Él, bañado por el sol, soltó un hilillo de palabras, se rascó la cabeza, esbozó una sonrisa; dijo, entre otras cosas, «estamos felices de estar de nuevo aquí» y concluyó, sin protocolos, con un «Gracias». Luego cargó a Rachel Beatriz, su revoltosa chiquitina que lo esperaba y extrañaba desde hace días.
No fue un «discurso» telúrico; sin embargo, tronaron los aplausos aquella mañana de sudores en la Plaza bayamesa, frente al Padre de la Patria y Perucho Figueredo. Después un río de manos trató de alcanzarlo; él se dejó llevar por la corriente sonriéndole, como un niño, a cada saludo.
La jornada concluyó —o acaso entonces empezó— con una conga por la calle Martí, conga que hizo asomar a los balcones y puertas a remolones o solícitos; a muchos, amantes o no de la pelota, espectadores o no del jonrón por el cual Cuba entera brincó en la mañana del 7 de agosto.
Y él, el héroe Despaigne, junto a su amigo Céspedes, sin complejos, en medio de aquella oleada bulliciosa. Ellos, al centro, recibiendo guiños y palmadas, haciéndose bromas mutuas y jugando a la madurez que todavía les es esquiva a los 24 años de ambos.
Así se va tejiendo en Bayamo el recibimiento a dos sencillos jóvenes que la gente, en su amor por el béisbol, ve como pequeños ídolos y los mira descomunales por la llaneza con que asumen la vida, más importante que cualquier montaña de oropel, más convincente que cualquier engreimiento.
Así, mientras la ciudad y una provincia entera halagan a sus campeones mundiales universitarios, en la mañana supersoleada, el reportero describe el agasajo en el aprieto del tiempo y se pregunta si en otros lugares de la nación ese volver a casa se endulza de ese modo sano y sobrio, que no por simple deja de llenar el corazón y el alma de los que regresan.
Mientras viene la celebración y el abrazo, y el trago imposible de eludir, el reportero se dice sin pensarlo: ¡Qué hermoso sería que en el Caimán a todos los que retornan después de luchar —triunfen o no— se les aplauda frente a los suyos, en calles y solares, en caseríos y urbes, en las aceras o terraplenes donde aprendieron a hacer bribonadas y empezaron a crecer como campeones!
Ahora, mientras estas dos figuras del equipo Cuba se entremezclan con fanáticos y noveleras, el reportero recuerda el día en que un CDR de Bayamo, el 7 de la zona 23, a instancias de Juan Rodríguez (Puchichi) y otros aficionados, decidieron hacerles un pequeño homenaje a Ciro Silvino y a Alfredo Despaigne. Lo que más los estremeció e impulsó fue escuchar unas «biografías» en las que les hablaban de detalles de sus vidas, de El Dátil y Contramaestre, de correteos, bromas y ocurrencias infantiles, del día sagrado del cumpleaños.
Qué hermoso que el volver siempre implique un volcán crecido de sentimientos, agasajos de corazón, versos alegres; y qué triste cuando pocos parecen enterarse de que alguien que se enfundó en la batalla un traje con las cuatro letras o, incluso, con las iniciales de su provincia, regresó a casa.
Así medita el reportero. Y ruega porque en la nación entera ocurra lo primero, no solo con campeones mundiales. Y, en el deseo, ve en la lejanía a los que regresaron, hechos ráfaga y trono, estrofa y aguijón.