Sin hablar de placer, felicidad, crecimiento espiritual, amistad y recuperación emocional por la vía de la experiencia es muy difícil involucrar a la juventud en un proyecto de autocuidado
Algunas cosas se hacen tan nuestras que las olvidamos.
Porchia
En las llamadas culturas iniciáticas, la juventud es vista como una etapa de regocijo, aprendizaje y aporte a la comunidad. Sus rituales para recibirla difieren según género e idiosincrasia, pero todas coinciden en la esencia: cada adolescente debe probar su dominio de las leyes y valores de su pueblo y estar en condiciones de proteger ese legado.
En este siglo XXI, ser joven es un privilegio no siempre valorado por quienes lo poseen, pues el proceso de transición para entrar o salir de esa etapa puede ser más tortuoso, atropellado y hasta solitario: ni la familia ni la escuela ni el grupo de coetáneos tienen todas las respuestas que una mente en evolución necesita, y para acallar las dudas en una sociedad que parece enceguecida se suele priorizar el tener para adquirir relevancia y se olvida buscar esa misión particular en la vida, la que te hace un ser único, cuya leyenda personal vale la pena ser vivida, contada y hasta tomada como ejemplo.
Las tendencias en casi todo el orbe indican que muy pronto más de la tercera parte de la población tendrá entre 60 y cien años.
El grupo que hoy se encuentra entre los 15 y los 30 años de vida estará en menos de dos décadas liderando el mundo desde el escalón de la adultez y deberá asumir el peso de una Humanidad que lo triplica, al ocuparse de la producción de bienes, alimentación, hábitat, educación, sanidad…
En esa delicada ecuación demográfica hay elementos esenciales para la sobrevivencia de la especie que deben ser asumidos por el relevo desde ya: un estilo de vida más respetuoso con la naturaleza y una filosofía sexual responsable para el hoy y el futuro.
También debe empezar a velar por su propia salud física, mental y espiritual y la del segmento más envejecido, para garantizar que ambos se mantengan activos y aporten todo su potencial al bien común, por supuesto a su ritmo y con la satisfacción de ser valiosos por sus conocimientos e historia.
La educación sexual en escuelas y comunidades ha dado pasos de avance, si se compara con el conocimiento que sobre el tema se manejó en los últimos siglos, pero es aún muy salubrista, apenas enfocada en la reproducción, las enfermedades, las prácticas eróticas o la respuesta orgásmica.
Sin hablar de placer, felicidad, crecimiento espiritual, amistad y recuperación emocional por la vía de la experiencia es muy difícil involucrar a la juventud en un proyecto de autocuidado que de modo simplista se traduce en usar condón, evitar el aborto y parir algún día para tener mano de obra, lo cual es muy difícil de asumir a nivel de individuos y parejas, sobre todo en una época en que el consumismo apenas encuentra resistencia como patrón para relacionarse íntimamente.
El reverendo brasileño Frei Betto, activista de la justicia social desde el siglo XX, ha sido abanderado del diálogo franco en las familias para encauzar las vivencias eróticas de adolescentes y jóvenes por una ruta placentera y libre, pero menos carnal, hedonista y llena de riesgos.
A su juicio, el punto medular es formar la subjetividad de las nuevas generaciones y enseñar el amor como vínculo afectivo y efectivo: «El joven que se droga clama: “No soporto esta realidad. ¡Quiero ser amado!”. La joven que se acuesta con diversos hombres grita: “¡Quiero ser feliz!”».
«Sin embargo, nadie les dice que la felicidad no es el resultado de la suma de placeres: Es un estado del espíritu del cual se disfruta incluso en situaciones adversas y requiere algo que los jóvenes buscan intensamente sin encontrar quién se lo ofrezca: espiritualidad, como apertura a una doble relación: amorosa (una persona, una causa, un proyecto de vida) y a la transcendencia», explicó en un comentario publicado en Cubadebate.
Ojalá esta etapa cumpla bien su rol y forme una hornada de personas más abiertas, capaces y felices, con añoranzas del pasado, como es natural, pero sin apegos enfermizos por una imagen del cuerpo que inevitablemente va a quedar atrás… y no importa, porque lo valioso del fruto no es la apariencia de la cáscara, sino la potencia de su jugo cuando se comparte.
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿Sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
También les queda no decir amén
No dejar que les maten el amor
Recuperar el habla y la utopía
Ser jóvenes sin prisa y con memoria
Situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros
¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza?
¿barras bravas?
les queda respirar / abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar
¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente.
Mario Benedetti