Mientras el sexo físico es una condición de la materia viva, la esencia humana fluye en un mundo espiritual regido por las leyes de las emociones y el intelecto
Haz de tu cuerpo un aliado, nunca un enemigo.
Irene Bedmar, sicóloga española
Más allá de garantizar la selección natural, la evolución humana es un fenómeno cultural complejo, y el sexo, como medio por excelencia de comunicación y acercamiento, ha devenido fuente de placeres no asociados a la reproducción y escalón para el autoconocimiento a través del amor.
Mientras el sexo físico es una condición de la materia viva, cualquiera sea su nivel de organización, la esencia humana fluye en un mundo espiritual regido por las leyes de las emociones y el intelecto, en el que las almas se reconocen por su empatía, no por el roce corporal, y pueden llegar a comprometerse o repudiarse mutuamente, tal como demuestra el auge de las redes virtuales de socialización.
Tener sexo por el sexo en sí mismo es como desarrollar una abstracta ecuación matemática de la que apenas conocemos los factores y el resultado, sin comprender para qué nos sirve. Todas nuestras actividades debieran ser realizadas con medida y sin compulsión, porque el vicio y la dependencia nos degradan a la condición de sometimiento y reducen las posibilidades de ser felices cotidianamente.
Según el Feng Shui, antigua tradición china cuyos referentes imbrican arte y ciencia en aras del bienestar, el sexo practicado moderadamente proporciona salud física y mental porque libera neurotransmisores que elevan el nivel inmunitario, mejoran el carácter y equilibran el organismo.
Durante la excitación, las caricias y sobre todo en la cumbre del orgasmo, los cuerpos consumen gran cantidad de energía vital (nombrada Chi en la cultura china), encargada de hacer funcionar el aparato muscular, las glándulas sexuales y el sistema nervioso. En ese momento es tal la demanda energética, que incluso el Chi destinado a otras tareas, como las curativas, las fisiológicas y las mentales, se pone en función del acto sexual.
Muchos sujetos se desequilibran en la búsqueda de una delicia esquiva porque creen que la fórmula está en sumar nuevas experiencias y explorar otros cuerpos, en lugar de potenciar los recursos emocionales dormidos en su interior.
Cuando el deseo no supera la barrera de la entrega total y comprometida, el acto se limita a la simple satisfacción de impulsos fisiológicos (si es que lo logra), aunque ambos sujetos hayan empleado la sensualidad más atrayente o cumplido los patrones de moda en su apariencia y conducta.
Un sexo puramente físico muy frecuente o exagerado impide que llegue suficiente Chi al cerebro y reduce la actividad mental de la persona casi al nivel de la de otro primate, lo cual entorpece sus posibilidades creativas o razonadoras y puede generar un trastorno sicológico o de la conducta que afecte su desarrollo e integración social.
Ese sexo burdo, sin motivaciones espirituales, realza el continente sin darle participación al contenido y genera una sensación de vacío y hasta de rechazo a un nuevo contacto con la misma pareja.
El peor engaño está en creer que la falla estuvo del otro lado y que hay posibilidades de alcanzar la meta cambiando de compañía erótica. El deseo sexual hipertrofiado provoca más necesidad de él, a falta de otras motivaciones con las que enriquecer la existencia, y puede convertirse en una condición sumamente adictiva, nombrada hace siglos como satirización en los hombres y ninfomanía en las mujeres.
Cuando existen otros incentivos para el juego carnal, como el amor, hay entre sus participantes una retroalimentación energética significativa y se potencia la realización de una actividad sexual tranquila y moderada, con sus cimas de pasión y sus valles de compenetrada complicidad.
Claro que todo el mundo tiene derecho a experimentar el erotismo sin amor, pero en ese caso debe comprometerse al menos a apreciar el momento de manera auténtica, a embellecerlo con sencillez y vivirlo con un deleite verdadero, no como un programa de poses que se debe cumplimentar para acercarse a algo que vieron en una película, lo cual no reporta ni placer ni beneficios.
En el plano energético, el peor sexo es el transaccional (tanto comercial como con la pareja estable): Ese dar algo «a cambio de» lo transforma en algo mecánico, frío, insípido y probablemente fingido, que alimenta desprecio, asco u odio entre sus ejecutantes.
El amor es el único sentimiento que, en secreto o a gritos, nos lleva a convertirnos en seres nobles, superiores, pero su forja no se apoya sobre el fuego del erotismo, sino sobre la permanencia de la ternura. En cambio, el sexo vacío es la tumba del amor, asesinado por la vanidad.