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¿Un Qasam? ¡Un apagón!

Autor:

Luis Luque Álvarez

Un cohete casero palestino cae en medio del desierto israelí, sin causar daños. Y a la incubadora que sostiene la vida de un recién nacido palestino, le falta automáticamente la electricidad.

La conexión entre ambos hechos es bastante rara, pero no irreal. Como lo había anunciado en septiembre, el Ministerio de Defensa israelí decidió la aplicación de esta medida: cada vez que caiga un cohete Qassam —muchos de ellos lanzados por el grupo Yihad Islámica desde la Franja de Gaza—, Tel Aviv quitará el suministro eléctrico a ese territorio, gobernado en solitario por el Movimiento de Resistencia Islámica (HAMAS) desde junio pasado.

Al corte de energía se le añadirá el de combustible (la mayor parte proveído a Israel, ¡coincidentemente!, por los cercanos productores árabes del Golfo). Y claro, sin electricidad, no se pueden echar a andar las bombas de agua. Tel Aviv se asegura de que un millón y medio de palestinos queden a oscuras y sedientos. Varios pájaros de un tiro, ¿no?

Claro, desde septiembre, Gaza es, por obra y gracia del gabinete de Olmert, «una entidad enemiga». Ojo con esto: es toda Gaza, sus mujeres, sus ancianos y sus niños. No solo HAMAS. Por tanto, el castigo es para todos, para los que esperan la mejor oportunidad para lanzar un cohete y para el que, ajeno totalmente, araña la tierra para llevar un bocado cada vez más escaso a su hijo.

«Como se trata de una entidad que nos es hostil, no hay razón para que le suplamos electricidad más allá del mínimo requerido para evitar una crisis», explica sin sonrojarse el vicetitular de Defensa Matan Vilnai.

Y valga subrayarlo bien: es el Ministerio de Defensa el que está tomando una decisión en este caso. Un portavoz no dudó en expresar que podían hacerlo sin la aprobación del gobierno (nada molesto, desde luego). Quizá porque en Israel, como dice Uri Avnery, es el ejército quien posee un Estado, y no al revés.

Todavía estoy a la espera de que los actores más poderosos del «proceso de paz» —perdóneseme la ingenuidad de llamarlo así— se pronuncien, reaccionen. Ignoro si EE.UU. ya ha convocado una reunión urgente del Consejo de Seguridad para denunciar el nuevo apretón de tuercas contra un millón y medio de árabes, quizá esté demasiado ocupado liquidando a otros árabes; o si la UE ha suspendido el Acuerdo de Asociación con Israel —como lo pidió el Parlamento Europeo el 10 de abril de 2002, sin que le hicieran mucho caso—, al menos hasta que Tel Aviv dé marcha atrás a sus intenciones. O hasta que se aprenda de una vez el III Convenio de Ginebra de 1949: «están prohibidos los castigos colectivos por actos individuales».

En la historia hay tétricos ejemplos de lo contrario: en 1942, encabritados por una acción de dos guerrilleros contra un jerarca hitleriano, los nazis hicieron polvo la aldea checa de Lídice y masacraron a sus habitantes. ¿A alguien más le interesa ajustarse a la comparación?

Por otra parte, si con este tipo de incentivos es que Israel planea acudir a la «bomboplatillada» conferencia de paz de noviembre en EE.UU., mejor será que el primer ministro Ehud Olmert se ahorre el viaje. Se supone que los convidados habrían de llegar con buenas noticias bajo el brazo, pero si además de que estas no abundan, Olmert se apea con que les está cortando la electricidad a los palestinos, ¿estos tendrán ganas de estrecharle la mano?

No se asuste nadie si hasta Washington llega el apagón...

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