Definiéndolas por lo menos escabroso, las distorsiones surgen a veces cuando la insensatez se convierte en un puente entre lo que queremos ver y lo que en estricta racionalidad debemos ver. Por ello, la experiencia sugiere que a veces lo más evidente es lo menos visible. La rutina suele escamotearnos el paisaje o el sentido más práctico de las teorías.
Lo dicho parece una paradoja. Pero no nos extrañemos, porque con choques entre la lógica y lo ilógico se articulan también los actos humanos. Y aunque me acusen de estar complicando innecesariamente mi tema, he de insistir en que no pocas cosas atinentes a las relaciones sociales y políticas se presentan envueltas en contradicciones. Contradicciones que por un lado generan progreso, y por otro costado, menos limpio, menos claro, son el resultado de la distorsión de líneas o políticas. Las primeras son útiles, abren puertas, desbrozan manigua, purifican el medio; las segundas desvían, falsean, prohíben, cierran, enmarañan…
No olvidemos, pues, que estas últimas son las que obligan a tener los ojos atentos para marcar lo adulterado en su aplicación. Porque lo mejor decidido, lo más constructivo puede derivar hacia su contrario por los efectos de la incomprensión o la incapacidad, o por la falta de fiscalización, o por una mirada víctima del mismo mal: no apreciar lo que se tuerce, porque el «cristal con que se mira» se ensombrece con los tonos de la complacencia o la indiferencia rutinaria.
Según un parecer que estimo mayoritario, el panorama se ha clarificado aún más en Cuba tras el reciente período de sesiones de la Asamblea Nacional. Y he de hablar en plural, imbricándonos todos, o todos cuantos hayamos atado el curso de nuestra parábola vital a la flecha de la Revolución. Por tanto, sabemos hacia dónde vamos, cómo hemos de hacer y qué perseguimos, valiéndonos de la estrategia propuesta para resolver problemas, trascender dificultades y enrumbar hacia una normalidad progresiva en la economía, definida como socialista en su esencia. Pero —ah, el pero, tan oportuno para mantener el equilibrio— la experiencia nos advierte que cuando la mano izquierda no está al tanto de cuanto hace la diestra, puede sobrevenir la distorsión, acompañada de su equívoca secuela de limitar y estorbar la certeza de lo justo y lo atinado.
Debo admitirlo, aunque al término a veces le brotan espinas: la palabra clave se remite a control. Y temo escribirla, porque por momentos el control ha tenido una sola dirección y una sola naturaleza, aunque las directrices hayan sido emitidas con intención opuesta. ¿Acaso hasta ahora el control no ha derivado unas veces, en parte de su ejercicio, hacia el control excesivamente restrictivo, y en ocasiones hacia un control burocráticamente formal? De esa incongruencia también se nutren las distorsiones. Porque quizá haya que interpretar el control como fórmula que, a la vez que regula, estimula la creatividad en un clima de confianza, y también prevé y corrige.
Me interesa decir, en definitiva, que los fines y los métodos se protegen con la verificación. ¿Pero podemos presumir que se ha de verificar a través de papelitos? La pregunta aparenta ser impertinente, como esta: ¿Verificación preavisada, como los viejos «controles y ayudas»? Más bien, lo apropiado serían las instituciones en cualquier ámbito del país —sobre todo las asambleas del Poder Popular— en aptitud y actitud democrática de detectar la distorsión que estropee la estrategia nacional. A mi criterio, la respuesta establecerá la diferencia entre lo efectivo y lo inútil.
Finalizando, he de dar por supuesto que mis lectores no suponen en mí a un catedrático de insolencias, desvinculado de compromisos. Francamente, cuántas distorsiones uno ha visto por esas calles y campos de Cuba que lo impulsan a cumplir, como periodista, el papel de observador ajustado a la norma de que todo entre nosotros ha de empezar por la solidaridad. Y como observador solidario, mezclado —que es lo revolucionario y lo cubano— recomiendo una ubicación: el ángulo horizontal, una de las esquinas. Porque las visiones frontales agolpan, abigarran los detalles, y las tiradas desde lo alto, aplanan y difuminan el paisaje. Esta percepción la confirmé en mis días de topógrafo, o en lecturas de filosofía: un plano de La Habana nos dará una idea incompleta, apenas imaginable; una mirada a la fachada del Capitolio o al Morro equivaldrá a una vivencia…