que allí estaba. Sé que Luis tenía mucha gente que no lo quería bien, pero sé también que lo contrario era cierto. En varias ocasiones lo defendí ante otras personas y a todo el que me quiso oír le afirmé de mi aprecio y mi cariño por ese periodista sagaz, polémico y muchas veces controversial que era Luis Báez Hernández.
Nadie es una onza de oro para caerle bien a todo el mundo, y Luis, como todos nosotros, tenía defectos y virtudes, pero el que esté limpio de polvo que tire la primera piedra. No quiero pasar por alto la habilidad nata que poseía Luis para producir libros. No sé el número exacto de los que publicó, pero creo tener un gran número de ellos, en mi casa de Miami, dedicados por él. Son libros amenos, informativos e interesantes en los que, en la mayor parte de las veces, le logró sacar intimidades a muchos personajes públicos que se hubieran quedado en el olvido. Luis sabía buscar a la persona y después sabía sacar lo más interesante que esa persona tenía dentro de sí. Muchas veces bromeaba con él sobre el número de sus publicaciones y lo comparaba con diferentes autores prolíferos en la producción de libros.
Como paradoja del destino, el sábado pasado me mandó su último libro con un amigo común que regresó de Cuba e, increíblemente, la noche del domingo, durante las mismas horas en las que él fallecía en La Habana, lo comencé a leer en Miami. Es el libro sobre una entrevista al sacerdote Carlos Manuel de Céspedes, en el que este le cuenta sobre su vida y su relación con los dirigentes de la Revolución Cubana. Así es que, mientras mi amigo exhalaba su último suspiro en La Habana, yo comenzaba a leer su último libro en Miami.
He escrito estas letras con lágrimas en mis ojos porque quiero dejar constancia a los que lo querían o no de lo que yo sentía por un hombre que fue mi amigo ejemplar, con el que siempre hablaba de lo divino y de lo humano, de lo que quería a Cuba y a su pueblo, un hombre que fue siempre un gran revolucionario cubano, que me hablaba de lo que admiraba al líder de la Revolución y me contaba de la estrecha relación que siempre tuvo con él acompañándolo en sus viajes por el mundo.
Siempre es sumamente triste cuando un amigo se va. Que descanse en paz para siempre, mi amigo Luis Báez.