¿Ha visto usted alguna vez un gato que sea amigo de un ratón, al que le desee suerte, larga vida, y que se brinde a acompañarlo?
El Castillo de Praga, sede de la presidencia. Es más o menos lo que sucede en la Unión Europea en este instante. El gato es, ahora mismito, la República Checa, o mejor dicho, sus autoridades, quienes «aman» tanto al ratón (las instituciones europeas, sus mecanismos y decisiones), que de una dentellada lo dejarían listo para acomodarlo dentro de un pan con tomate y pepinillos. Sin embargo, paradojas de la vida, es Praga (¡miau!) la que corre hoy a cargo de la presidencia semestral del bloque comunitario, hasta entregársela a Suecia, en la segunda mitad de este año.
Lo singular es que, por estos días, no es solo el ratón la víctima. También el gato está enfermo. El primer ministro checo, Mirek Topolanek, acaba de ser derrotado por una moción parlamentaria en su contra (la quinta en dos años) por parte de la oposición socialdemócrata y comunista, de modo que la coalición derechista gobernante, encabezada por el Partido Democrático Cívico, se tambalea. ¡Y esto, mientras el país dirige la UE en tiempos de una crisis económica como no se ha visto desde que Calígula metió a Roma en bancarrota!
¿Y por qué, más específicamente, tendría que temer el ratón, o sea, Bruselas?
Porque, en su caída, el felino de Topolanek ha amenazado con que sus apoyos en el Senado (posee 36 de los 81 asientos) podrían terminar rechazando el Tratado de Reforma de la UE (Tratado de Lisboa). Dicho documento, que debe ser ratificado por los 27 países miembros de la Unión, para comenzar a regir su funcionamiento interno a más tardar a finales de 2009, pasa en la República Checa por varios trámites, de los que el más complicado sería salir airoso en el Senado.
Si este lo «planchara», sería como intentar ganar con dos goles de desventaja en el minuto 89, porque también los irlandeses rechazaron el Tratado en un referéndum en junio de 2008. Esa fue la asignatura más difícil de la pasada presidencia semestral, a cargo de Francia, que al final logró un acuerdo para que Irlanda vote de nuevo este mismo año. Pero si se suman los checos, ya serían dos las incógnitas. En fin, europroblemas.
Algo más: En una de sus perlas más recientes (tanto como del miércoles) Topolanek dijo que, con las políticas económicas aplicadas por la Casa Blanca, EE.UU. «va directo al infierno». ¡Vaya! Tal vez algo semejante piensa el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, quien señaló ayer que el plan de comprar las denominadas «hipotecas-basura» es, en toda regla «un robo al pueblo estadounidense» y que no impulsará a los bancos a conceder créditos. ¡Qué coincidencia de pareceres!, aunque por razones contrarias, porque el gobernante checo es más liberal que Adam Smith.
No obstante, lo que preocupa en Bruselas son esas palabras con escaso sabor de bienvenida para Barack Obama. Ya en Praga dicen que fue un problema de traducción, que si pitos, que si flautas... Pero lo dicho, dicho está. ¡Y traducido!
Ahora bien, el primer ministro checo tiene licencia para quedarse hasta que concluya el mandato semestral de la Unión—aunque ayer presentó su dimisión—, sin embargo, hay otro ajo en este mortero: se trata del presidente del país, Vaclav Klaus, quien le tiene más tirria a la UE que el diablo al agua bendita. Y es que no solo el Senado debe aún dar su veredicto sobre el Tratado de Lisboa, sino que, además, Klaus debe estamparle —o espantarle— su firma, y no es algo que le cause particular deleite.
Para que se tenga una idea de cómo piensa Klaus, sépase que, en una visita al Parlamento Europeo, en febrero, el presidente checo la emprendió contra el «déficit democrático» de la UE, y vaticinó que se agravaría con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa (un texto que, entre otras cuestiones, viabiliza la posibilidad de que los servicios públicos queden sujetos a la privatización, y pide gastar más recursos en armas en pos de una defensa europea común). Llama la atención que haya hablado de esa manera precisamente en el plenario de la única institución comunitaria donde sus representantes son electos por los ciudadanos (no es el caso de la Comisión Europea, por ejemplo), pero también que el país haya ingresado en la UE bajo su presidencia (la asumió en 2003, y la adhesión fue en 2004) y que, de todos modos, se haya beneficiado con algunos millones de euros provenientes de fondos comunitarios. Dicen los viejos: «Compró pescado y le cogió miedo a los ojos».
Lo que viene, para quienes temían lo peor de una presidencia checa, puede ser la confirmación de sus temores: Klaus debe sustituir al Primer Ministro, pero algunos expertos aseguran que se decantará por uno tan euroescéptico como él, con el propósito de complicarle aun más el camino al proyecto de Tratado de la UE. Lo advierte el canciller francés, Bernard Kouchner, al manifestar preocupación por lo que hará un presidente «cuyas posturas sobre Europa son conocidas», y lo remata el jefe de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso: «Esperamos que el Tratado de Lisboa no sea tomado como rehén de la crisis política interna».
El gato, se ve, tiene problemas. Pero no por eso el ratón se libra...