Abelardo Estorino constituye una voz imprescindible para entender, desde el teatro y la cultura, el alma de la nación cubana y de su gente. Sin discusión, conforma junto a su admirado Virgilio Piñera, el dueto mayor de la dramaturgia cubana del siglo XX
Desde inicios de este 2015, hemos celebrado las nueve décadas del natalicio de Abelardo Estorino, dramaturgo por excelencia, cuyo nombre en las carteleras de la Isla es garantía de atracción e interés por parte de vastos y variopintos públicos. Vivió muchísimo y aspiró muy en serio a llegar a su cumpleaños 90 con su carácter algo retraído y siempre jovial, pero falleció en La Habana en noviembre de 2013, aunque prefirió ser enterrado en su natal Unión de Reyes.
Había nacido el 29 de enero de 1925 en ese pequeño pueblo de la occidental Matanzas que mucho aportaría al imaginario que volcó en su obra. Aunque su primera profesión estuvo vinculada a la estomatología y lo apasionó, entre otras cosas, la cocina, su verdadera trascendencia la encontró en el arte de escribir teatro.
Conforma sin discusión, junto a su admirado Virgilio Piñera, el dueto mayor de la dramaturgia cubana del XX. Mereció el Premio Nacional de Literatura en 1992, el primero y único que lo ha recibido siendo solo autor dramático. Y en 2002 el Premio Nacional de Teatro. Por varios años fue también el único que ostentó dos galardones de tal categoría.
Volúmenes editados en Cuba recogen, en lo fundamental, su literatura dramática. En Teatro, Teatro escogido o en Vagos rumores y otras obras se pueden encontrar piezas como La casa vieja, La dolorosa historia del amor secreto de Don José Jacinto Milanés, Morir del cuento, Las penas saben nadar, Vagos rumores y Parece blanca, todas insoslayables en el trazado de un itinerario en el quehacer dramatúrgico insular.
Las Ediciones Alarcos, cuya especialidad son las artes escénicas, se iniciaron con su título El baile. Luego nuestro sello editorial editó dos veces su Teatro completo, en cuya segunda vuelta apareció Medea sueña Corinto, uno de los dos monólogos que escribió para representar con su amiga Adria Santana. Justo el día de sus 90, después de presenciar La casa te espera, un espectáculo de Teatro D’Sur sobre sus textos, con versión y puesta en escena de su entrañable Pedro Vera, presentamos como libro Ecos y murmullos en Comala, su última obra, en la cual dialoga con Rulfo y Pedro Páramo, con Comala y la muerte.
Estorino fue también un prestigioso director escénico, fundamentalmente asido a los colectivos de Teatro Estudio y de la Compañía Hubert de Blanck, el nombre de la sala del Vedado habanero a la cual siempre permaneció vinculado y donde ahora mismo está en cartelera su deliciosa comedia Ni un sí ni un no.
Abelardo Estorino constituye una voz imprescindible para entender, desde el teatro y la cultura, el alma de la nación cubana y de su gente. Me gusta denominarlo como se merece, como siempre lo vi, a la vieja usanza de un traje que le queda como a su amado José Jacinto Milanés, matancero como él: poeta dramático cubano. Lo ubica en la literatura, su verdadero reino y el del teatro en tanto dramaturgia.
La palabra fue su arma. Escribió en español de Cuba, con hondura, calidad y gracia. Con musicalidad. El lenguaje fue para él un horizonte permanente y un habitual territorio de transformación. En la palabra, en los choques de estructuras y filosofía e ideas, en los cambios de arquitecturas estructurales, él logró renovarse siempre a sí mismo.
Su gran telón de fondo para todas esas operaciones fue la nación. A la manera del gran cineasta polaco Andrzej Wajda, se sirvió de la historia, de sus polémicas y oquedades, para devolvernos una imagen rica, compleja, histórica y actual de cubanas y cubanos.
Rememorando un coloquio de hace dos lustros, organizado junto a Ulises Rodríguez Febles y la Casa de la Memoria Escénica de Matanzas, que denominamos Ochenta Estorinos, y para intercambiar sobre esas 90 aristas vivas de Abelardo Estorino, volvimos a la ciudad de los puentes a fines de este enero con lecturas, espectáculos, libros, exposiciones y ponencias. Y, por supuesto, a Unión de Reyes en su onomástico exacto, para dejarle una lápida en el cementerio de su pueblito natal, su Macondo, su Comala, donde quiso descansar para siempre junto a los suyos. Una lápida que reza:
Abelardo Estorino
(Unión de Reyes, 1925-La Habana, 2013)
Poeta dramático cubano
«Yo creo en lo que está vivo y cambia».