Si el desaparecido Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes, aquel genial mexicano que interpretaba a Cantinflas, los hubiera oído... quizá se habría desmayado.
Hubiera comprobado, atónito, que muchos otros poseen una capacidad superior para urdir palabras y más palabras hueras; que miles logran saltar del verbo al sustantivo y columpiarse entre gerundios sin decir absolutamente nada.
Cuando hace unos años los miembros de la Real Academia Española de la Lengua aprobaron el término «cantinflear» lo hicieron creyendo que la manera expresiva del actor resultaba un paradigma del enredo, del hablar vacío y del disparate gramatical. Pero sucede que esos personajes de la vida real en incontables ocasiones han dejado enanito al mismísimo Cantinflas.
No hagamos el retrato intelectual ni la historia primera de estos individuos que nos asaltan a diario, en cualquier lugar, sobre todo en asambleas a teatro lleno. Expongamos, simplemente, algunos de sus textos.
Invito, por ejemplo, a descifrar esto que copié literalmente de un funcionario en una reunión «importante»: «Decirles que nosotros hemos venido evaluando los distintos indicadores en aras de consolidar los resultados y de mantener posiciones favorables, y ya decidimos un grupo de acciones importantes que den al traste con las situaciones difíciles que hemos venido presentando en el último período evaluativo».
Quisiera entender, del mismo modo, la esencia de esta otra construcción lingüística: «Se han indicado un conjunto de procedimientos que tienden a engrasar los mecanismos de control que nos fallaron anteriormente y aunque todavía tenemos debilidades en el sector, conocidas por todos, estamos seguros que podemos suplir ese bache y cumplir el tema del plan trazado».
Tal vez el creador de la oración intentaba subrayar, digo yo, que las debilidades en este tiempo son directamente proporcionales a la falta de grasa mecánica —que impide resbalar a la yuca seca— y a la existencia de baches, los benditos baches. Quién sabe.
Escrutemos una tercera frase: «En esas problemáticas han venido incidiendo distintas coyunturas objetivas y subjetivas, pero los compañeros están haciendo un gran esfuerzo, trabajando con intensidad día y noche sin descanso, buscando alternativas, por eso: repetirles aquí que venciendo este grupo de retos esperamos superar los mayores problemas y volver a estar dentro del batallón de la vanguardia»(¿?).
Acaso alguien se sonría con tales extravagancias idiomáticas. Sin embargo, a diferencia de los disparates de Mario Moreno, estos fueron concebidos con toda la seriedad del mundo, incluso con un tono solemne, no para hacer reír sino para explicar realidades inquietantes.
De modo que es un asunto que desborda lo lingüístico. Y, como diría Cantinflas en uno de sus memorables filmes, ahí está el detalle: los dichos referidos se han remachado tanto en la cotidianidad que a estas alturas pasaron sin sobresaltos al decir y —peor aún— al actuar de muchos coterráneos.
Bien nos demostraba Federico Engels la relación indisoluble, mágica entre pensamiento y lenguaje. Y oportunamente nos han enseñado los académicos de la lengua que esta refleja indirectamente las sociedades y las relaciones sociales.
¿Por qué cantinfleamos tanto? ¿Será porque las verdades claras y rotundas se nos han vuelto esquivas o molestas? ¿Será porque el hablar claro se nos ha antojado un riesgo?
De cualquier forma, hay una conclusión indiscutible: si el idioma se nos vicia siempre de «situaciones revertidas», «notables resultados», de «no defraudaremos jamás la confianza depositada en nosotros» y de una ristra de locuciones edificadas con el mismo cemento gramatical es porque la mente se nos ha estrechado demasiado, al punto de marchitarnos el criterio, la idea propia, la creación.
Si solo podemos cantinflear ante los «baches» de la vida, revelamos que la perorata dominante en la era de barricadas se ha transfigurado en el tiempo para mellarnos hoy la originalidad y la anchura de los argumentos.
Estamos dando la triste señal de que es imposible prescindir del discurso de la justificación, que justifica sin justificar lo injustificable. (¡Viva Cantinflas!)