Pan y circo eran los ingredientes utilizados por los emperadores romanos para controlar al vulgo. Aunque el imperio estuviese al borde del cataclismo, aunque sus hijos muriesen en los rincones de Europa para mantener la riqueza de la aristocracia, aunque miles de mendigos y vagabundos anduviesen por las calles de Roma, la plebe vivía feliz como rebaño, cegada por el espectáculo y el artificio de la magnificencia.
El Coliseo constituía escenario de lucha, muerte y sangre; desde las gradas, la euforia de los gritos constituía el placer de los césares. «El populacho está entretenido», decían desde su palco imperial, y entonces se entregaban al goce de la fiesta.
Miles de años han transcurrido y con una u otra variación, la máxima sigue siendo la misma: mientras las ovejas tengan hierba para comer, permanecerán tranquilas, y el pastor, junto a los siempre indispensables ladridos del perro, podrá conducir al rebaño sin muchos problemas. El recuerdo del lobo desvanece cualquier intento de fuga. El bosque no es lugar para ovejas.
Esa masa amorfa que, con uno u otro sentido, algunos llaman pueblo, ahora, en medio de la posmodernidad, dominada por la televisión, conectada por la Internet, náufraga en el océano de la información, con la paranoia del consumismo, confundida, ciega, temerosa, sigue siendo marioneta de los poderosos del mundo a través del placer y el miedo.
Quienes inventaron el poder, a través de la adoración no tardaron en crear las revistas rosas, las telenovelas, Hollywood, el american way of life, los supermercados y muchísimos artificios más, camuflajeados por el brillo, el glamour y el deleite.
Lo que una vez se inventó para el mejoramiento de la humanidad, ahora ha sido convertido en instrumento de dominio y manipulación. Gutemberg nunca imaginó su creación como vehículo de frivolidad y atontamiento. Los hermanos Lumiere no sospecharon que su aparato sería la pieza fundamental de la fábrica de sueños.
¿Y qué ha hecho la humanidad ante los horrores de la guerra? Mirarlos por la televisión en los noticieros. ¿Qué pasa cuando la miseria impide comprar el auto del año que promociona el comercial del momento? Los más decentes, piden horas extras en el trabajo; los más impacientes, roban o matan para obtenerlo. ¿Qué hace quien ve en la película del sábado una y otra vez a un árabe tratando de volar un edificio? Tomar a todos los árabes por terroristas.
La manipulación ha vuelto sutiles sus métodos. Si antes bastaba con pan y circo, ahora es necesario canales de música continua como Mtv, la televisión por cable, los programas que muestren a Madonna a la entrada de una tienda, la película donde el siempre elegante James Bond acabe con cuanto ruso o árabe se le atraviese, el canal de noticias que convierte casi en una película de acción el bombardeo sobre Palestina. Si antes las cruzadas se hacían para devolver la Tierra Santa al cristianismo, ahora se realizan para atrapar terroristas, devolver la «democracia» o encontrar armas de destrucción masiva. En el fondo, son las mismas voces compulsivas: «compra, compra, compra...», «teme, teme, teme...», «no pienses, no pienses, no pienses...». El mundo sigue desmoronándose y muchos lo contemplan por la televisión, sentados en un sofá mientras comen rositas de maíz.
A pesar del recorrido milenario de la civilización humana, el placer y el miedo no han dejado de ser los somníferos de la sociedad. Las marionetas siguen bailando al compás de la música, los hilos se han vuelto más invisibles y quienes los mueven, se empeñan en hacer creer que los titiriteros no existen. Los gritos de las gradas aún continúan, y los césares repiten: «el populacho está entretenido».