Los sindicatos de Los Ángeles con los inmigrantes. Foto: Sylvia Hansen Si algo ha conseguido la demora del Congreso norteamericano en promulgar la esperada reforma migratoria, es demostrar que no resultaron del todo exitosas las maniobras para desarticular a un movimiento que estaba catalizando la inconformidad de distintos sectores postergados en «el país de las oportunidades», uniéndolos en lo que no pocos estimaron podría llegar a ser un peligroso sujeto contestatario al poder.
El reclamado cambio a las leyes migratorias ha sacado a la superficie, por un lado, el carácter reaccionario de quienes no solo en el legislativo quieren mano dura contra los indocumentados y exhiben acusados visos de xenofobia. Del otro, la ira de los que se oponen a la injusticia y el terror...
La propuesta de militarización de la frontera —que sin aprobación de ley alguna de todos modos está en marcha por orden presidencial—, fue la chispa que prendió las manifestaciones de mayo. A los indocumentados provenientes de todo el mundo —y no solo de América Latina—, se unieron religiosos, los negros, el creciente espectro que se opone a la guerra en Iraq, defensores de los derechos civiles, y otras agrupaciones o entidades. El rechazo a la incrementada represión en la frontera resultó en las más numerosas y sonadas manifestaciones que se hayan visto en territorio de Estados Unidos en muchos años.
Después, durante el impasse que siguió mientras las cámaras del legislativo discutían sus respectivas propuestas, vendrían las quejas de los estudiantes latinos amenazados en sus liceos por promover los paros, las denuncias de los trabajadores advertidos con el despido, las redadas contra indocumentados, así como el proyecto de ley del Senado que, al estipular distintas medidas para los ilegales según su tiempo de estancia en EE.UU. sembraba, sospechosamente, la desigualdad en el trato y, seguro, también la desmotivación de los beneficiados con el consiguiente golpe a la fuerza y la unidad de un movimiento en ciernes.
A pesar de eso, sin embargo, los inmigrantes salieron otra vez a las calles este domingo en ciudades como Los Ángeles, Chicago y California, primeros escenarios de un programa de acciones escalonado que debe concluir el día 7, en Washington, y que se ha preparado con el apoyo de importantes sindicatos y, como en mayo, otros sectores.
El propósito ha sido «advertir» al Congreso en la reapertura de sus trabajos, este martes, para que acelere la conciliación de los proyectos casi antagónicos aprobados por la Cámara y el Senado y emitan una ley justa que los legalice a todos.
Más allá de la reforma, sin embargo, puede que las demandas de los inmigrantes sigan abriendo resquicios de luz para un pueblo tan sometido a la ceguera de la manipulación como el de Estados Unidos: cuestión cardinal, porque a su beligerancia muchos adjudican buena parte de la posibilidad de lograr ese futuro distinto que necesita el mundo.