Controles y alambradas en Sadr City, de donde huyen sus pobladores chiitas. Foto: AP
La guerra prosigue su curso inexorable. Cinco soldados estadounidenses murieron entre domingo y lunes, algunos de ellos en ataques a la bunkerizada Zona Verde. Multiplican esa cifra los iraquíes muertos; también los heridos. Y el comandante de las fuerzas ocupantes de Iraq, el general David Petraeus se prepara para testificar este martes en el Congreso de EE.UU. y su jefe, el de la Casa Blanca, lo hará el jueves.El diario londinense Telegraph anticipaba hace un par de días que oficiales británicos advirtieron que el general estadounidense va a culpar a Irán del impulso insurgente en Iraq. Se insinúa una nueva mentira para acompañar a las que dijeron para iniciar la guerra y las añadidas durante cinco años de conflicto.
No hay que ser ducho, ni paranoico, para comprender que estos avances apuntan, amenazantes, a la apertura de otro frente bélico, y trazan un camino irracional que puede encender la región cuando, precisamente, se le viene encima un verano caliente —no por incitación de Teherán—, pero que sí hará más frágil aún la seguridad en el país de Babel, cuando sus soldados están prácticamente exhaustos de servir en una guerra donde mueren en vano.
Petraeus parece referirse a un ataque preventivo contra instalaciones militares iraníes, y me vienen a la mente sentencias que debieran darle que pensar, pronunciadas en su tiempo por el general que llegó a presidente, Dwight Eisenhower:«Cuando la gente te hable de una guerra preventiva, dile que vayan ellos a pelearla. Luego de mi experiencia, yo comencé a odiar la guerra» (...) «Odio la guerra como solamente puede hacerlo un soldado que la vivió, solamente como uno que ha visto su brutalidad, su futilidad, su estupidez» (...) La guerra preventiva fue una invención de Hitler. Francamente, nunca he escuchado a alguien que seriamente venga y hable de cosas como esa».
¿Acaso es este niño, herido en un golpe aéreo de Estados Unidos contra Sadr City, un peligroso insurgente? Foto: Reuters Ryan Crocker, el embajador de Washington en Bagdad, acompañará a Petraeus en la audiencia del Capitolio, a fin de ser más «convincentes» cuando narren los «progresos» iraquíes, luego del reforzamiento con 30 0000 soldados ordenado por George W. Bush en enero pasado. Un cuento de ficción que unirán a aquel de «Misión cumplida» que el señor de la Casa Blanca pronunció en un portaviones frente a las costas de California.
¿Creerán, otra vez, el nuevo cuento los legisladores estadounidenses? Aunque parezca increíble, puede que sí, a tenor de unas revelaciones que hizo el pasado 3 de abril el Internacional Herald Tribune: un grupo de senadores y representantes han obtenido millones de dólares de ganancias de los 196 millones de dólares que tienen invertidos en compañías de la industria de guerra. Puede que hasta el general Eisenhower hubiera ahora corregido y aumentado el nombre del fenómeno que destacó para designarlo como complejo político-militar-industrial.
Ya veremos a Petraeus, Crocker y Bush, el hijo, haciendo nuevas promesas en falso, mientras un análisis del Peace Institute acaba de concluir que ese progreso político en Iraq del que se habla ha sido «lento, interrumpido y superficial, con una fragmentación social y política tan pronunciada, que Estados Unidos no está más cerca de abandonar Iraq que hace un año».
Pero no se deje engañar, tampoco este tanque pensante aboga por la retirada rápida e imprescindible de la guerra, puesto que dice que «un desarrollo político duradero necesitaría entre cinco y diez años de compromiso estadounidense completo e incondicional con Iraq».
La predestinación estadounidense está trazada: mantener en Iraq el reino de Babel...