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Otra excusa de EE. UU. que se deshace

Después de un presunto abandono de la táctica de Donald Trump que apostó a la agresión descarnada y al uso de Juan Guaidó como títere de la injerencia, la Casa Blanca ha vuelto a manifestar su respaldo al autotitulado «presidente interino»

Autor:

Marina Menéndez Quintero

La postulación de la oposición derechista dura negada antes a reconocer el orden institucional; veedores de la Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas y el Centro Carter que por primera vez observarán, y la participación de más de 70 000 candidatos que representan un abanico multicolor de organizaciones políticas y sociales locales, constituyen los ejes más descollantes de las elecciones regionales en Venezuela.

Aunque muchos predicen que ganarán los aspirantes del Polo Patriótico, donde otra vez de manera unida concurren el gobernante PSUV y las fuerzas allegadas al chavismo, pudiera decirse que la principal victoria de los comicios de este domingo ya ha sido obtenida: una reafirmación de la democracia y la institucionalidad venezolanas que debiera echar por tierra nuevas agresiones.

Pero, cuidado, porque la administración de Joe Biden sigue dando señales equívocas. Después de un presunto abandono de la táctica de Donald Trump que apostó a la agresión descarnada y al uso de Juan Guaidó como títere de la injerencia, la Casa Blanca ha vuelto a manifestar su respaldo al autotitulado «presidente interino».

Aparentemente forzado por la interpelación insistente y hasta cuestionadora de la congresista reaccionaria María Elvira Salazar, según se les vio en un fragmento de video en Twitter, el subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, Brian Nichols, dijo en una comparecencia ante el Subcomité de Exteriores de la Cámara de Diputados esta semana que «nosotros reconocemos al presidente interino Juan Guaidó y su gobierno» y «no esperamos ningún cambio en ese sentido».

La insistencia en una carta que hace rato probó su ineficacia solo muestra, sin embargo, la falta de alternativas del equipo Biden en la triste misión a que le sigue forzando la ultraderecha floridana —como está ocurriendo con Cuba— de defenestrar al Gobierno legítimo de un Estado soberano. En este caso, el venezolano.

Aunque ello significaría que no hay espacios en Washington para el justo levantamiento de las sanciones que asfixian a Venezuela, lo cierto es que a la Casa Blanca le quedan cada vez menos excusas para justificarlas, mientras el Estado que dirige Nicolás Maduro gana espacios en la disputada opinión pública internacional.

En esa dirección navega la presencia como veedora de la Unión Europea, con resabios y contradicciones, y el de una institución de prestigio como el Centro Carter, entre un total de diez misiones internacionales. Esperemos que haya fidelidad en las apreciaciones y no se traicione la confianza del Consejo Nacional Electoral (CNE) con algún coletazo manipulador y tendencioso…

Además, estará un grupo de personalidades acompañantes independientes.

A ello se suma la variopinta presencia en las boletas del  espectro de organizaciones que postula; muestra de amplia participación popular en detrimento de esa «falta de democracia» y actitud «dictatorial» con que Washington sataniza a Caracas y «argumenta» el asedio.

La prepotencia y el desconocimiento del Derecho Internacional puede condicionar que, aun así, Washington no levante las medidas punitivas, pese al trabajo arduo que ha desplegado el chavismo en favor del diálogo y la negociación, cuyos encuentros en México están lamentablemente interrumpidos, de momento, por el secuestro del diplomático venezolano Alex Saab y las falsas acusaciones que han facilitado su extradición alevosa a Estados Unidos como un vulgar reo.

La reelección de la Asamblea Nacional con participación de la derecha moderada, primero, y la renovación del CNE, entre otras decisiones, han sido claves para conseguir los pasos hacia la paz que, pese a todo, se constatan. Este será uno más. Otra falsa excusa de EE. UU. para justificar la agresión, que se deshace.

Lo contante y sonante

Claro que si aquellas son las pautas de donde pueden valorarse los éxitos desde el punto de vista estratégico, hay también derroteros en la lid electoral de hoy que no son menos importantes.

Se escogerá a 23 gobernadores, 335 alcaldes, concejales así como diputados locales, lo que significa volver a colorear el mapa político nacional, y poner a disposición del electorado la escogencia de las autoridades allí, en el estado y hasta en la remota comarca donde deben seguirse materializando las políticas que emanan de Miraflores.

Tras las regionales de 2017, el chavismo ganó 19 de las 23 gobernaciones y un entorno del 90 por ciento de los 335 municipios.

Ese es el caudal político local otra vez en juego. La oposición de derecha entonces no participó. Ahora lo hace, pero sin conseguir en todas partes la postulación de candidatos unitarios, pues las contradicciones internas, empezando por la propia participación en los comicios, volvió a asestarles el golpe de la división, y la conciencia de que separados poco lograrían, los penetró tarde.

Desarticulado por esos mismos entuertos el núcleo duro derechista que conformaba el llamado G4 (los partidos Voluntad Popular, Un Nuevo Tiempo, Acción Democrática y Primero Justicia), los más sensatos entre sus dirigentes apostaron a la unidad y consiguieron la inscripción de la otrora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) que antes reunió a toda la derecha.

Pero el propósito no ha cuajado. En muchos lugares ese intento de alianza revitalizada propone a un candidato, y representantes de partidos que incluso forman parte de ella, se inscribieron de modo independiente y postulan otro. Ello dividirá los eventuales votos con que cuente esa tendencia opositora y confundirá al electorado.

Aunque hay lugares donde puede cambiar el color, hasta los enemigos del chavismo opinan que el mapa de Venezuela seguirá siendo «rojo, rojito».

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