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Mineros venezolanos se benefician de las misiones de los colaboradores cubanos

Ayer, los mineros de El Callao, en el estado de Bolívar, valían casi nada para los ejecutivos de las transnacionales; hoy, gracias a la Revolución de Chávez, se les tiene en cuenta

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EL CALLAO.— Pobre ignorancia la de aquellos que siguieron de largo buscando El Dorado, la mítica ciudad que nunca existió, mientras el verdadero emporio del oro quedaba en el camino.

Según los historiadores, fueron los conquistadores españoles Francisco de Orellana y Gonzalo Pizarro, los primeros en perseguir la leyenda, en 1541, y el boticario venezolano Lucas Fernández Peña, el último en hacerlo, hacia 1920.

Entre unos y otro, mediaron varios siglos de expediciones infructuosas hasta la Gran Sabana de Venezuela, colosal meseta de paredes lisas que elevan la selva a 4 000 pies de altura.

Sin embargo, la verdadera ruta del oro había quedado 200 kilómetros atrás, en El Callao, estado de Bolívar, en cuyas rocas se hallaría el mineral en sorprendente abundancia.

Cuentan que extraerlo era tan fácil, que a pesar de que los grandes cotos mineros fueron ocupados por empresas privadas, miles de hombres vinieron e hicieron sus propias excavaciones.

«BULLA» EN EL CALLAO

La «bulla» —como llaman al revuelo que sigue a la aparición de un yacimiento— hizo que se extendieran de manera ilegal las minas artesanales, con pequeñas entradas y huecos profundos, generalmente sin apuntalar. Unas rindieron frutos, y otras tantas sirvieron de sepultura a los aventureros, cuyos pulmones no soportaron los químicos, o quedaron aplastados por los frecuentes derrumbes.

Héctor Enrique Vélez recuperó la visión gracias a los doctores cubanos. Héctor Enrique Vélez es uno de esos sobrevivientes que tuvo la muerte encima, pero aún así se rehúsa a abandonar la actividad.

Vino de Colombia, donde era diseñador gráfico, y a los 58 años mantiene la esperanza de encontrar mucho oro.

«Mineros piratas», así los definieron durante años, porque las leyes de entonces no reconocían la pequeña minería, y otorgaban todos los privilegios de explotación a las transnacionales.

«Nuestra vida era un infierno. Teníamos que iniciar el trabajo al caer la noche y terminarlo antes del amanecer. Al salir, había que camuflar el barranco para no levantar sospechas.

«A veces nos detectaban. La guardia venía y nos quitaba las herramientas y los alimentos, quemaban los campamentos, lo destruían todo».

Escasos conocimientos, precarias condiciones de trabajo, zozobra, eran un denominador común. José Bastida recuerda que Hugo Chávez estuvo aquí cuando era candidato a la presidencia, interesado por esa situación, y que uno de sus primeros decretos fue la ley que garantiza los derechos de quienes practicaban la pequeña minería.

«A partir de entonces dejamos de estar ilegales. Nos agrupamos en cooperativas y recibimos explosivos, orientación en materia de ingeniería, topografía, geología».

SALUD BARRIO ADENTRO

Solos o en parejas, los mineros descienden hasta las profundidades de la tierra. Muy cerca de la abertura de la que emana un aire caliente y pesado se monta la consulta. Uno por uno, los 43 hombres que trabajan a casi 200 metros de profundidad, detienen las labores y empiezan a salir a la superficie.

Como rara vez los mineros bajan al pueblo en busca de atención médica, especialistas, estomatólogos, optometristas y rehabilitadotes cubanos del programa Barrio Adentro, han optado por hacer operativos todas las semanas hasta sus campamentos.

Para la doctora Neimy Dávila, los operativos a las minas son una de las labores más humanas que realiza Barrio Adentro en El Callao. «El esfuerzo excesivo que realizan para trasladar el mineral, hace que generalmente padezcan sacrolumbalgia», explica la doctora Neimy Dávila, con tres años de experiencia en El Callao. «Además, son frecuentes las enfermedades respiratorias y de la piel, debido a la escasa ventilación, el polvo, los químicos de los explosivos y las pésimas condiciones higiénicas».

No obstante, considera que llegar hasta ellos es una de las labores más humanas que realizan acá, porque «son personas muy necesitadas y agradecidas».

Ángel Alexander Farfán se introdujo por primera vez en una mina a los 15 años de edad, y un cuarto de siglo después continúa pasando la mayor parte del tiempo bajo la tierra.

Por primera vez reciben atención médica al pie de las minas. De tantos compañeros perdidos por las enfermedades y los derrumbes, se acostumbró a la idea de la muerte. Por ello, cuando los médicos de la Isla aparecieron en los cerros de El Callao, no halló palabras para expresarles su gratitud.

«Nunca en 25 años sucedió esto. A nadie le preocupaba nuestra salud. Es algo bueno que le debemos a Chávez y a los cubanos«.

Dejar la minería es el sueño de muchos. Pero solo unos pocos lo hacen. Se dice que la mayoría malgasta sus ganancias en aguardiente y mujeres, y al cabo de las semanas, no tienen nada.

Héctor Enrique Vélez, revela además otro secreto: «Ver oro emociona, significa un gozo, una alegría. Mi meta, y la de todos acá, es encontrarlo. Cuando uno lo ve, no le importa otra cosa».

Prácticamente ciego lo hallaron los médicos cubanos y de inmediato lo hicieron operar de cataratas en el hospital de Ciudad Bolívar. Desde entonces, Héctor aprendió una lección. «La salud es maravillosa, vale más que el oro. Un cuerpo sano es la mayor riqueza que alguien pueda tener».

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