La villa, colorida y multinacional, también muestra carteles y otros signos de la presencia cubana. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:04 pm
PRETORIA, Sudáfrica.— La villa en la que se hospedan quienes asisten al XVII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, es una secuencia infinita de ladrillos rojos y de techos a dos aguas, que sugieren el espíritu de las ciudades holandesas, con esa fuerza aplastante de la historia colonizadora que domina todo el paisaje citadino de Pretoria.
Desde la colina en la que está emplazada puede divisarse la vastedad y esplendor de la capital administrativa de Sudáfrica, que en los amaneceres deslumbra por los rasgos de ciudad moderna y contemporánea, con una sucesión de edificios que se estilizan hacia las alturas, como queriéndole rasgar los encajes al cielo, y en horas de la noche se despeña en una avalancha de luces.
En este espacio, que vibra al calor de los ritmos multinacionales, se acarician por estos días todos los sueños juveniles y se habla con el tono de quien desea embridar horizontes, cuando se asiste a una trama estremecida por la necesidad de salvar a la humanidad —como advierte Fidel— del peligro inminente de las armas nucleares.
Quien presencia este universo advierte cómo se mezclan en total armonía los delegados nuestros con los de otras naciones, que transitan los espacios de la residencia estudiantil de la Universidad Tecnológica de Tshwane, un centro de estudios equivalente a la CUJAE nuestra.
Entre las casitas de ladrillo rojizo se aprecia la magia de los encuentros, de las nuevas amistades, y flota, como la espuma que acompaña a las olas, el cariño infinito por Cuba y su líder, esas palabras inmensas que parecieran la llave de muchos corazones de la juventud progresista.
Desde la noche que llegamos, cerca de las 12, la alegría y gestos de los nuestros comenzaron a colorear el escenario, y a la mañana siguiente las banderas multicolores de las naciones que integran la nutrida delegación cubana empezaron a asomar desde los proverbiales ventanales, o a decorar la cerca metálica que define los cuidados jardines de la residencia.
Un aliento renovador e insurgente se respira por todos los rincones de la Orion, donde se ubican los nuestros, que ha ensanchado sus fronteras al calor de los apuros y urgencias de las jornadas, y de los bailes contagiosos que desbordan las noches de los jóvenes y estudiantes.
Las buenas energías salpican todo en estos días de sucesos impredecibles, en los que lo mismo se entonan coros intensos sobre la paz, contra la guerra y el imperialismo, que se rasgan las cuerdas de una guitarra.
Parecen pedazos de historias que en este evento se complementan: lo mismo sorprende ver a un joven europeo con una camiseta que luce la imagen de Fidel, que a un amigo de Namibia que en cuanto supo que éramos cubanos se fundió con nosotros en sentidos abrazos.
Todo en la residencia de la Universidad Tecnológica de Tshwane parece confluir para entretejer una atmósfera mágica, en la que el crisol de culturas y visiones se sintetiza en la necesidad de salvar a la humanidad que, al decir de Martí, es la patria de todos.
Los días del Festival no entienden ni de mañanas plomizas como la de este domingo, en el que las nubes bajas amenazaron, pero la delegación de la Isla no postergó su tributo a los más de 2 000 héroes cubanos caídos en las gestas africanas, cuyos nombres se encuentran inscritos en la muralla de 697 metros de longitud del impresionante complejo monumentario Freedom Park.
Cada jornada de Pretoria será sacudida por una fuerza telúrica, como se comprobó este lunes, cuando el mensaje enviado por Fidel a los jóvenes que participan en este evento, puso a todos, con fervor de hijos, a reflexionar con cada una de sus palabras.
Con sus sabios consejos para que los jóvenes luchen y defiendan la paz, para salvaguardar la humanidad del peligro inminente de una guerra nuclear, nos dejó a muchos con el sentimiento de que en este espacio se decide el futuro, y esa certeza pone luz sobre Sudáfrica.