Amenazas, aspavientos y mentiras en el centro del espectáculo de Trump Autor: Juventud Rebelde Publicado: 12/07/2020 | 02:13 am
El informe del Departamento de Salud del estado de la Florida apuntó que el 27,8 por ciento de las personas que se hicieron la prueba de la COVID-19 el viernes 10 de julio, dieron positivo a la enfermedad. La semana anterior ese índice de positividad a la pandemia fue de 14,10 por ciento.
En totales, hasta ese momento, 244 000 floridanos se habían infestado y 4 101 eran los fallecidos. Miami-Dade contaba 58 340 contagiados y 1 118 decesos, mientras el condado de Broward le seguía los siniestros pasos con 26 705 casos y 438 muertes.
Ese viernes 10 de julio, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, llegó a la Florida. Cualquiera pudiera sostener que lo hizo para analizar con las autoridades qué medidas tomar, cómo enfrentar la enfermedad y su crecimiento a saltos, responder desde el poder federal a las necesidades de una población que en algunos condados está entre las de mayores edades del país, por tanto en mayor riesgo mortal.
Trump no llevaba mascarilla cuando aterrizó en el aeropuerto de Miami y tampoco la utilizó en la estadía. Su propósito era a careta quitada y el coronavirus era el gran ausente, lejos de su programa de trabajo y su interés como mandatario.
La visita relámpago estaba destinada a desatar tormentas, rayos y centellas contra Venezuela y Cuba, y también para recolectar dólares contantes y sonantes, aunados en el esfuerzo de conquistar un estado péndulo y con ello garantizarse la reelección.
Amenazas, aspavientos y mentiras en el centro del espectáculo
Primero se dirigió al cuartel general del Comando Sur para analizar la lucha contra los carteles de la droga que tienen como cloaca y principal clientela a los adictos de la sociedad estadounidense. Pero ni siquiera salió a relucir el término Colombia como principal proveedor, que lo es.
En la fantasiosa tergiversación de la realidad, la Venezuela bolivariana fue la principal acusada de narco-estado, falso argumento que les permita, cuando estimen favorecedora una provocación, una intervención pirata en el Caribe, en la cual perfilan a Cuba como el otro adversario a sofocar.
«Estamos luchando para liberar a Venezuela, para liberar a Cuba», era la manida afirmación presidencial.
«Tenemos bajo control la situación, sabemos lo que estamos haciendo y quiero agradecer al Comando Sur y a Mario Díaz-Balart por su trabajo en este apartado», agregaba y volvía a la carga en la segunda parada en la agenda trumpiana, que también estaba en Doral, en una mesa redonda sobre Venezuela en la Iglesia Doral Jesus Worship Center.
Entre el cielo y la tierra, el señor de la Casa Blanca dejaba estampada su afiliación terrorista —lo que es un pase al infierno—, porque dicha iglesia trasunta el vínculo con Alexander Alazo Baró, el atacante a la embajada de Cuba en Washington, el pasado 30 de abril, y ahora la prefería como sede para redefinir planes contra el presidente Nicolás Maduro, y al mismo tiempo, cortejar un voto latino que le es escurridizo en el país, pero que quiere asentarlo con los contraextremistas de Venezuela y Cuba.
«Hemos impuesto sanciones históricas al régimen de Maduro, y terminé la venta de Obama-Biden al régimen de Castro en Cuba», dijo Trump en aquella mesa redonda. «Hemos sido muy fuertes con Cuba», subrayaba vanagloriándose de su infamia, endurecimiento del bloqueo, crimen alevoso y premeditado que se ensaña con 60 años de dolor para los cubanos y 60 años de fracasada obsolescencia.
El mercenarismo habló en inglés para darse a entender mejor en su mensaje genuflexo y sellar de esa manera cómo la sumisión mutila el alma que deja de ser cubana, de tal manera que esa señora, Rosa María Payá, le pidió a «su presidente» que cerrara más a Cuba y enjuiciara a los líderes del pueblo y de la Revolución continuadora. «Gracias, señor Presidente, por reunirse con nosotros hoy, por su amistad y por apoyar al pueblo cubano, que quiere ser libre para decidir su propio destino», expresó. Su intervención era escuchada por otros serviles, como el terrorista del Directorio Democrático Cubano, Orlando Gutiérrez.
Y ahí están desde el imperio, repitiendo el mismo guión contra Venezuela.
Perro huevero, aunque le quemen el hocico, diría mi abuela. De manera que el Donald —arrobado en esta ocasión por palabrejas tan mezquinas— apuesta una y otra vez por los mismos números tratando de salir airoso en su quisicosa electorera.
A sabiendas de que el dinero abre puertas, y él la quiere de par en par el 3 de noviembre, completó el periplo floridano en Broward, para recaudar fondos.
Luego del fracasado mitin de Tulsa a estadio más que medio vacío, y ni se sabe cuántos mordidos por la Covid, prefirió un encuentro más íntimo, con fuertes financistas de su campana que debían pagar la entrada a la cena privada en Hillsboro Beach, con 580 000 dólares por pareja, certificación a las claras de lo que se sabe y se dice: «gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos».
Su rival, Joe Biden, dijo que la visita de Trump a Miami era solo «una oportunidad de foto y una maniobra de distracción de los fracasos» de su respuesta a la pandemia.
Sin embargo, de este lado nos lo tomamos más en serio y nunca hemos mirado al toro desde la barrera por más oportunismo electoral y suma de votos que demuestre, parezca o sea. Seguimos en la lucha, conscientes de lo que somos, el alma de la nación cubana.
Entonces, mirando hacia noviembre le recordamos que nos debe, como mínimo, una respuesta: ¿Cuál es su complicidad en el ataque terrorista contra nuestra embajada en Washington? Y desde la tierra bolivariana se escucha el dicho popular «el que se mete con Venezuela, se seca».