Fernando Lugo acaba de participar en el VI Encuentro Hemisférico de lucha contra los TLC y por la integración de los pueblos, respondiendo, junto con el obispo Mario Melanio Medina, una invitación cursada por el Centro Martin Luther King al Consejo de Iglesias de Paraguay, que los hizo sus representantes ante este evento recién concluido en La Habana. Foto: Calixto N. Llanes
El 17 de diciembre de 2006 se presentó ante el obispo Fernando Lugo una decisión crucial. Los hombres, representantes de distintos grupos sociales, llegaron y pusieron ante él gruesas carpetas contentivas de 100 000 firmas debidamente registradas, y una petición: «Padre, échele una mano al Paraguay».Esa noche, no durmió. Él, que llevaba tres décadas sirviendo a esa misma gente con una labor pastoral nunca reducida al púlpito y que lo repartía entre los pobres habitantes de San Pedro, era reclamado para hacer valer los principios del Evangelio desde otra misión...
Tampoco Paraguay era ya el mismo. Desmintiendo la aparente apatía que dejaron la represión y el silencio impuestos, muchos años atrás, por la dictadura de Alfredo Stroessner, los paraguayos se habían hecho a la calle multitudinariamente en ese año 2006.
Unas 45 000 personas, representantes de muchos sectores sociales y políticos, habían marchado el 29 de marzo para protestar contra lo que consideraron una violación a la Constitución, que prohibía al presidente postularse en los comicios internos de su partido Colorado. Y Nicanor Duarte Frutos lo había hecho. El padre Lugo fue el orador escogido para leer el discurso elaborado entre todos. Fue un «evento cívico y político», dice. La concertación amplia bautizada como Resistencia Ciudadana era el núcleo del nuevo jalón que vendría detrás: el Bloque Social y Popular.
La Iglesia envió un aviso y exigió a Lugo apartarse. Aún era obispo y director de un colegio católico; pero parecía tarde para virarlo atrás. «Ya había asumido un compromiso, y no podía renunciar».
Como reacción química, las demandas acumuladas durante 18 años de lo que él ha considerado «la transición en una democracia controlada», estaban catalizando y las organizaciones indígenas y campesinas fundaron el Movimiento Popular de Tekojojá, vocablo guaraní que en castellano quiere decir: igualdad de condiciones.
Todo estaba en los antecedentes de aquella impensada solicitud que daba vueltas en la mente del padre Lugo la noche del 17 de diciembre, y le mantenían despierto durante aquel largo desvelo que su hermana intentó aliviar: «Si has dedicado 30 años a la Iglesia, ¿por qué no dedicar cinco o diez años al país?».
El 22 de diciembre dio a conocer su renuncia al ministerio y el 25, Día de Navidad, se puso a disposición de la ciudadanía. El país sería su catedral: «Díganme lo que bien puedo hacer por la nación».
Reposado y sereno, con ese tono familiar y cercano que le ha ganado el cariño de sus feligreses, acepta la pregunta indiscreta cuando trato de hurgar en el sentimiento que le produjo tal determinación.
«Hay decisiones que uno las viene pensando por mucho tiempo; pero muchas veces uno toma decisiones empujado por la realidad, por la fuerza de los acontecimientos. Esta es una de esas».
De alguna manera, ha aceptado el reto depositado en él por organizaciones sociales, campesinas, indígenas y políticas para que se postule a la presidencia de Paraguay, como una continuación de su labor misionera.
«Creo que no hay ninguna contradicción entre este paso y la misión que he desempeñado. Yo quiero reivindicar lo sano, lo santo que es la política. Solamente que algunos políticos lo destruyen, lo embarran, le quitan su valor esencial. Si la política, esencialmente, es buscar el bien común, yo creo que la caridad cristiana también busca el bien común y, sobre todo, de las grandes mayorías».
LOS ESCOLLOS PARA EL CAMBIOFalta de credibilidad en los viejos partidos políticos y desencanto con la institucionalidad de un país donde casi la mitad de la población vive en esa pobreza que, a los 17 años, persuadió al entonces maestro Fernando Lugo de la necesidad de llevarles alivio desde la Iglesia, pesan ahora en el reclamo de la gente para que se postule. Pero Fernando Lugo no desconoce que esa tarea puede encontrar escollos en el contexto político paraguayo de hoy.
«Hay muchas dificultades. Malas interpretaciones... En Paraguay el cambio viene por la política; pero la mayoría de la clase política paraguaya no desea el cambio, aunque pareciera una contradicción. Para una clase de políticos, la política allí se convirtió en la forma más rápida de hacer fortuna, una profesión fácil. Hay dos tipos: los que viven de la política haciendo uso de su influencia, y los que viven para la política para buscar el bien común, el de las mayorías», afirma con ese deje donde adivino el uso frecuente del guaraní, lengua de las culturas originarias que debe manejar desde los tiempos dictatoriales de Stroessner, cuando estaba prohibido usar barba y era castigado reunirse en las esquinas.
Entonces el joven Fernando Lugo se escondía en los garajes con los compañeros para leer la Teología de la Liberación que, después, ha enseñado en la Universidad y ha sido su inspiración en la práctica cotidiana en la Pastoral de San Pedro; sobre todo, en las comunidades cristianas de base. «Con mucha alegría hemos dejado miles de comunidades cristianas organizadas en San Pedro y, por eso, creo que por lo menos allí podemos decir «misión cumplida». Es una iglesia viva, consciente, comprometida sobre todo con el cambio; con el deseo de igualdad, de justicia, de equidad, que son valores del reino de Dios».
—¿Hubo reticencias de la Iglesia cuando usted anunció su decisión de dejar el obispado?
—Algunos movimientos (quizá no es buena la expresión) «conservadores» de la iglesia se preguntaban cómo cambiar el ser obispo por la política sabiendo lo que es la política en Paraguay; cómo cambiar algo tan valioso por algo tan ruin. Pero quizá era una lectura superficial. Nadie puede entrar en la propia conciencia y juzgarnos por nuestras propias decisiones, en libertad y en conciencia; y creo que esa especie de resistencia, de crítica que también he recibido dentro de la misma iglesia, quizá es una lectura parcial de lo que realmente aconteció en mi proceso de discernimiento y de decisión.
—¿Qué relación hay entre los tres movimientos de masas registrados en Paraguay en 2006?
—Un denominador común: el gran deseo de cambio provocado por la situación insostenible de estar en el poder un partido hegemónico que, en sus principios, es muy bueno, pero cuyas prácticas son responsables de la pobreza en la clase campesina, de la miseria en gran parte de la población: hoy no es una propuesta válida ni esperanzadora.
—Ud. sería postulado ¿por cuál de ellos?
—Yo no me he postulado. Me han postulado. Ha habido dos momentos grandes: primero, esas firmas arrimadas a mí, a las cuales respondí. Segundo, hay varios movimientos que conforman el Bloque Social y Popular donde están diferentes partidos políticos, progresistas, organizaciones sociales, quienes abiertamente propugnan mi candidatura a la presidencia. Y también otros partidos institucionales como el Partido Febrerista (que es socialista), la Democracia Cristiana, y sectores de otras agrupaciones políticas. Por otro lado está la Concertación Nacional, que tiene que definir aspirante, y me ha invitado a que participe en su reunión de presidentes de los partidos políticos como representante, de alguna manera, de todos estos movimientos sociales y políticos que piden mi candidatura.
—Todos lo reclaman, pero Fernando Lugo es uno. Una candidatura suya ¿no requeriría una concertación más amplia entre todas estas fuerzas?
—Yo suelo decir que creo