Realmente, lo que se ha formado en Washington con la llegada a la presidencia del país de un personaje como Donald Trump, va más allá del caos. Como no saben cómo hay que funcionar con él ni cómo tratarlo, Trump ha enloquecido a la prensa, al Congreso, a los organismos de inteligencia y de seguridad, a la Casa Blanca, a los ministros, a los demócratas y también a los republicanos, etc.
Los ataques del Presidente contra el Ministerio de Justicia y por ende, al FBI, van mucho más allá de lo mínimamente racional. Trump no pasa dos semanas sin atacar al Secretario de Justicia. Lo humilla públicamente, lo ofende diciendo que es un incapaz y que fue un gran error de su parte el haberlo escogido para el cargo. Hace solo unos días lo volvió a criticar estando en Europa, a miles de kilómetros de la capital norteamericana. Pero no solamente lo hace con el Ministro, sino también con el Viceministro, el hombre que se hizo cargo de la investigación contra Rusia y que nombró a un fiscal especial para que llevara a cabo en profundidad las investigaciones.
Al FBI lo critica por la mañana y lo vuelve a atacar por la tarde. Es casi increíble que un presidente la emprenda contra su organismo de seguridad que lo único que ha estado haciendo, es cumpliendo con su deber. Cualquiera puede tener una opinión sobre lo que es el FBI, pero es innegable que se trata de una institución profesional que se dedica a defender la seguridad del país. Por supuesto que no hay nada oculto en las intenciones del Presidente de destruir la credibilidad de la misma. El razonamiento es sencillo: al destruir la credibilidad de ese organismo se destruye la credibilidad de las investigaciones que estén llevando a cabo y desde mucho antes de las elecciones de 2016, en las que Donald Trump salió electo presidente de Estados Unidos, el FBI comenzó una investigación sobre la posible participación de los organismos de inteligencia de Rusia en esas elecciones. Hace solo unos días se llevó a cabo una audiencia en la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes, en la cual se formó tremendo guirigay, durante el cual tanto republicanos como demócratas se ofendían unos a otros a grito limpio. Allí, los republicanos plegados a Trump quisieron hacer trizas al agente del FBI Peter Strzok, quien hasta mediados del año pasado fungía como jefe de la sección de contraespionaje del FBI y segundo jefe de la División de Contrainteligencia del organismo.
Strzok, quien fue uno de los que comenzó la investigación sobre Rusia, fue destituido de la misma por haberse encontrado ciertos correos electrónicos que él le escribió a su amante durante la campaña presidencial y en los que criticaba a Donald Trump y lo calificaba como un individuo que no tenía ninguna condición favorable para llegar a ser presidente de Estados Unidos. Eso le bastó a los congresistas republicanos para realizar la audiencia, la cual tenía el fin, muy bien definido, de desprestigiar al agente y por lo tanto la investigación en la cual había tomado parte. Desde los tiempos de Joseph McCarthy, aquel tristemente célebre perseguidor de comunistas, no se veía nada igual en las audiencias de la Cámara de Representantes.
La prensa ya no halla qué hacer con el Presidente, porque mientras más lo ataca, más se le solidifican las bases que lo apoyan. A excepción de algunos medios de derecha, las críticas a Trump son constantes y cada vez más fuertes. Lo acusan de todo, le sacan cuantos trapos sucios pueda tener, y sin embargo el Presidente no les hace caso y afirma que a la prensa no se le puede creer nada, ya que todo lo que dicen o escriben los periodistas son mentiras y que la prensa solo difunde noticias falsas. Nunca se ha visto nada igual en Estados Unidos.
Un fenómeno de este tipo no tiene precedentes en la historia política del país.
Los seguidores de Trump, lo mismo en el Congreso que en las calles, lo siguen ciegamente y han creado un culto a la personalidad del mismo que tiene muchísima semejanza con el que crearon los alemanes con Adolfo Hitler en la primera mitad del siglo pasado. Allá en Alemania, al igual que aquí, nunca se pensó que una persona así pudiera llegar a ser el primer mandatario de la nación.
Trump, al igual que en su tiempo lo hizo Hitler, se ha dedicado a burlarse de las instituciones del país, a desprestigiar todo lo que le moleste. Ambos se asemejan mucho en la forma de actuar, y ambos comparten toda una serie de características personales que los hacen muy parecidos. La diferencia está en las instituciones de ambas naciones. Las de Alemania eran demasiado frágiles, mientras las de aquí, hasta ahora, han demostrado ser más sólidas y duraderas. ¿Será posible que Trump pudiera instaurar un estado totalitario en Estados Unidos? Lo dudo. Aunque sea su deseo, no le será tan fácil destruir las instituciones democráticas como lo hizo su par alemán en la década de los 30. Bueno, por lo menos es lo que pensamos y deseamos. El tiempo dirá el último resultado.