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Libre en Honduras: a la tercera, ¿la vencida?

 El partido que nació de la resistencia al golpe de 2009, vuelve a pugnar por la presidencia

Autor:

Marina Menéndez Quintero

SI bien es plausible y hasta lógico, suena inconsecuente el pedido de «transparencia y paz» que el secretario de Estado adjunto de EE. UU. para el Hemisferio Occidental, Brian Nichols, ha hecho a las autoridades de Honduras en vísperas de las elecciones presidenciales del domingo: pocos pasan por alto que el país sería otro sin el golpe de Estado que depuso a Manuel Zelaya en 2009. Y pocos ignoran el respaldo que, por medio del «dejar hacer», la asonada halló en las autoridades estadounidenses.

Documentos desclasificados por Washington casi una década después y analizados por catedráticos del Centro de Investigación Política y Económica (CEPR) con sede en esa ciudad, notificaron que, mínimamente, el Embajador de Estados Unidos en Tegucigalpa conocía del golpe con antelación a la noche del 28 de junio, y que fue puesto sobre aviso también antes de que Manuel Zelaya, en pijama y a punta de ametralladoras, fuera montado en un avión por los militares hondureños, con destino al exilio en Costa Rica.

El día en lo convirtieron casi en convicto, Zelaya, un liberal proveniente de la política tradicional que, sin embargo, bregó contra la desigualdad social y entendió los propósitos integracionistas y antiimperialistas regionales, se proponía consultar a la población acerca de una nueva Carta Magna, colocando una cuarta urna a las establecidas para las elecciones generales que tendrían lugar en esa jornada.

Ese fue el pecado capital que desató la asonada.

La historia, todavía muy reciente, viene a colación no solo porque aquella destitución mediante la fuerza bruta fuera la primera del nuevo aunque enésimo capítulo de golpes promovidos o apoyados desde Estados Unidos en América Latina, para impedir los modelos de corte social y progresista que ahora son socavados por Washington mediante métodos «no violentos» y las llamadas guerras de cuarta generación.

Además, esa asonada impidió el cambio para dejar el rumbo oligárquico y semifeudal vigente en Honduras, y constituyó un parteaguas en la vida nacional que ha definido, en buena medida, lo que acontece hasta ahora.

La desigualdad ha seguido engendrando violencia, hay impunidad, y muchos hasta consideran a Honduras un «narcoestado». Por primera vez, Washington le ha puesto, también, tal cuño.

Solo durante las semanas previas a estos comicios, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos de la ONU había documentado 63 casos de violencia que incluyen 29 asesinatos.

Según informó el Banco Mundial en mayo, la violencia, en general, era responsable allí de más de 38 homicidios por cada cien mil habitantes hasta el año 2018, una de las tasas más altas de la región, aunque para entonces había bajado del pico que ostentaba, de 83 por cada cien mil.

Pero no se trata solo de la violencia «callejera» y delincuencial. Tras las acusaciones de fraude que siguieron a las elecciones de 2017, más una decenas de personas resultaron muertas por la represión de las protestas.

Y a pesar de que su crecimiento económico, dice el Banco Mundial, fue el mayor de Centroamérica solo superado por Panamá hasta la llegada de la Covid-19 y los huracanes Eta e Iota, casi la mitad de la población vivía en la pobreza y el 14 por ciento, en la pobreza extrema.

¿Cuáles serán esos índices hoy, después del azote de los ciclones y el de la pandemia?

Las proyecciones del Banco «sugieren» que más de 700 000 hondureños podrían ser incluidos en la lista de nuevos pobres.

Esa falta total de oportunidades para llevar una vida digna y en paz social ha sido acicate para la emigración ilegal, que ha tenido su más visible exponente en las llamadas caravanas centroamericanas. Enrolados en ellas, miles de habitantes del istmo, fundamentalmente hondureños, buscan más seguridades en el Norte.

Según reportó la agencia alemana DW en mayo, unas 300 personas emprendían cada día, por entonces, el peligroso trayecto de más de 2 000 kilómetros hasta la frontera de México con Estados Unidos.

«Después de todo, para muchos de los casi diez millones de habitantes de Honduras, cualquier cosa es mejor que quedarse en casa. Porque viven en un país sin mucha perspectiva, desgastado por la desesperanza económica y la corrupción, el narcotráfico y las bandas de delincuentes», apuntó el despacho.

Nuevos actores políticos

Entre tanta pena, si algo puede contribuir a alimentar las esperanzas de los hondureños después del mandato frustrado de Zelaya y el golpe, es la ruptura del bipartidismo tradicional mediante el cual las familias poderosas, alineadas con el Partido Liberal o el Nacional, compartieron el poder económico y político durante décadas.

Por tercera ocasión, esa ruptura, que ya es ostensible con la aparición de nuevas fuerzas políticas en el Parlamento, podría observarse en la presidencia.

El Partido Libertad y Refundación (Libre), ahora en alianza casi recién fraguada con una agrupación muy nueva, Salvador de Honduras, conforman la coalición Unidad Opositora de Honduras y puntean, según las encuestas, para las presidenciales del domingo.

De la honestidad de Libre podría hablar, mejor que nada, su surgimiento.

De las amplias masas que se opusieron al golpe nació el Frente Nacional de Resistencia Popular como un movimiento social. Poco después el Frente fundó Libre, como el brazo que los representaría en el plano político.

Xiomara Castro, postulada por esa agrupación, es la candidata que amenaza con llevarse la mayoría de los votos, que en Honduras basta con que sea simple para ser proclamado presidente, pues no es necesario el 50 por ciento más uno.

La acompaña como primer candidato a una vicepresidencia, Salvador Nasralla, quien denunció fraude cuando en 2017 se postuló por la propia Libertad y Refundación y perdió la presidencia por un cuestionado 0,9 por ciento de votos de diferencia que se estableció, además, después que el conteo lo beneficiaba por cinco puntos porcentuales, a lo que siguió un sospechoso apagón informático de varias horas.

Antes, en 2013, Xiomara Castro había sido la candidata de Libre, pero fue superada por Juan Orlando Hernández, del Partido Nacional, quien cuatro años después repetiría y ganaría la reelección frente a Nasralla.

No obstante, Libre llegó al Parlamento y se ubicó como la segunda fuerza política de importancia en Honduras.

Ahora Nasralla ha depuesto su candidatura presidencial al frente del partido Salvador de Honduras, en favor de Libre. Juntas, ambas agrupaciones conforman la Unidad Nacional Opositora de Honduras, con la que esperan sacar del poder al Partido Nacional e impedir el arribo de otras fuerzas de derecha.

Por el partido ahora en el poder se postula Nasry Asfura, actual alcalde de Tegucigalpa y a quien los sondeos ubican en segundo lugar y, en tercero, va en las encuestas Yani Rosenthal, del Partido Liberal, quien ha sido postulado a pesar de que cumplió una condena de tres años en Estados Unidos por lavado de dinero del narcotráfico.

Coordinado por Manuel Zelaya, Libre habla en su programa de la necesidad de refundar el país y de democracia participativa como pilar central de su gobierno; estima necesaria una Asamblea Constituyente y proclama sin temor la búsqueda de un Estado socialista democrático.   

Xiomara Castro ha prometido «recuperar la paz, la justicia y la igualdad», pues da por sentado que a partir del día 28 de noviembre «comienza una nueva Honduras».

Ciertamente, el país podría empatar el hilo roto por el golpe, y seguir escribiendo el capítulo distinto de su historia cercenado en 2009.

Asi queda la papeleta para las elecciones presidenciales del 28 de noviembre Foto: El Heraldo de Honduras

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