Esta casa, originalmente llamada Folket Hus (Casa del Pueblo) fue construida a fines de la segunda mitad del siglo XIX (1897) debido a que los trabajadores necesitaban una sede social. Sus usuarios, personas de la clase trabajadora, aportaron con un poco de dinero para la construcción del edificio.
Debido a que sirvió como cuartel general del movimiento laborista y socialdemócrata danés en sus comienzos, en esta sede fueron recibidos a fines del siglo XIX los dirigentes revolucionarios europeos Vladimir I. Lenin y Clara Zetkin. A comienzos del siglo XX el local fue el puesto de dirección de muchas de las acciones reivindicativas del movimiento obrero y anarquista danés, sirvió de sede a reuniones de la Segunda Internacional y fue aquí donde se tomó el histórico acuerdo de declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer.
Durante toda la primera mitad del siglo XX y hasta 1970, esta casa cumplió la función de sede social, acogiendo en su seno a muchos de los sindicatos daneses. Debido a esas razones y a la rica historia del edificio, ciertos pretendientes de su localización física, como la cadena de supermercados Brugsen, renunciaron a su adquisición por el alto costo político y social que acarrearía.
El 29 de octubre de 1982 la comuna de Copenhague cedió el edificio a los jóvenes de Nørrebro con el fin de que tuvieran una sede, en la cual pudieran realizar diferentes actividades de tipo cultural, social y político. La instalación fue bautizada como la Casa de la Juventud.
En 1996, el edificio sufrió un incendio de grandes consecuencias, por lo cual fue renovado y siguió cumpliendo su función, consolidando su papel como centro donde convergían las inquietudes de la izquierda juvenil que no había sido barrida con la crisis de las izquierdas y del socialismo. Su existencia era, a su manera, un acto de rebeldía frente al apogeo capitalista y el avance de las ideas neoliberales dentro de la clase política y empresarial danesa.
Ese mismo año, la Casa de la Juventud fue renovada pese a que sectores políticos no estaban de acuerdo y abogaban ya por una solución drástica.
A tenor de esos objetivos, el gobierno impulsó un movimiento comunal de rechazo a la incómoda sede juvenil pero sin mucho éxito, pues solo lograron recolectar 350 firmas de vecinos del sector, pidiendo que la Casa fuera clausurada.
En 1999, la Municipalidad de Copenhague, gobernada por el Partido Socialdemócrata, decide que esta debía ser cerrada y un año más tarde es puesta en venta, todo esto de espaldas a sus verdaderos dueños y ocupantes.
En el año 2000 la Casa es vendida a una organización llamada Human A/S. Poco tiempo después Human A/S vende la edificación a la secta religiosa independiente Faderhuset (La Casa del Padre), presuntamente vinculada a sectores de la derecha cristiana local.
Los atentados del 11 de septiembre del 2001 y la lectura que hace de estos la derecha que toma ese año el poder en Dinamarca, establece estrictas regulaciones «antiterroristas» que colocan a la Casa de la Juventud bajo un mayor escrutinio político, judicial y policial.
Faderhuset lleva a los jóvenes a un tribunal de justicia en el 2003, exigiendo que entreguen la Casa. Un año después, el juzgado decide que los jóvenes deben abandonarla pero establece que Faderhuset debe compensarlos. Unos y otros apelan la sentencia, que el Tribunal Supremo –ya en manos de la derecha neoliberal y conservadora- inclina definitivamente a favor de Faderhuset.
En septiembre del 2006 la Fundación Jagtvej 69 (un fondo económico formado por privados, para apoyar las actividades de los jóvenes que han resultado uno de los sectores más golpeados por las medidas neoliberales instrumentadas durante los cinco años que lleva en el poder la coalición liderada por Anders Fogh Rasmussen) ofrece comprar la Casa para los jóvenes. Faderhuset responde que por ningún motivo venderían la casa.
El endurecimiento de la legislación antiterrorista a raíz de los presuntos atentados terroristas en Londres el pasado verano y una versión menor de amenazas en Copenhague, así como el avance de las reformas neoliberales del Estado de bienestar danés, hacen que el cerco se estreche en torno a la Casa de la Juventud y que la prensa identifique cada vez más a sus ocupantes con la creciente inestabilidad social y los delitos que sacuden la otrora tranquila capital de Dinamarca.
