Una de las modalidades más repudiables del saqueo de que es víctima el Tercer Mundo es el robo de cerebros, aunque algunos mesurados prefieren suavizar el adjetivo y lo catalogan simplemente de «fuga».
En realidad los abismos cada vez más profundos creados entre el Norte industrializado y el Sur empobrecido han dado lugar a que el llamado Primer Mundo no pierda tiempo para acrecentar esas diferencias con una propuesta desleal: propone lucrativas remuneraciones a los científicos e investigadores que logran prepararse, a fuerza de mucho tesón, en las naciones subdesarrolladas, ahorrándose el capital invertido en ese entrenamiento, o mejor dicho robándolo a las naciones más pobres.
Podemos citar cifras al azar. En Alemania, por ejemplo, un 38 por ciento de los profesionales con categoría de doctores son de origen indio, mientras que en EE.UU. un 12 por ciento de los científicos vienen del centro y sur del continente americano.
Cuba no ha estado ajena a esta problemática. Desde 1959 y durante los primeros años de la Revolución vio partir, absorbida por EE.UU, a buena parte del personal especializado de la Isla, sobre todo médicos, cuando entre otras incitaciones sucumbían a la verborrea del «sueño americano».
Desde entonces, con enormes sacrificios y muchas veces reduciendo presupuestos de otros sectores, el Estado cubano se dio a la tarea no solo de formar especialistas cubanos de altísimo nivel académico en muchas y nuevas esferas del desarrollo científico, sino que también ha formado, pulido, entrenado talentos de muchas otras naciones del mundo con un criterio verdaderamente altruista.
Las becas que Cuba otorga gratuitamente están destinadas, en todas sus aristas, a la formación de profesionales de alto nivel para el Tercer Mundo, lo que se corrobora con el hecho de que más del 70 por ciento de los graduados proceden del continente africano.
Y justamente, uno de los preceptos fundamentales para otorgar una beca a un estudiante extranjero es el compromiso de estos de regresar a sus países de origen, una vez terminados los estudios, para revertir allí los conocimientos adquiridos en la Isla.
Sin embargo, según se denunció recientemente en la XVI Conferencia Internacional sobre SIDA, el drenaje de cerebros que practican los poderosos está dando lugar a que en África, un continente con un alto porcentaje de pobreza y con índices elevados de casos de VIH, apenas existan médicos y enfermeras entrenados para tratar a pacientes con estos y otros padecimientos porque la mayoría ha emigrado a naciones desarrolladas. Los médicos salen de países como Uganda, Ruanda, Tanzania… También de Malawi, país de una alta incidencia de SIDA y donde solo se puede tratar al uno por ciento de la población infectada.
Instituciones calificadas consideran que, en estos momentos, en el continente negro se necesitan cerca de un millón de personas capacitadas para combatir la crisis provocada por la pandemia.
Otro dato significativo: tres de cada diez médicos graduados en Ghana parten a Europa o a EE.UU.; mientras que en Sudáfrica, 37 por ciento de los doctores localmente entrenados ahora están trabajando fuera del país.
Europa es uno de los receptores más «eficaces» de cerebros del Tercer Mundo. Un ejemplo claro de esto salió a la luz pública en abril de este año cuando el ministro del Interior galo, Nicolás Sarkozy, propuso aumentar las visas que otorgaría Francia en sus embajadas y consulados en África, pero siempre con una condición: serán otorgadas a quienes tengan una educación superior... Sobran los comentarios.