El acercamiento del Gobierno ucraniano a la OTAN ha tenido consecuencias nefastas a nivel militar, geopolítico y económico. Autor: France 24 Publicado: 13/07/2024 | 08:40 pm
Una parte del orbe se está convirtiendo en un arsenal que engorda al calor del conflicto en ucraniana. ¿O tras su mampara?
Está claro que el primer propósito de Occidente a la vista es asestar un golpe demoledor a Moscú. Pero eso pareciera agua pasada, de acuerdo con lo acontecido en los días recientes.
Representados en su ala militar por la Alianza Atlántica, los poderes que han sido omnímodos desde la caída del Muro de Berlín y el resto de los derrumbes consecuentes llevan a cabo un rearme que satisface los intereses de las corporaciones productoras de armamentos. Ello, sin embargo, no es exactamente novedoso ni resulta lo único preocupante, sino el reacomodo de sus líneas estratégicas.
Occidente no quiere ceder terreno. Si bien expertos e investigadores señalan desde marzo de 2022 —apenas un mes después de las primeras
acciones militares de Rusia en el Dombás— una espiral armamentista que dedicó millones de euros del Viejo Continente al desarrollo de nuevas tecnologías de defensa, con el involucramiento de empresas dedicadas al comercio de armas —según lo reveló en esa fecha un enjundioso estudio publicado por TNI.org—, ahora se trata de una «filosofía defensiva» que delimita, aunque sin nombrarlos exactamente así, a aliados y enemigos.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) está redefiniendo su espacio y redelineando su rol al mismo compás con que las naciones emergentes se unen y fortalecen, y permiten hablar hoy de un mundo en tránsito a la multipolaridad. El cambio en gesta visto como sombrilla protectora para el Sur también augura peligros.
Todo apunta a un auge armamentista y una vuelta de la guerra fría… que ahora no tiene tan bajos grados. Existe una confrontación que apunta en espiral, cuando Occidente sigue entregando armamento a Ucrania y la autorizan a usarlo contra localidades de Rusia que se estime que participan en
la contienda, mientras Moscú considera esa injerencia como actos de agresión de aquellas naciones contra su territorio, y promete respuesta.
El bombardeo hace cuatro domingos de una playa llena de vacacionistas en la ciudad rusa de Sebastopol, que dejó cuatro civiles muertos, fue una señal de alarma. Para el ataque, las fuerzas ucranianas usaron misiles estadounidenses.
Pese a que la guerra se ha desatado, esencialmente, por el peligro que ha significado la expansión de la OTAN a las puertas de Rusia y la anunciada, aunque no concretada, entrada de Ucrania a ese conglomerado militar, es la Alianza la que vuelve a calificar a Rusia como una amenaza.
La tribuna desde la cual se oficializó esa postura ha sido la cumbre celebrada esta semana en Washington, cuya declaración conjunta, explícita en sus más de 30 postulados, no solo «advierte» a Moscú, y dedica tres de sus gruesos párrafos a la amenaza a la seguridad euroatlántica que, afirma, representaría China, tanto por su desarrollo cibernético como espacial, al tiempo que la ubica como «un facilitador decisivo» en la guerra en Ucrania.
De ello da fe la guerra comercial y tecnológica desatada por Washington contra Beijing, que fue la primera en refutar las acusaciones mediante declaraciones del portavoz de la Cancillería, Li Jian, quien dijo que Occidente exagera las tensiones en Asia y el Pacífico y habla con mentalidad de guerra fría.
«La llamada seguridad de la OTAN se basa, la mayoría de las veces, en la inseguridad de otros», afirmó el vocero. «Muchas de sus preocupaciones en materia de seguridad son de origen propio».
«Crear enemigos imaginarios para justificar su existencia y actuar fuera de su área es la táctica preferida de la OTAN», añadió.
Pero Belarús y la República Popular Democrática de Corea, otros dos países clave que han ratificado su asociación estratégica con Rusia, también tienen espacio en el texto, así como Irán, naciones consideradas todas, de un modo u otro, sostenes de Moscú en el actual conflicto bélico, o posibles rampas de lanzamiento que podrían atentar contra la seguridad euroatlántica.
De ese modo, queda delineado en blanco y negro, por primera vez en los últimos tiempos, la conformación de bloques que, realmente, han ido dibujando un nuevo panorama geoestratégico.
Si bien los nexos reforzados por Rusia con sus aliados deben interpretarse como un esfuerzo de disuasión frente a la real amenaza que representa el involucramiento de Occidente en su conflicto con Ucrania, lo cierto es que, ante ello, la Alianza Atlántica ha endurecido el discurso.
«El comportamiento de Rusia no disuadirá la determinación y el apoyo de los aliados a Ucrania», afirma el texto final de la cumbre, y anuncia que para su próxima cita desarrollará «recomendaciones sobre el enfoque estratégico de la OTAN hacia Rusia, teniendo en cuenta el cambiante entorno de seguridad».
Ello augura la continuación de tensiones y, por tanto, ningún deseo ni expectativa de Occidente acerca de la posibilidad de una salida negociada en torno al Dombás.
Actitud a tomar en cuenta más allá de las naciones mencionadas es la reiteración, al anunciar las directrices de la Alianza, de darle a estas «un enfoque de 360 grados», lo que implica la facultad que se atribuye la OTAN de actuar donde quiera que lo estime, si es que considera en peligro su seguridad.
LEJANA LA PAZ
También la óptica con que la Cumbre contempló el conflicto parece cerrar el paso a una eventual salida negociada.
Y no solo porque estipula el propósito de otorgar a Kiev «asistencia de seguridad» sobre «una base duradera» que contempla un financiamiento básico de 40 000 millones de euros durante el próximo año, lo que augura que el conflicto se extienda hasta allá.
Además, reivindica con respecto a Ucrania lo que llama «sus fronteras internacionalmente reconocidas», como contribución a «la seguridad euroatlántica». Ello desconoce el aspecto que Moscú considera principal para una negociación: tomar en cuenta las declaraciones de adhesión a Rusia aprobadas por Crimea, Donetsk y Lugansk.
Mientras, el compromiso de incorporar a Ucrania, chispa que desató la reacción de Rusia, sigue pendiente, pues la OTAN solo ha suscrito que apoyará a Kiev «en su camino irreversible hacia la plena integración euroatlántica», y que podrá invitarla «para unirse a la Alianza cuando los aliados estén de acuerdo y se cumplan las condiciones».
Esa promesa está costando cara. Y no solo a Ucrania.