El 28 de agosto, la Corte Suprema de Justicia establece como fecha tope para que los jóvenes abandonen la Casa el 14 de diciembre. Estos tratan de llevar el caso a una instancia judicial superior, lo cual les es negado. Entretanto, la policía recibe órdenes de evacuar la Casa, pero dado que se acercan las fiestas de Navidad y las celebraciones de año nuevo, la policía decide llevar a cabo la evacuación después de las fiestas.
Ante las amenazas, el mismo 14 de diciembre grupos de jóvenes activistas con el apoyo de los vecinos del sector –uno de los barrios más densamente poblados de Copenhague, esencialmente por trabajadores e inmigrantes-, realizan una gran demostración pacífica en diferentes áreas de la ciudad. Dos días después los jóvenes realizan otra manifestación, la cual termina en violentas confrontaciones con la policía. Más de 300 jóvenes son arrestados, una tercera parte de los cuales son extranjeros que viajaron de países vecinos (Suecia, Noruega, Alemania), solidarizándose con los jóvenes daneses. La cifra es la más alta desde la Segunda Guerra Mundial.
Policías y manifestantes se acusan mutuamente de haber vestido pasamontañas, lo cual está prohibido por ley en las manifestaciones públicas. La prensa nacional achaca a los protestantes los actos vandálicos, sin embargo, medios de prensa alternativa tratan de demostrar que los supuestos manifestantes enmascarados causantes del vandalismo son en realidad policías vestidos de civil.
El 29 de diciembre la alcaldesa (socialdemócrata) de la ciudad les ofrece a los jóvenes un edificio en el barrio hippie de Christiania, espacio de tolerancia según las autoridades danesas o de rebeldía según los movimientos sociales y de izquierda daneses, enclavado a pocos pasos del centro de la ciudad y de las sedes de la Casa Real y del poder ejecutivo y legislativo. El ofrecimiento es rechazado debido a la falta real de espacio en Christiania, donde las iniciativas de desarrollo social endógeno han proliferado como refugio al deterioro social circundante, pero también se registran niveles delictivos que, según varios de sus vecinos y autoridades locales, pudieran estar siendo estimulados desde sectores del Gobierno con el fin de intervenir definitivamente ese espacio donde aún respira la Europa revolucionaria del 68.
A inicios del presente año, Faderhuset sigue adelante en sus gestiones y obtiene permiso de la municipalidad para derribar o renovar la casa. La alcaldesa ofrece a los jóvenes un edificio estatal ubicado en la misma calle. Pero sus ocupantes (un Departamento del Ministerio danés de Ciencia, Tecnología e Innovación) rechazan dejar la instalación.
El 13 de enero los jóvenes tratan de ocupar una casa en la calle Dortheavej en el lado noroeste de la ciudad, pero dos días después son evacuados del lugar por la policía.
El 22 de enero la municipalidad ofrece a los jóvenes otro edificio ubicado en el mismo barrio. El edificio debe ser compartido entre los jóvenes y una escuela para niños discapacitados. El precio del edifico es de 12 millones de coronas. Los jóvenes responden que ellos no quieren pagar ni siquiera 1 corona por un edificio, puesto que la Municipalidad vendió el edificio que les pertenecía. Si alguien tiene que pagar debe ser la Municipalidad, expresan. Pero también hay un rechazo, que la prensa silencia, a deteriorar las precarias condiciones del hogar de niños discapacitados.
El 1 de marzo, a las 7 de la mañana se lanza una operación militar sin precedentes en la historia danesa: un helicóptero de combate con tropas de asalto y dos equipos de servicio de emergencia aeroportuarios facilitan el despliegue de unidades especiales que sellan el área y penetran desde el techo, por las ventanas y a nivel de la calle. El edificio se cubre con espuma para limitar la efectividad de cocteles molotov y son empleados gases lacrimógenos para contener a las multitudes enardecidas que se mueven por las calles Jagtvej y Nørrebrogade.
