T. R.: Llevo varios años casada. Mi niño era muy pequeño y buscaba alguien que además de gustarme me ayudara con su crianza. Estaba muy enamorada de mi esposo, pero vivíamos separados y teníamos diferentes formas de ver la vida; además él desconfiaba de mí porque antes lo engañaron. Ahora llevamos tres años viviendo solos pero peleamos mucho y salen a flote problemas acumulados. Deseo terminar, pero temo perder comodidades para mi hijo y volver a la casa de mis padres, donde abunda la tensión. Él no quiere que me vaya, pero sus cambios son efímeros. Esta situación me afecta. Creo que tengo derecho a recomenzar y encontrar a quien lleve la vida conmigo dándome lo espiritual más que lo material.
Hace tres años viven juntos y siguen aferrados al pasado. Según tus palabras, solo te importaba ayuda de alguien que además te diera placer. Ahora quieres disfrutar una espiritualidad que no fue cultivada, sino más bien relegada. Contar con una vivienda favorece este cambio en tus expectativas.
Las tensiones y decepciones son parte de la vida. Podemos elegir recordarlas para disfrutar ser víctimas o defendernos del amor, sentirnos superiores, etcétera. También podemos reconocerlas, perdonarlas y enfrentarlas con alternativas para seguir adelante con el mayor disfrute posible.
Las situaciones que se repiten reflejan nuestro modo de relacionarnos con los demás. A veces lo que aporta placer es también fuente de problemas. Construimos nuestra suerte día a día, aunque a veces necesitamos ayuda profesional para darnos cuenta de cómo. No solo él debe cambiar. Te exhorto a descubrir cómo perpetuas discusiones pretéritas e inventar otra forma de estar juntos y disfrutar de la espiritualidad anhelada. Es posible que ya tengas al lado con quien llevar la vida si logran cambiar algunas posturas. No obstante, si prefieres separarte es aconsejable que evites repetir lo que ha convertido tu relación actual en algo que te afecta tanto.
Mariela Rodríguez Méndez, máster en Psicología Clínica y psicoanalista