Jaranea un colega cuando afirma que, después de construir la meseta de su casa, quedó prácticamente sordo. «Primero el precio cobrado por el albañil retumbó en mis oídos, y luego el golpe de gracia me lo asestó el grito de mi mujer, por no haber acordado el precio de antemano».
Ante el encarecimiento de los trabajos manuales en Cuba, muchos prefieren taparse los sentidos como los tres monos sabios y castigar los bolsillos. Lamentablemente los oficios se arremolinan en el sudor del pasado, frente a la escasez de personas especializadas en estas actividades.
El fenómeno no resulta lógicamente exclusivo de la sociedad cubana, si tomamos en cuenta que la tecnología, principalmente en el Primer Mundo, reemplaza la especialización alcanzada por estos artífices.
No obstante, el difícil acceso a los adelantos técnicos, la necesidad de ahorrar energía y materias primas, así como el reto de la sustitución de importaciones, validan la conveniencia de revitalizar los oficios a favor de la economía en la Isla, bloqueada por las administraciones estadounidenses en el último medio siglo.
El sistema educacional cubano cuenta con escuelas dedicadas a la formación de esta clase de trabajadores, quienes se gradúan como técnicos de nivel medio o como obreros calificados. Lamentablemente estos centros no poseen hoy las condiciones para desarrollar con máxima eficiencia el proceso docente.
El importante componente práctico de estas especialidades se encuentra afectado por la precaria situación de los insumos en los talleres escolares, los cuales funcionaban gracias a los equipos y recursos provenientes de la Unión Soviética o demás países del desaparecido bloque socialista. Los alumnos egresan, en la mayoría de los casos, sin las habilidades prácticas que debían
desarrollar a la par de la teoría y sin la actualización de los procedimientos, de acuerdo con las tendencias más actuales.
Además, las escuelas de oficios se encuentran afectadas por factores subjetivos como la insuficiente orientación vocacional. Quienes ingresan a estas instituciones no son siempre los jóvenes con mejores niveles de aprendizaje al terminar la Secundaria Básica.
Debido a las posibilidades que brinda la educación gratuita de la Isla, la mayor parte de las familias aspira a que sus hijos obtengan algún título universitario, y predomina la errada concepción de que las actividades manuales quedan reservadas para personas con cierto grado de retardo cognitivo, cuando en otras épocas, y todavía en otras culturas, personajes como los albañiles gozan de prestigio.
La desaparición de asignaturas como Educación Laboral y el debilitamiento de los círculos de interés conspiran contra la comprensión del valor de los oficios entre las nuevas generaciones, al tiempo que se limita el desarrollo de habilidades como la simple sustitución de una zapatilla en una llave de agua o la confección de un sencillo circuito eléctrico hogareño, acciones necesarias incluso para el más eminente cirujano o profesor.
La sociedad que ha democratizado el acceso al aprendizaje, hoy más que nunca necesita de los trabajos manuales. En nuestras circunstancias actuales resulta un pecado aquel refrán del herrero con su cuchillo de palo.