Decíamos que ser honrados implicaba ser valientes. Nunca dije que eran sinónimos. Quien dedicó tiempo a buscar en los diccionarios una sinonimia que no existe, fue por propia elección. En ningún momento sugerí un parentesco semántico entre ambas palabras. Más bien, hablé en términos de actitud y conducta. Y está claro que la honradez exige valentía. En el plano ético se condicionan recíprocamente.
Aclarada la confusión, me veo forzado a seguir conceptualizando el tema de la unanimidad. Esta columna es un espacio de opinión, y opinión es juicio, valoración. Los hechos son la base, pero solo los empleo indirectamente para enfocarlos desde las ideas. Por lo tanto, si hablar en términos ideológicos es «estar en el aire», pues aseguro que seguiremos volando, porque he de continuar emitiendo opiniones sobre lo que está en el aire de nuestra vida.
Varios lectores me han dicho que sí, que en efecto hay que ser valientes en ciertos lugares para decir lo que piensan. Y se refieren a que, en cualquier asamblea, alguien desde la mesa directiva sugiere no convertir aquello en «un caos», porque han venido compañeros del ministerio más cual o de la CTC tal. Figúrense qué pasaría si habláramos demasiado. Y mil razones políticas e ideológicas obligan a reprimir las palabras, y empiezan a lastimar la honradez de los asistentes. No digo la valentía, sino la honradez. Porque a lo mejor usted piensa distinto sobre lo que se discute y lo calla por una cobardía que afecta en particular el deber o la necesidad de expresar sincera, honradamente su opinión. También, la unanimidad puede resultar del desinterés de los que asienten con el silencio o levantan la mano aprobando aquello que al fin y al cabo no les va ni les viene. Y ello es peor. Porque se han distanciado.
Suelo abordar propuestas complicadas, que en tres cuartillas quedan sin redondearse. Quizá por esa razón, hay lectores que se sienten estimulados a seguir reflexionando. Y yo también. Por tanto he de decir que hablar y escribir contra la unanimidad no implica, como apuntó un lector inteligente, que ahora explayemos una campaña a favor de tener un criterio contrario a cuanto se plantea desde la mesa directiva. Más bien, hay que hablar y escribir para ir anulando esa mentalidad hermética, condicionada estructuralmente por la verticalidad en que ha derivado, en lo particular, la economía, cuya expresión geométrica cae de arriba abajo en línea recta, sin lugar efectivo para las líneas trasversales que componen la masa, soporte y justificación de la democracia. Por tanto, es comprensible que este o aquel se crean autorizados por un «poder incuestionable» a imponer qué habrá de decirse y cuándo decirlo. Ese es el orden burocrático que agrada a aquellos que se han habituado a ordenar u administrar sin ser contradichos.
Todo, a mi parecer, se mezcla en esta contradicción: lo estructural y lo personal; la honradez y la valentía; la democracia y sus limitaciones. Pero el país ya sabe, y lo ha expresado por sus dirigentes más lúcidos y creíbles, que la verdad que atañe a una nación, habrá de encontrarse y concertarse entre todos. Y para ello habrá que ejercitar el debate respirando con las ventanas laterales tan abiertas como las claraboyas del techo. Es decir, eliminando y readecuando los obstáculos que estorban contradictoriamente el desarrollo de principios básicos de nuestra Constitución y nuestras leyes socialistas: ser en realidad una república de trabajadores con la libertad de expresar su honradez sobre todo cuanto pueda determinar su destino.