Obama, al igual que yo, creció en tiempos de Bloqueo. El actual presidente de los Estados Unidos de América tenía apenas 6 meses de nacido cuando la Orden Ejecutiva Presidencial 3447 implantó formalmente el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba. Obvio, no fue su responsabilidad. Probablemente no había pronunciado aún su primera palabra. Conocería sobre el «embargo» años más tarde y escaparía de sus manos infantiles cualquier posibilidad de decisión o reacción.
Pero hoy Barack Obama es el presidente de los Estados Unidos. Conoce lo hostil, opresivo y agresivo de esa política, al tiempo que reconoce los obsoletos mecanismos de aislamiento provocados por la Guerra Fría.
Estuvo de visita en Cuba —la nación que tantos años ha sufrido las consecuencias del bloqueo—, caminó por sus calles, dialogó con su gente, sonrió; pero no pidió perdón por los años de dolor que el país que representa ha causado a nuestro pueblo. Obama se esconde tras sus artes de buen orador y olvida los niños que murieron a causa de la guerra bacteriológica, las vidas que se extinguieron con el avión de Barbados, los cuerpos agujereados de Boca de Samá, las bombas en Playa Girón.
El mandatario, sonríe. Habla de paz, nos saluda y sonríe. Dice que Estados Unidos y Cuba son hermanos con diferencias, pero con la misma sangre. Y yo inevitablemente recuerdo la historia de Caín y Abel.
Habla sobre el valor de la familia y cómo miraremos desde el «futuro de amistad» al pasado de aislamiento, y sonríe como si olvidara las familias separadas por el conflicto, los hermanos que tiñeron de sangre el océano siendo víctimas de políticas norteamericanas que fomentan la emigración ilegal desde esta Isla.
«Estados Unidos se funda en los derechos del individuo», refiere el mandatario aludiendo a los derechos universales. ¿Democracia, libertad de expresión, elecciones libres? Y pone como ejemplo su historia, con una madre soltera, proveniente de una familia de escasos recursos y aun así llegó a la Presidencia. «Es una prueba de la libertad de mi país», se vanagloria. Sonríe.
¿Cuál libertad es de la que habla, a qué derechos se refería Barack Obama como ejemplo? A los de 46 millones de personas que están por debajo de la línea de la pobreza, o a los más de 500 000 que viven en las calles de ciudades como Nueva York o Los Ángeles (de los cuales 140 000 son adolescentes); o a la libertad de expresión de los Occupy Wall Street que fueron víctimas de la brutalidad policial, los desalojos y las detenciones.
«Nadie puede negar el servicio que miles de médicos cubanos han llevado a los pobres, a los que sufren», reconoce el Presidente, al tiempo que propone estrechar la colaboración médica con Cuba. Sin embargo, a Obama parece habérsele olvidado que su país promueve un programa exclusivo de visado para los galenos cubanos que abandonen las misiones de cooperación en terceros países.
Obama sonríe y dice que no quiere imponer cambios en Cuba, pero no cesa de querer vendernos su «modelo», mientras destina 20 millones de dólares para la subversión y los programas de cambio de régimen. Aboga por el derecho de los cubanos a un sindicato, pero se olvida que alrededor del 80 por ciento de los trabajadores de Estados Unidos no tiene derecho a sindicalizarse. Y si se manifestaran al respecto perderían incluso sus empleos.
Entonces me detengo a pensar en ese Obama sonriente, despreocupado, desenfadado que ha visitado Cuba, y quiere «mejorar» la vida de los cubanos. Que nos pone frente al modelo estadounidense y esgrime comparaciones. Que habla de libertad, derechos humanos, valores del individuo y ha hecho silencio total ante el reclamo de devolución del territorio que la Base Naval de su país ocupa ilegalmente en Guantánamo, y donde, por demás, sus soldados torturan y coartan las libertades de cientos de personas.
Obama, al igual que yo, creció bajo el Bloqueo. Pero a mí no se me olvida la historia, no le doy la espalda. Solo quien no ha vivido en carne propia las consecuencias de esa política hostil, puede sonreír despreocupado.
Vuelva a Cuba en el futuro, Presidente; ya como un ciudadano estadounidense más, y ojalá como turista, y a una Cuba sin bloqueo. Verá de lo que hemos sido capaces los cubanos, sin renunciar a nuestra historia.
*Tomado de Cubadebate