J. O.: Hace tres años conocí a un muchacho que amo con la vida, pero no sé por qué cuando estamos juntos discutimos por todo. Él me gusta mucho, pero es muy celoso y me siento como preso en su compañía. Nunca en mi vida había amado a alguien así. No sé vivir sin él, pero no sabemos estar juntos. Ahora estamos separados. Él tiene 18 y yo 24.
Discusiones y celos son formas de lidiar con los malestares propios de toda relación, cuando el placer de la unión lleva al punto en que aparece el dolor, pero es posible enfrentar dicho malestar de manera que puedan estar juntos. Requiere darse cuenta de las razones por las cuáles prefieres mostrarle que su compañía aprisiona y él no puede reconocer su amor sin mostrarse suspicaz y al acecho. Así ninguno se muestra del todo vulnerable en el instante en que más lo es.
Mostrar nuestra vulnerabilidad y aceptar lo que resta insatisfecho de la ilusión requiere mucho valor. Es preciso ver por qué elegimos esas conductas que nos protegen del dolor, pero alejan del placer. La creatividad se impone para encontrar la mejor manera posible de enlazarnos a la persona amada sin tanto sufrimiento.
Por un lado declarar amor implica asumir nuestra fragilidad, vulnerabilidad y dependencia ante el elegido para amar. De eso se trata el «no sé vivir sin ti» o «te necesito». Por otro, amar conlleva a la creencia de que amando a esa persona encontraremos una respuesta verdadera y agradable a la cuestión de quién soy.
Se precisa valor para amar porque ese ser amado no podrá completarnos tanto como soñamos, y las verdades sobre nuestro ser no suelen ser siempre agradables o conclusivas. Aun así, nos involucra. De ahí los ataques y defensas envueltos en estas discusiones, celos y prisiones.
Mariela Rodríguez Méndez, máster en Psicología Clínica y psicoanalista