Desde el despliegue de los primeros observadores de Naciones Unidas en Siria, las grandes potencias (Estados Unidos y Francia a la cabeza) y sus pajes del golfo Pérsico condenaron esta iniciativa al fracaso. Cuando apenas el número de veedores —hoy 270— no llegaba a una docena, ni tampoco habían visitado todas las ciudades necesarias para formarse una idea de lo que realmente ocurre en ese país, los enemigos de Damasco apostaron a insuflar aún más la inestabilidad. Todo porque el Gobierno daba señales de cooperar con una salida política a la crisis para evitar la intervención extranjera, y el resultado de ese proceso sería el fortalecimiento de un Estado nacionalista. Eso no es lo que quiere Occidente.
Por eso, lejos de apoyar verdaderamente el proceso, prometieron más apoyo monetario y logístico a las bandas armadas que se enfrentan a las fuerzas gubernamentales, mientras jugaban a la diplomacia diciendo respaldar la estrategia del ex secretario general de la ONU, Kofi Annan.
Días después del despliegue de los primeros observadores, desde Washington y las capitales europeas comenzaron a llover las inculpaciones —solo al Gobierno sirio— por violar el alto al fuego, uno de los puntos esenciales del plan de paz de Annan, junto al proceso de diálogo. Pero ninguna de las acusaciones en este sentido señaló a los grupos armados.
Hoy, cuando la ONU tiene desplegados casi 300 observadores en el terreno, Arabia Saudita, incapaz de jugar una ficha que afecte a su fiel aliado, Estados Unidos, dice ver «mermada» la confianza en la misión de Annan. Esto lo expresó su canciller, Al Faisal, en un foro del Consejo de Cooperación del Golfo: un grupo de seis monarquías que no pueden dar lecciones de democracia, y que timonea la Liga Árabe en su política antisiria.
Esta ponzoña la lanza el jefe de la diplomacia saudita después que el propio emisario de la ONU y de la Liga Árabe para Siria, aseverara que ha habido avances en la materialización de su trabajo mediador. Es la misma actitud que asumió Occidente veedores de la Liga Árabe no pudieron corroborar una realidad conveniente a los intereses norteamericanos y europeos.
De manera muy sospechosa, la petrodictadura saudita y los aliados occidentales insisten en el supuesto fracaso de la misión de Annan, justo en la medida en que los observadores hablan de la cooperación de las autoridades de Damasco para facilitar su trabajo y de comprometimiento con el plan, al tiempo que ellos también sufren en carne propia los ataques de los grupos armados.
A inicios de esta semana, el jefe de la misión de la ONU, el general noruego Robert Mood, y el jefe de mantenimiento de paz de Naciones Unidas de visita en Damasco, Hervé Ladsous, escaparon ilesos de un atentado con bomba en la ciudad de Duma (suroeste). Ya se habían reportado ataques al equipo de veedores, y este martes se conoció de otro en la ciudad de Homs.
El propio Ladsous había advertido la víspera sobre la presencia de terroristas. «Estas personas no están comprometidas con la causa del pueblo sirio, sino con su propia agenda», denunció. «No debe aceptarse una mayor militarización de la crisis».
Sin embargo, hace meses, y con mayor fuerza a raíz de la implementación del plan de Annan, las grandes potencias y los aliados árabes le ofrecieron más dinero y material militar al Ejército Libre Sirio, una banda paramilitar que se enfrenta al Gobierno y es responsable de asesinatos y secuestros de agentes de seguridad y civiles. Con estas millonarias ofertas, también pretenden que muchos miembros de las fuerzas de seguridad y del ejército sirio deserten y se conviertan en apátridas mercenarios. Están conscientes de que para derrocar a Bashar al-Assad —con lo que derrumbarían el muro de contención Siria-Hizbollah-Irán en la región—, e imponer una administración títere, necesitan minar el apoyo interno al actual ejecutivo.
Ya que, debido a la férrea oposición de Rusia y China en el Consejo de Seguridad, no ha podido emprender una agresión militar a título de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, como hicieron contra Libia, lo único que le queda a Occidente es seguir potenciando la inestabilidad para hacer fracasar el plan de Kofi Annan, e implementar más sanciones económicas.
Así se anima a la oposición a continuar con su guerra urbana, a pesar de sus divisiones y fracasos, para que el ejército sirio se vea obligado a responder. Mientras, las grandes corporaciones mediáticas aliadas seguirán haciendo lo suyo: construir la imagen de un «régimen asesino». Con todos estos ingredientes, el imperialismo desacredita la posición chino-rusa responsabilizando a esos países por la violencia, e intenta validar la importancia de actuar «a lo occidental».