En una de las conversaciones que giran, no sin inquietud, en torno a nuestra realidad, oí decir que si la agricultura cubana no produce más es porque «los suelos están cansados». Parece increíble. Pero es una opinión. Y una opinión no cambia las cosas, aunque puede ayudar a empujarlas o paralizarlas.
No es la primera vez que la oigo. Aproximadamente en 1982, un ingeniero de la empresa Lenin, en Jovellanos, me dijo que él estaba preocupado porque no dejábamos descansar las tierras. Meses después le repetí la aprensión del técnico a un alto funcionario de la Agricultura, durante una conferencia de prensa, y no me respondió. Al menos, solo dijo vaguedades, fórmula apropiada para salir de un trance espinoso.
De cualquier forma, si las tierras no producen porque están cansadas o no producen porque no las hemos trabajado limpia y creadoramente, la responsabilidad, en ambos hechos, toca a cuantos han estado ligados a la agricultura.
No creo que muchos lo duden: la agricultura ha sido maltratada. A veces me he preguntado —y lo hice en Bohemia hacia 1995 en un artículo titulado La tierra, ¿ese enemigo?— si el campo alguna vez no se cansará de soportar tanta desidia y tanto desaguisado. Recuerdo que en el citado artículo en la ya casi centenaria revista, yo decía que nuestro país, aún agrario por necesidad y tradición, había sufrido que le restáramos valores y respeto al campo. ¿No convertimos a la agricultura en un trabajo indigno al utilizarla como purgatorio de faltas y yerros? ¿No dijimos durante mucho tiempo que a mengano lo habían enviado al campo como castigo? Bueno, no es el caso estar ajustando cuentas con el pasado, pero me parece que ese pasado es aún presente por cuanto la agricultura sigue soportando el deterioro material, el menosprecio laboral y la insensatez organizativa.
Por supuesto, el discurso de Raúl el pasado 26 de Julio reavivó la importancia de la agricultura y estimuló el debate. No le resulta más positivo al país importar la leche que producirla. Si la importamos seguiremos por muchos años careciendo de ella, al menos la generalidad de los cubanos. Y como hay un debate en voz baja sobre el tema, donde las ideas aparecen, chocan, desaparecen, se golpean unas a otras, como en la canción de Sindo Garay, yo también tengo una opinión.
Me parece que al campo hay que desburocratizarlo. Organizarlo flexible y democráticamente, teniendo en cuenta que la agricultura no se ordena como una fábrica o una oficina. ¿Por qué, vamos a ver, el tabaco se incrementa? Porque se cultiva y se procesa como ha recomendado la tradición: en parcelas donde el veguero se postra ante la planta como en un acto de amor. Las grandes extensiones no son viables. Como no fue viable la esclavitud en la vega. Ah, la agricultura, en general, tiene que ser un trabajo amoroso, donde el hombre se vincule a la tierra, estimulado por la relación positiva entre el trabajo consciente, a pesar de sus rigores, y el bienestar.
Claro está que mandar en vez de facilitar; temer a los altos salarios; colmar el campo de los hábitos nocivos de los centros de trabajo urbanos; controlar a los productores, no solo de las UBPC, sino también a las CPA, como si fuesen peones; todo ese comportamiento unilateral y cómodo, claro está, ha limitado la iniciativa, los vínculos materiales y morales que el trabajador agrícola y el campesino han de establecer con su tierra.
Ahora, una opinión ha salido con eso de que los suelos están cansados. Tal vez, otra diga que no se utilizan los bueyes —los tan incomprendidos y rechazados bueyes— porque también están cansa’os... Primeramente, creo, habrá que ponerlos a producir racionalmente. Pero más que el cansancio de la tierra y de los animales ha de inquietar que los hombres se cansen de perder sus esfuerzos en la improductividad y el deterioro. Bueno, en fin, no se trata de privatizar la tierra y de convertirla en foco de conflictos, como fue desde el siglo XVI hasta 1959. La organización capitalista de la tierra no nos conviene: la historia nos lo advierte. Pero nuestra solución no puede quedarse por debajo. Ha de ser mejor.