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Muerte sobre las fábricas de muerte

Industrias bélicas, prioridades de Estados Unidos para su reapertura económica en medio de la pandemia de la COVID-19, pues el presupuesto del Pentágono prosigue su desquiciado aumento

Autor:

Juana Carrasco Martín

Podrían ser las fábricas de implementos agrícolas, pero no es el caso. Debieran incrementar las medidas de protección para los trabajadores de las industrias empacadoras de carnes, de los empleados en los supermercados, o para los trabajadores agrícolas, pero tampoco es la intención.

Ni siquiera hay un rasero igualitario para los trabajadores de la salud, y los negros y latinos se infestan por el nuevo coronavirus tres veces más que sus contrapartes blancos, comprobó un análisis del diario The New York Times sobre los  registros de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, conocidos por las siglas CDC.

El estudio también encontró que los trabajadores de esas minorías tenían un 20 por ciento más de probabilidades que los trabajadores blancos de cuidar a pacientes sospechosos o confirmados positivos de Covid. La tasa subió al 30 por ciento específicamente para los trabajadores negros. Además, también reportaron equipos de protección (EPP) inadecuado o reutilizado a una tasa 50 por ciento superior a la que informaron los trabajadores blancos. Para los latinos, la tasa era el doble que la de los trabajadores blancos.

Aun cuando no ha concluido la pandemia del SARS-CoV-2, y por el contrario hay un resurgimiento de la infección en aquellos estados que festinadamente flexibilizaron o levantaron las restricciones de distanciamiento social o físico —para ser más exacta—, los que se pusieron en movimiento económico trajeron, en no pocos de los casos, una prioridad que proyecta buenos tiempos para… el Pentágono y la industria bélica.

NI Eisenhower es tomado en cuenta

La realidad sobrepasa a la lógica en la administración Trump y hacer dinero sigue siendo el interés y no el velar por la vida de las personas, por eso se solivianta la seguridad nacional, dejando de un lado un combate total frente al enemigo pandemia SARS-CoV-2 y siguen apostando por una guerra, o todas las necesarias, en cualquier lugar del mundo contra un supuesto enemigo que les permita fabricar bombas y equipamiento bélico de todo tipo.

Cuando los números de contagiados y fallecidos en Estados Unidos son aterradores —4 941 796 personas infestadas, así que probablemente este domingo ya llegue a los cinco Millones—, el Congreso ya discutió el presupuesto del Pentágono, y recordamos que el senador independiente Bernie Sanders, publicó una opinión en The Guardian, en la cual presentaba un panorama cierto, una advertencia y un llamado:

«En este momento sin precedentes de la historia de Estados Unidos —una terrible pandemia, una crisis económica, gente que marcha por todo el país para poner fin al racismo sistémico y la brutalidad policial, la creciente desigualdad de ingresos y riqueza y un presidente inestable en la Casa Blanca— ahora es el tiempo de reunir a la gente para alterar fundamentalmente nuestras prioridades nacionales y replantearse la estructura misma de la sociedad estadounidense».

El caso es que aprobaron gastos por 740 000 millones de dólares e hicieron caso omiso a la propuesta de Sanders de rebajar el diez por ciento y destinarlo a solucionar necesidades de los más desfavorecidos de la población estadounidense, lo que hubiesen sido 74 000 millones para vivienda, educación y salud, fundamentalmente, y eso que el senador de Vermont citó a un héroe republicano, el general Dwight Eisenhower, quien dijo en el año 1953: «Cada arma que se fabrica, cada buque de guerra lanzado, cada cohete disparado significa, en el sentido final, un robo de aquellos que tienen hambre y no son alimentados, los que tienen frío y no están vestidos. Este mundo en armas no está gastando dinero solo. Está gastando el sudor de sus obreros, el genio de sus científicos, las esperanzas de sus hijos».

La actual circunstancia es mucho más crítica: un cuarto de la población estadounidense vive de salario en salario, y ahora del cheque de subsidio por la pandemia, que en julio todavía no ha aprobado el Congreso; entre 22 y 40 millones temen el desalojo por no poder pagar la renta, también son 40 millones los que viven en la pobreza y 87 millones carecen de seguro de salud adecuado.

