Una ciudad exuberante: esa es la primera impresión que se tiene de Pretoria, urbe semejante a cualquiera del Primer Mundo. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:04 pm
PRETORIA, Sudáfrica.— Nos hablaron mucho de la belleza que encontraríamos en Pretoria, pero como casi siempre sucede, palpar con todos los sentidos las piedras, las calles y el espíritu de una ciudad rompe cualquier expectativa que nos pueda dejar una imagen dibujada por otros.
Al llegar a la capital administrativa de Sudáfrica, cualquier turista se queda boquiabierto cuando encuentra una ciudad tan exuberante. Sus grandes arterias y edificaciones, su creciente infraestructura industrial, la telaraña de comercios y la multiplicidad de servicios la semejan a cualquier urbe del Primer Mundo. Aquí se encuentra el Menlyn Park, el centro comercial más grande del continente africano.
La constante circulación de autos lujosos por sus avenidas, bien contorneadas y tan limpias como las de cualquier ciudad europea, sorprende, principalmente cuando la noche comienza a robarse la luz del día y parece que las estrellas bajaron hasta el pavimento.
El contraste es mucho mayor para quien llega a esta capital con la idea de encontrar una concentración de tugurios, donde pueda abundar la miseria y la opacidad, como cuentan algunas historias sobre África.
No es que sea el paraíso. Aquí, como en cualquier lugar del continente, sobran quienes son machacados por la brutalidad del capitalismo, pero esa imagen no salta a la vista de quienes merodean en autos por el centro de la ciudad. La otra cara, la más fea e irritante, siempre hay que saberla buscar en los vericuetos de todo emporio, donde la gente simple llora y lucha.
Pretoria te sacude con sus colores, su fastuosidad, y tu cuerpo baila al ritmo de su música como si fuese la tuya propia. Y a pesar de que descuella por la modernidad y lo contemporáneo, visible en sus edificios y museos de arte; y por su carácter cosmopolita, en su corazón viven un tropel de esencias que se resisten ante el empuje intempestivo de lo fatuo que arremete con arrancar raíces y convertirlo todo en homogéneo.
Nombrada capital del país desde el 1ro. de mayo de 1860, Pretoria siempre cargó en sus espaldas el odio contra el régimen segregacionista del apartheid. Allí estaba el centro de la dictadura blanca, donde se aprobaban las legislaciones racistas. Nadie olvida que fue precisamente en la Corte Suprema de esta ciudad donde se juzgó a Nelson Mandela por traición y fue condenado a cadena perpetua, cuando estaba enfrascado en la lucha política contra la dictadura blanca.
Sin embargo, Pretoria también ha sido el escenario de muchas alegrías para negros y blancos progresistas. Aún está vivo el recuerdo de aquel día de 1994 cuando el propio Mandela, el prisionero 466/64, fue investido como el primer presidente negro de la naciente democracia multirracial, en los Edificios de la Unión, construcciones de arenisca que se yerguen majestuosos sobre la colina Meintjieskop.
Hoy muchos catalogan a Pretoria como una ciudad «joven», pues se ha convertido en un centro educativo, científico y económico de gran importancia para la más austral de las naciones africanas. Aquí se encuentran las excelentes y prestigiosas Universidad de Pretoria y Universidad de correspondencia masiva del país, conocida simplemente por sus iniciales UNISA. También cobija a las embajadas, y en el Teatro del Estado se presentan grandes producciones de ópera y otros géneros musicales.
La ciudad del jacarandá
Dicen que Pretoria es más bella durante la primavera austral (octubre-noviembre), cuando los jacarandás, de copas globosas, pierden sus hojas verde claro y plumosas, y se llenan de flores grandes y perfumadas.
Ese árbol ornamental, de estatura mediana y oriundo de Sudamérica, se encuentra en casi todas las avenidas, plazas, parques y hasta adornan patios y jardines residenciales, filtrando moderadamente la luz del sol.
Durante la primavera, la ciudad, que en otras estaciones parece muy adusta, se cubre con un manto morado que le imprime mucha más alegría y jovialidad sobre una ciudad que en otras estaciones del año se ve muy seria. Entonces muchos le llaman la Ciudad del Jacarandá.
