LA victoria del partido del Kumintang en Taiwán en mayo de 2008, tras ocho años de gobiernos pro-independentistas, ha posibilitado un acercamiento entre la República Popular China y esa otra parte de su territorio. Las señales positivas de los últimos meses evidencian la buena marcha de un proceso que potencia la estabilidad a ambos lados del Estrecho, aunque ello incomode a quienes ven en peligro ciertos privilegios.
Solo en este mes, Beijing y Taipei anunciaron el intercambio de representantes permanentes en cada territorio con el objetivo de ocuparse del gran flujo de turistas y avanzaron la posibilidad de la firma de un acuerdo de cooperación económica, que deberán negociar a finales de año. Mientras, autoridades de un lado y otro ponderan la necesidad de diálogo para aumentar la confianza, así como la importancia de una paz duradera.
Beijing mantiene su política de «una sola China» que recibe el apoyo de la mayoría de la comunidad internacional, y tras la salida del poder en la isla del gobierno que promovía la secesión, es notable la flexibilización de posiciones para encontrar soluciones a una hostilidad compartida por casi 60 años.
Por su parte, a la pequeña isla ubicada a solo 160 kilómetros del continente, y donde se refugiaron los nacionalistas tras la proclamación de la República Popular en 1949, le es conveniente en tiempos de crisis, distender las tensiones. A fin de cuentas, la nación asiática se ha convertido en uno de sus más importantes socios económicos, tabla salvadora cuando medio mundo busca salidas para la recesión.
En ese sentido, el intercambio comercial entre ambas partes ha crecido aceleradamente, especialmente en los dos últimos años. Solo en lo que va de 2009, según datos de Xinhua, China invirtió 2 200 millones de dólares en compras en Taiwán, mientras comparten contratos por valor de 1 000 millones.
En medio de la distensión en el Estrecho de Taiwán, desde Occidente se miran con recelo los buenos augurios. No se puede olvidar que el conflicto ha servido durante casi seis décadas para azuzar los odios desde el exterior y para llenar el morral de quienes acostumbran a pescar con el río revuelto.
Esta es la esencia del desplazamiento de los focos de tensión al interior del territorio continental. Mientras las autoridades chinas avanzan en el proceso de diálogo con su provincia separatista —un hecho sin precedentes en una larga historia de desencuentros—, algunos, desde afuera, explotan conflictos en otras regiones con aspiraciones secesionistas como el Tíbet, y más recientemente la Región Autónoma de Xinjiang. ¡Qué oportuna casualidad!, ¿No?
De cualquier manera, y a pesar de las zancadillas, China y Taiwán avanzan en la reconstrucción de la confianza y en la ampliación y diversificación de su intercambio económico. Por primera vez, el diálogo y la búsqueda de soluciones mutuamente beneficiosas, descubren la posibilidad real de estabilidad y paz duraderas. El pueblo, que es el mismo separado apenas por una pequeña franja de mar, seguro lo agradece.