Según un estudio realizado por el sexológo argentino Norberto Litvinoff, la abstinencia sexual involuntaria y prolongada hace que las personas se vuelvan muy irritables y malhumoradas
Y dale alegría, alegría, a mi corazón; es lo único que te pido, al menos hoy. Fito Páez.
Cuando una persona está siempre amargada es agresiva con sus colegas, no encuentra nada bien hecho o no se ríe con las cosas simpáticas de la cotidianidad. La gente suele decir entonces que su problema de fondo es la falta de sexo, y hasta cierto punto puede ser verdad.
A mediados de este año se multiplicó en Internet el resultado de un estudio realizado por el sexólogo argentino Norberto Litvinoff, para quien la abstinencia sexual involuntaria y prolongada vuelve a las personas muy malhumoradas, irritables y difíciles de tratar.
Especialmente a las mujeres, dice este especialista, pero no porque a nosotras nos haga más falta el coito, sino porque los hombres suelen acudir a la autosatisfacción más a menudo y manejan mejor esas tensiones, lo cual prueba el peso de los estereotipos culturales en la calidad de vida de los seres humanos.
La relación entre erotismo y humor es orgánica, aunque esta no sea la única que influya. Cuando disfrutamos regularmente de la actividad sexual aumenta nuestro flujo de endorfinas. Saber que alguien nos desea y que en cualquier momento podemos intercambiar caricias mantiene en alerta al organismo para esperar lo mejor. El cerebro se inunda literalmente de oxitocina, dopamina, vasopresina y otros compuestos que favorecen el metabolismo en general, nos predisponen para enfrentar cualquier reto con optimismo y hasta vemos las cosas con más nitidez y colorido.
Estas hormonas recrean un estado de felicidad que puede durar incluso horas o días, y su influencia benefactora llega a la piel, el pelo, los músculos, los sistemas circulatorio y nervioso, y de hecho mejora el rendimiento del cerebro en el plano intelectual y en el emocional.
En cambio, las personas que no saben cuándo volverán a disfrutar del sexo como les gustaría o no tienen a nadie para alimentar su erotismo —y por ende su autoestima—, no pocas veces tratan de compensar esa carencia refugiándose en adicciones dañinas como la comida chatarra, el alcohol, el cigarro e incluso el trabajo a toda hora, lo cual las vuelve presas fáciles del estrés, la angustia y el mal humor.
Pero si malo es no tener con quien, casi peor es tenerlo y no materializar ese deseo o que el balance sea negativo, porque es un sexo de poca calidad: mecánico, sin ilusiones, que no conduce al orgasmo (al menos de vez en cuando) y sobre todo vacío de ternura y compromiso emocional.
A los varones les perjudica esa pobreza erótica en parejas estables, pero muchos logran consuelo a su apremio físico en la masturbación o la infidelidad ocasional, dice Litvinoff. Con las mujeres casi siempre es más complicado, porque para ellas orgasmo no es sinónimo de sexo eficiente: hacen falta más estímulos de tipo emocional, más intimidad, más seguridad en el «nosotros» de la relación.
El sitio digital Taringa precisa que el fastidio asociado al sexo depende de las circunstancias. En la adolescencia el mayor disgusto es no tener dónde practicarlo, y esa incapacidad se traduce en guerra contra quien se interponga en su camino: familia, profesores, colegas del aula…
En la juventud el dilema es encontrar con quién: alguien acorde con los gustos e ideales, que esté disponible y además lo asuma con cierto compromiso y seriedad. Las decepciones frecuentes y el temor a no hallarlo disparan ese mal humor.
Después de los 30 y durante casi toda la adultez el conflicto mayor es el cuándo: hay tantas responsabilidades y proyectos que rara vez marca la agenda ese tiempo para disfrutar relajadamente del placer sexual.
Si además, hay que esperar a la noche porque la convivencia familiar no permite otra cosa, puede perderse espontaneidad, y si la monotonía se suma al cansancio, no llegarán los «fuegos artificiales» que la pareja busca para enfrentar de buen ánimo el siguiente día.
Si se descuida el «cuándo», tarde o temprano se perjudica el «cómo», lo cual daña las pautas para un sexo eficiente en la edad madura, cuando el cuerpo cambia y el erotismo necesita nuevos ingredientes para conservarse fresco. En esas edades, detrás de una conducta amargada puede haber una pareja aburrida y de escasa imaginación.
Pero no siempre la ausencia de una vida sexual saludable puede achacarse al entorno. Las personas depresivas o con trastornos mentales, las tímidas, la gente a quien le cuesta mucho trabajo confiar en los demás o eligen pareja por intereses económicos, suelen crear un ambiente poco favorable para el vínculo interpersonal.
Como es difícil que alguien se les acerque, su neurosis se incrementa, su autovaloración cae en picada y se agrava el círculo vicioso de su soledad emocional.
Es importante entonces que esas personas aprendan a tratarse con cariño, se acepten tal cual son y defiendan su derecho a una vida sexual plena desde una visión realista, en la que privilegien la calidad de los encuentros antes que la frecuencia o la estabilidad material.
Así la gente dejará de evitar el trato con ellas, preguntándose a sus espaldas si esa mañana desayunaron vinagre en lugar de café.