Están demasiado ocupados en comprender el mundo que les quedó después del desastre natural más devastador de su historia. No lo saben, pero ellos y esa vida salvada, tal vez de milagro, son el mejor recurso para cambiar el rostro de la desolación en Japón.
Mientras el frío cala los huesos, siguen apareciendo cadáveres, los refugios temporales no dan a basto y el miedo a la radiactividad que sale de Fukushima le pone razones extras a la incertidumbre, Miyagie, Iwate, entre las prefecturas más afectadas, comenzaron la construcción de casas temporales y agilizan la limpieza de las áreas. Echar a andar luego del golpe asestado por la naturaleza el pasado 11 de marzo es la prioridad. Entre otras cosas, algunos japoneses dudan de la transparencia de Tepco, la empresa que administra la central de Fukushima, una de sus mayores preocupaciones después del desastre.
Pero no hay tiempo. Después probablemente saldarán cuentas. Quizás desempolven los antiguos trajes de samuráis y con ellos salgan a rearmar sus mundos.
De lo que nadie tiene dudas es de la capacidad de los nipones para resurgir de las cenizas. Ya lo hicieron después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces también partieron de tierra arrasada para ocupar el puesto número dos entre las potencias económicas, justo hasta este 2011 cuando fueron destronados por China.
Hace solo poco más de una década, luego del gran terremoto que devastó Kobe, rompieron todos los pronósticos. Mientras los expertos auguraron que tardarían una década para recuperarse, ellos lo lograron en apenas un año. Solo necesitaron 15 meses para que la actividad industrial de la ciudad —Kobe era el sexto puerto mundial— llegara al 98 por ciento del nivel existente antes del sismo, para que el 79 por ciento de las tiendas volvieran a estar abiertas y la autopista elevada permitiera el tráfico. Pasada una década, todos los que perdieron su casa tenían una nueva. A la reconstrucción de Kobe contribuyeron más de un millón de voluntarios y miles de millones de yenes llegados de todo el país. Justamente el recuerdo de lo ocurrido en esa ciudad se eleva como esperanza.
Ciertamente que el área de la actual catástrofe es mucho más amplia y las víctimas y pérdidas materiales son doblemente superiores, pero no están en los fríos y apocalípticos datos las respuestas para levantar el futuro. Es verdad que ahora está afectado el 30 por ciento de la generación eléctrica de todo el país por las averías en 11 plantas nucleares y que importantes sectores económicos sufrieron daños de peso como zona de puertos, plantas siderúrgicas fabricantes de partes para automóviles y artículos electrónicos, y sobre todo que Fukushima está lejos de dejar de ser un peligro potencial. Incluso en ese escenario, la nación está preparada como ninguna para levantarse con rapidez.
«A partir de mi experiencia allí y de mis investigaciones, mi impresión es que los japoneses lograrán restaurar la capacidad económica dañada mucho antes de lo que muchos predicen ahora», expresó recientemente el economista Mark Skidmore, profesor de la Universidad de Michigan, EE.UU., quien con Hideki Toja, de la Universidad de Nagoya, Japón, publicaron en 2003 uno de los análisis más completos sobre el impacto tras un desastre, con datos de más de 169 países.
Como expresó el Presidente cubano Raúl Castro en el libro de condolencias abierto en la sede diplomática nipona en Cuba, la laboriosidad y disciplina tradicional de esa nación serán divisas importantes para la recuperación. No hay dudas.
Mientras hacen largas y organizadas filas para obtener alimentos, para llamar durante un minuto desde un teléfono fijo o llenar el depósito de gasolina de sus autos, más allá de una lección de civismo al mundo, los japoneses también dan una idea de cómo se enfrentarán a la reedificación de sus vidas y del país. Ellos volverán a asombrar al planeta. Son la mejor certeza de la vida que en Miyagi, Iwate o Fukushima conocerán los pequeños sobrevivientes y los niños que están por nacer.