Las personas y las cosas se conocen por un nombre y también por dos o tres más que resultan sus sinónimos. Sinónimos que no cambian la esencia del objeto o de la persona. Eres quien eres aunque te llames Francisco y te digan Pancho. Eso está claro. Pero otras veces el equívoco nos burla, se ríe de nuestra irreflexiva imaginación, de nuestra escasez de perspicacia. Al parecer, asumimos una conducta acomodaticia, escurridiza, un estar quieto para ver qué pasa.
A ese extraño ropón, que intenta ser transparente para ocultar bajo la luz las manchas, lo hemos llamado doble moral: esto es, decir y luego hacer lo contrario; acatar y luego olvidar o cumplir mal, comprometerse y cruzar los brazos… En fin, es viejo el recurso de las apariencias, el simular para defendernos y a veces para engañar o dañar.
Pero si la doblez es perversa, lo peor se remite a que las máscaras se conciertan en una comunidad de intereses. Y la mano izquierda lava la derecha y la derecha a la izquierda, y ambas lavan la cara… Ello, lo sabemos, conspira contra el socialismo; más bien lo niega y lo desacredita. A veces reprochamos a los ciudadanos comunes que acudan a fórmulas individualistas, las infinitas truculencias con que incrementan un salario corto o disminuyen su incapacidad para pagar unas cuentas largas. Y les reprochamos un afán consumista que estimamos se empalma con los peores apetitos del capitalismo. Pero si estoy en contra de todo cuanto pervierta la conciencia social, no considero correcta una crítica que soslaya las necesidades irresueltas y que habla de consumismo cuando el consumo está deprimido. Esa postura de juzgar los actos humanos desconociendo el perfil de la escena en que se mueven los actores, viene siendo la causa de que cualquier opinión honrada pierda filo, agudeza, y se sume, tal vez sin pretenderlo, al cuartón de la doble moral. ¡Ah, mira a este!, podría decir el ciudadano agobiado ante una recriminación inconsistente con la vida y la verdad.
Tendré que aclarar que no justifico, sino me explico. E intento sugerir, una vez más, que la propaganda no sustituye a la política. Ni la retórica a la acción creadora. Y si un número innombrable de personas estruja la legalidad y retrasa su virtud, no nos quedemos solo en la gente común, en los que trabajan y se subordinan. Me lo advertía un lector muy inteligente: Hay que enfocar con ese reflector también a cuantos se dedican a administrar. Muchos de los defectos y deficiencias del empresariado o de la esfera administrativa se remiten a que, en estas circunstancias materiales tan severas, se han aprovechado de unas facultades a veces sin fiscalización y reorientan los intereses que representan hacia sí mismos. Por tanto, el periodista que soy pregunta: ¿Podrá ser inconveniente andar por esas calles de Dios y oír comentarios y confesiones disímiles? ¿Será dañino escuchar que algún responsable de más arriba viene a inspeccionar el domingo —¡de lejos; qué sacrificio!— y luego, hecho el trabajo muy rápido, aprovecha el viajecito y se desvía, o perjudicará enterarnos de que, en este sitio donde algunos cuadros, fueron removidos, solo los trasladaron de cargo, porque, en fin, las manos se lavan unas a otras?
Todo ello forma parte de esa fórmula de cambiar el nombre a las cosas y asignarles el que no les corresponde. Y exigir viene siendo como gritar y dar la espalda, y controlar equivale a recitar una consigna, y tomar medidas indica moverse hacia un lado y esperar a que los vientos del rigor se aplaquen. Concluyamos, pues, que si la actitud de los trabajadores que hurtan recursos de su centro de trabajo, o se prostituyen, y creen que están luchando legítimamente por sí mismos, significa un riesgo para la honradez colectiva, es también igual de peligroso que quien dirija la asamblea limite la palabra y prohíba hablar de cuanto a él no le conviene, o cobre con represalias, en el espacio remoto del municipio o del centro laboral, la denuncia pública.
Ustedes lo saben: me he negado como norma ciudadana y profesional abusar del privilegio de escribir en un medio. Y por tanto no intento enrarecer el clima moral de mi país. Quisiera que mis lectores vean en estas palabras, en esta solidaria advertencia de una voz en el camino, la garantía de que, por muy oscuro que sea el momento, las luces de lo más justo, equilibrado y revolucionario de nuestra sociedad está en vigilia. Y el periodista es solo un instrumento al que solo se le debe prohibir cambiar el nombre a las cosas.