En ese momento del año Pretoria se vuelve más atractiva para los turistas, que buscan abrigarse en el jacarandá mientras pasean por las avenidas teñidas del morado tierno.
Ahora, cuando aquí estamos en verano, solo unas pocas flores violáceas adornan la ciudad; sin embargo entre el mar de nacionalidades y culturas que hoy se reúnen en el XVII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, muchos caminan por las avenidas buscando en las copas verdes los rezagos del esplendor de la primavera.
Frisos del pasado
Desde la misma entrada de la ciudad, transpira el alma bóer. Allí, un majestuoso edificio recuerda a los voortrekkers, los bóers que emigraron desde El Cabo al Transvaal, con la Biblia bajo el brazo y dejando en su camino a no pocos nativos muertos.
En las esquinas de la edificación se levantan las estatuas de cuatro hombres armados: los líderes Andries Pretorius, Piet Retief, Hendrik Potgieter y un voortrekker anónimo.
Pretorius, el héroe de los voortrekkers por su victoria sobre los zulúes en la batalla del Río Sangriento, vuelve a aparecer, con su caballo, en el City Hall —muy famoso por su carillón y sus 32 campanas—, frente al Museo de Ciencias Naturales.
Por toda la ciudad, saltan los grandes edificios de cemento y ladrillos rojos, semejantes a compactos bloques, al estilo europeo, principalmente holandés y británico, una herencia de la historia de colonización. Sobresalen el Raadsaal (antiguo parlamento de Transvaal) o el Tribunal de Justicia, donde fue juzgado Nelson Mandela en 1963, o el Melrose House, escenario de la firma de la paz entre británicos y bóers en 1902.
A su vez, Church Square, donde se construyó la primera iglesia de la ciudad, está rodeada de edificios que fueron sede de organismos gubernamentales en la época de la fundación de Pretoria —nombrada así en honor a Andries Pretorius— y que hoy alojan dependencias oficiales, bancos y juzgados.
En el medio de esta plaza se encuentra la estatua de Paul Kruger, eternizado en la escultura por Anton Van Wow. El tío Paul, como le llamaban muchos a este descendiente de una familia bóer de tronco alemán y presidente de la república del Transvaal durante varios mandatos seguidos, es aún muy venerado por los afrikáners de la actual Sudáfrica.
En torno a este sector se desarrolla la ciudad con una llamativa alternancia de edificios altos, de líneas muy modernas y casas bajas adornadas por bellos jardines.
Es en estos edificios y monumentos donde está impregnada la herencia de los colonizadores y la cultura blanca que hasta 1994, con la instauración de la democracia multirracial, predominó en todos los ámbitos de la vida pretoriana y de otras ciudades de la más austral de las naciones africanas.
Además de estos monumentos en el centro, donde mejor se palpita hoy ese pasado afrikáner es en los suburbios de las afueras de la ciudad, donde se emplazan las lujosas mansiones que marcan el profundo contraste con otros lugares donde residen las capas más pobres.
Los voortrekker también tienen un monumento ubicado en una colina que despunta sobre la ciudad, y es uno de los más visitados. Allí respira de manera muy fresca la cultura afrikáner.
Sin embargo, esa añoranza queda principalmente en la piedra y el bronce. Si antes fue el hogar de las familias blancas, donde los negros solo tenían espacio para trabajar como empleados de servicio, actualmente es una ciudad mucho más diversa, en la que la raza negra gana cada vez más espacio.
Precisamente, la historia de los sufrimientos de los sudafricanos contra el apartheid, y el aporte de la humanidad, especialmente Cuba, a la libertad de los pueblos de África, es develada en el Freedom Park, levantado en Salvokop.
Este majestuoso mausoleo, ubicado en las afueras de la ciudad, salvaguarda la historia de la lucha de la humanidad por la libertad de Sudáfrica, las batallas de su pueblo por la supervivencia y contra el apartheid, y por el control de sus riquezas naturales.
Pretoria se nos devela como un emporio en cuyas fibras laten los contrastes de una gran nación. La ciudad no deja de sorprender a quienes en estos días, al calor del XVII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, hurgan en sus esencias.