La policía entra sin aviso previo y evacua a los jóvenes del edificio, lo cual desencadena violentas enfrentamientos y una inusual represión durante tres días. Los jóvenes levantan barricadas y arrancan los adoquines de la calle para lanzarlos como proyectiles contra los asaltantes. La rebelión de Nørrebro es secundada por el barrio de Chistiania. En la noche del 3 de marzo los disturbios se saldan con cerca de 500 detenidos, decenas de heridos y decenas de vehículos y locales incendiados y destruidos, rompiendo todos los récords en la historia danesa. En la mañana del 5 se conoce que entre los detenidos hay artistas e intelectuales jóvenes que se han declarado «presos políticos».
El lunes 5 de marzo, a las 8 de la mañana el histórico edificio comienza a ser demolido. Con cada golpe de las bolas de acero, se va con los escombros, una parte importante de las memorias de las luchas obreras y populares en el más viejo de los actuales estados europeos. Mientras en el resto del país estallan manifestaciones de solidaridad y los reportes dan cuenta de movilizaciones en las combativas e importantes ciudades de Aarhus y Aalborg, Copenhague recupera la calma y vuelve a mostrar su discreta opulencia. Los gobiernos de Copenhague y del país se felicitan por el restablecimiento de la paz social, por conjurar las amenazas de grupos violentos y antisistema y la organización Faderhuset reconoce públicamente que su meta era recuperar el edificio, demolerlo y que no tiene planes para el solar que quedará abierto en pleno corazón de la ciudad.
EL ESTIGMA DE LAS PALABRAS
Una palabra ha resonado en todos los reportes internacionales de prensa al definir a los jóvenes ocupantes de la Casa de la Juventud de Copenhague. Atronó por primera vez las agencias de noticias, periódicos y televisoras el año pasado, durante la rebelión de los estudiantes parisinos. Ahora vuelve para denostar a los muchachos rebelados de Nørrebro, que son nada más y nada menos que ¡okupas!
La palabra okupa es en sí misma un estigma lanzado por la prensa, una palabra equívoca que trata de separar a un sector de la juventud contestataria y antisistema europea que, como resultado de la derechización y el auge neoliberal en el viejo continente, ha quedado excluida de la categoría de ciudadanía «normal» o normalizada. A la palabra okupa se le atribuye todo un repertorio de imágenes y conductas perniciosas: punkis, drogadictos, vagos, sucios y otros calificativos peyorativos.
Separados del entramado social, arrinconados en el silencio por la prensa, los jóvenes okupas –muchos de ellos desempleados, homeless y con familias disfuncionales-, crearon sus propias formas y medios de integración y comunicación, alternativos a los de los poderes globalizados. En algunos países fueron aislados u olvidados por la vieja izquierda, mientras que en otros, las nuevas y las revitalizadas fuerzas de la izquierda se percataron que entre sus filas se hallaban muchos de los fermentos de los nuevos luchadores por el cambio que requiere el mundo. Esto conllevó de inmediato a su satanización por los grandes poderes mediáticos: «son de extrema izquierda», «son comunistas y anarquistas disfrazados de okupas».
Esto explica también el por qué de la represión policial y jurídica, la estigmatización y el silencio, que han golpeado desde el comienzo a estos movimientos, desalojando todas y cada una de sus casas, desmoronando el trabajo creativo levantado sin subvenciones y sin ayudas de ningún tipo. Lo cierto es que el movimiento okupa de Europa, a la vez que cuestiona el sacrosanto derecho a la propiedad privada, también cuestiona la del Estado neoliberal y de la burguesía.
Es cierto también que el movimiento responde con justa rabia a la violencia del Estado, pero habría que reconocer, como ellos mismos afirman, que la violencia de los okupas es meramente simbólica y defensiva, acaso una reacción espontánea de los jóvenes explotados de las urbes capitalistas desarrolladas. Lo que es pura hipocresía es la reacción de condena de las sociedades, de los gobiernos y de la prensa transnacionalizada, puesto que los mismos que los acusan son los que aplaudieron las guerras de los Balcanes y del Golfo, las invasiones a Afganistán y la ocupación de Iraq y que en los últimos años han desmontado, ladrillo a ladrillo el edificio social de una Europa, que de tanto querer alinearse y parecerse con la otra orilla del Atlántico, ya no puede vender al mundo modelos de bienestar, ni presumir de la herencia libertadora, igualitaria y fraternal que extravió en el camino.