No es Sanders el único ocupado en el malgasto. El representante demócrata por California, Rohit Khanna propone que el dinero para la «modernización» de los misiles balísticos intercontinentales vaya a la investigación de la vacuna anti-Covid; y la también legisladora demócrata por ese estado, Barbara Lee, pide que se recorte en 350 000 millones el presupuesto para las guerras.

Ni Eisenhower pudo cambiar al complejo militar-industrial del cual alertó, y menos aún lo logran Sanders, Khanna y Lee, aunque apelen a la emergencia provocada por el nuevo coronavirus, cuando el Presidente del país, Donald Trump, disminuye a diario magnitud y letalidad de la pandemia y solo se aprovecha de ella para conducir la situación en aras de reelegirse en noviembre próximo.

Entre sus más recientes expresiones manipuladoras están el asegurar que los niños «son prácticamente inmunes» a la COVID-19, y casi asegurar que tendrán una vacuna salvadora para el 3 de noviembre —día de las elecciones— porque él lo está impulsando con todas sus fuerzas, aunque dice que no es para ganar en las urnas, él quiere salvar vidas…

Trump, quien desde hace rato busca exclusividad de las posibles vacunas, en mayo anunció que la tarea enorme de entregar la vacuna estará en manos de los militares de conjunto con los CDC. Entonces decía que sería a fines de año, pero las circunstancias nada a su favor que rodean la campaña electoral, le ha llevado a esa apresurada declaración de que en noviembre tiene la salvación del mundo en sus manos… 

Los militares y la COVID-19 

Hay una realidad, en estos momentos tan dramáticos y cuando el enemigo número uno debiera ser la pandemia, el Departamento de Defensa no rinde cuenta de sus gastos, mientras sus contratistas hacen enorme ganancias, como siempre, amparados por una circunstancia que destacan desde hace mucho los críticos al sistema: los principales receptores de las contribuciones de las industrias bélicas a sus respectivas campañas electorales son los miembros del Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes y del Senado.

Para colmo, el nuevo coronavirus ha servido para que los fabricantes de armas reciban también compensaciones por supuestas perdidas en sus ganancias. Por ejemplo, General Electric, que ha cesanteado al 25 por ciento de su fuerza laboral, recibió 20 millones de dólares para ampliar su desarrollo de «técnicas avanzadas de fabricación», y Spirit Aerosystems recibió 80 millones de dólares para ampliar su fabricación nacional tras despedir a 900 trabajadores.

Algunos analistas advierten que los gastos militares podrían reducirse si no se dispusiera de los miles de millones que se gastan en la nueva Guerra Fría con China; si no se siguiera complaciendo las solicitudes del Pentágono para comprarle a Lockheed Martin los controversiales y a todas luces imperfectos aviones de combate F-35; o en el nuevo invento guerrerista de Trump, la Fuerza Espacial.

En el desperdicio entran el programa de submarinos nucleares de 126 000 millones de dólares de General Dynamics Electric Boat, el nuevo portaaviones de la clase Ford, construido por Huntington Ingalls por 13 200 millones de dólares y su sistema de lanzamiento que sigue sin lanzar, pero le da  ganancias a la General Atomics (por cierto, Bloomberg informó que los inodoros de la nave se obstruyen con frecuencia y sólo se pueden limpiar con ácidos especializados que cuestan alrededor de 400,000 dólares por lavado…).

La tupición u obstrucción es mayor en esas prioridades del Pentágono, cuando se conoce por un artículo de junio pasado en Tom Distpach, que en febrero de 2018, la Oficina de Responsabilidad Gubernamental, que hasta cierto punto fiscaliza los gastos federales, advertía que el sistema de salud del Departamento de Defensa carecía de la capacidad para manejar necesidades rutinarias y menos aún las emergencias de la guerra, y dentro del presupuesto militar en continuo aumento, la atención medica militar prácticamente no ha crecido nada.

Los 41 361 individuos vinculados al Departamento de Defensa, tanto militares como empleados civiles, contagiados con la COVID-19, y en un personal en su mayoría en las edades de 18 a 24 años no hemos encontrado el numero reconocido de muertes, ¿serán la parte humana y desechable de ese «descuido» presupuestario?

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