Es una sombra. Voy y vengo de mil lugares y allí está, firme e inmutable. Pero no es propiamente la que todos conocemos, esa que refleja nuestro cuerpo justo cuando los rayos del sol nos acarician...
La sombra de la cual hablo es esa cualidad que acompaña a ciertos humanos de querer saber la intimidad de tu vida, y no precisamente porque le importe tu salud, tu familia o tu trabajo.
Es esa otra que cae como una nube de indeseables preguntas: «¿Y los novios...? ¿Sigues sola? ¿Cuándo te vas a casar? ¿Cuándo vas a parir? ¡Ya estás en los treinta...!»
Hace solo minutos estallé ante mi teclado, impotente por no poder darle un puñetazo al atrevido. ¡Y luego dicen que las mujeres somos amigas de saber! Las preguntas insidiosas del compañero —el chismoso de mi barrio—, víctima también de machistas normas sociales, colmaron mi paciencia.
¿Cuántas féminas resisten a diario semejante falta de respeto? Incluso los hombres tampoco escapan de este insidioso ¿por qué, por qué, por qué? de quien no tiene vida propia por meterse en la ajena.
Para ellos no hay fronteras en cuestiones de querer saber lo ajeno. No exagero si cuento que estuve enferma hace algunos meses y al recuperarme llovieron sobre mí expresiones como esta: «Si llega a ser otra cosa, me hubiera enterado». ¡Infiera cada quien el sentido de la palabra «cosa»!
Recuerdo otro hecho que me dejó atontada. Un día mi paso quedó paralizado ante la expresión de una vecina: «¡Ya estás embarazaaaada!» Y mire que el único indicio para incitar al grito era un gran muñeco que devolvía a su lugar después de usarlo para posar en un cumpleaños.
¿Y por qué dar explicaciones? ¿Por qué ser como quiere la gente? ¿Por qué parir o tener marido a una determinada edad solo porque otros lo consideran correcto de acuerdo con sus crianzas?
Quien pregunta, muy pocas veces valora la parte sensible de la persona. ¿Se ha detenido a pensar a qué tendría que atenerse si se encuentra frente a alguien que no puede tener hijos, ni desea tener nueva relación por haber fallecido recientemente su pareja o haber sufrido un trauma doloroso?
Y en última instancia, nadie tiene por que cuestionar: es un derecho de cada cual desarrollar su intimidad como la desee. Y no es mera expresión, pues los derechos sexuales y reproductivos están reconocidos desde hace años.
Más que respuestas, este atropello genera un sabor amargo en quienes tienen que tolerarlo a diario. A sabiendas además de que amparados en tales preceptos sociales te cuestionan tu condición de mujer o, en el otro extremo del absurdo, se preguntan «en qué andará esta mosquita muerta».
No importa en que inviertas el tiempo: si no cumples con las insidiosas premisas de hogar y familia, asoman de la nada los calumniadores, gravitan a tu lado —no importa dónde, cómo y cuándo— y te exigen de forma camuflada detalles de tu vida personal.
Y si, para aderezar el caldo, sumamos lo insoportable que se ponen ciertos hombres cuando creen que no tener pareja nos hace presas fáciles de sus libidinosos deseos, casi regresamos a la Edad de Piedra.
No cuestiono a mis coetáneas que han formado ya familia ni estoy en contra de formar una propia en el futuro, pero, ¿por qué enjuiciar tiempo y lugar para abrazar nuevas experiencias?
Otra faceta de este asunto es el sobreentendido de que por no tener «ni perrito ni gatico» estamos en la obligación de asumir cuanta tarea exista o se invente en nuestro marco social, laboral y político, olvidando no solo las capacidades necesarias para desempeñarlas, sino también las otras responsabilidades que ya has asumido con tremenda dignidad.
¿Habrá que estar casada y con hijos para evitarse tales momentos? No, gracias: prefiero descubrir caminos más provechosos antes que «armonizar» con preconceptos que nada tienen que ver con la mujer que elegí ser en estos momentos.
Con o sin sombra, determiné seguir dando de qué hablar a quienes no tienen nada que hacer. Escogí seguir amando mi mundo, y disfrutarlo hasta la saciedad.
Mi espacio, ese que ahora tengo bien delimitado, que necesito y defiendo, no lo cambio por corresponder a quienes se han quedado cortos en el concepto de mujer, creyendo que, como dice mi abuela, solo podemos ser felices teniendo hijos, marido y casa que atender.