El 26 de Julio llega a su aniversario 70. Como fecha, como acontecimiento, como punto de giro y recordación dentro de la historia de Cuba, esta efeméride ha tenido que transitar por muchos avatares.
Quizá en los momentos más álgidos de sus vidas, los protagonistas de la epopeya no pensaron que ella sobreviviera en el tiempo.
Muchos peligros debieron enfrentar esos hombres y mujeres, y muchos peligros ha vivido el proceso revolucionario cubano a partir de 1959.
La muerte de Fidel durante la lucha contra Batista o en los primeros años de la Revolución, cuando la unidad de las fuerzas de izquierda no era tan firme, hubiera sido motivo para que el 26 de Julio sufriera la amenaza de los soslayamientos.
Una invasión a Cuba por parte de Estados Unidos, la cual hubiera implicado la restauración de la neocolonia, de seguro que hubiera lanzado la gesta moncadista al sepulcro de los olvidos.
Pero no ha sido así y aquí se encuentra esa efeméride, cargada de simbolismo, reinventándose en el tiempo sobre la base de la ética, la justicia social y la rebeldía ante los imposibles.
El 26 de Julio surgió en un momento crítico de la nación cubana. «Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta!», dijo Fidel en el juicio a los asaltantes a poco más de un año del golpe de Estado.
¿A qué tipo de deceso se refería el joven abogado en aquel momento? En 1953 la dictadura había organizado un amplio plan de actividades para celebrar el onomástico de José Martí.
Por lo tanto, la muerte a la que se aludía no era material; mucho menos formal u oficial. Fidel, evidentemente, se refería a otro tipo de pérdida: una más silenciosa, más sutil y profunda, y, por lo tanto, más peligrosa: la pérdida espiritual del legado martiano, punta visible de los conflictos económicos y sociales que sufría la República desde su instauración.
Hoy, al cumplirse los 70 años del 26 de julio de 1953, Cuba vive otro momento decisivo de su historia.
Desde el inicio del período especial, a partir del derrumbe del campo socialista, hasta esta fecha han pasado poco más de 30 años. Ha sido un tiempo muy largo, de muchas heroicidades; pero que también ha tenido su costo.
La resistencia ha implicado una aridez en la vida cotidiana de la población. Los sueños de justicia social, vividos por diversas generaciones entre 1959 y 1991, fueron detenidos en muchas zonas de la sociedad y las dificultades económicas han implicado disfuncionalidades espirituales, las cuales también generaron rupturas ideológicas.
Hoy, ante esos quiebres, el país presencia una restauración de la espiritualidad capitalista, apuntalada por los errores en la economía, los cambios postergados en las bases productivas y el hipócrita mandonismo, tan criticado, junto a otros conflictos, en los últimos congresos del Partido.
Esos males constituyen una parte de los mejores aliados de los planes de subversión contra Cuba, cuyos propósitos cimeros se dirigen al cambio de mentalidad y a la destrucción de la cultura política alcanzada por la Revolución.
¿Puede ser revertida esa situación? El sentido de posibilidad, implícito en ese verbo se relaciona con aquel «parecía» expresado por Fidel en el juicio del Moncada y que se sustentaba ante una realidad que, como la de ahora, parecía inamovible por la presión y la magnitud de los hechos.
Solo que ahí está el Moncada, como una especie de réplica telúrica de la protesta de Baraguá, para demostrar que los imposibles pueden ser superados cuando la inteligencia, la valentía y la voluntad moral son capaces de unir a un pueblo para materializar el ideal del bien.
Eso fue el 26 de Julio en su momento y lo sigue siendo hoy, más que nunca y con una necesidad tremenda: una rebelión contra los imposibles de la burocracia, de los acomodamientos, de las chapucerías, del dejar hacer, de las impunidades y los desalientos que pudieran dar al traste con la Revolución. Ahí, en esos caminos actuales de rebeldía, está presente la epopeya del Moncada.