Afirmar que José Martí se aficionó al béisbol (él lo llamó siempre «pelota») desde que en 1880, con solo 27 años de edad, levantó campamento definitivo en Nueva York, sería faltarle a la verdad. Sin embargo, este deporte —que a la sazón causaba furor en aquella populosa urbe— no fue indiferente a su pluma. Por eso en algunos de sus textos no faltan referencias a varias de sus singularidades.
Su primera alusión data del 8 de junio de 1883. Fue breve y no revela todavía sus puntos de vista respecto a la disciplina. En carta al director del diario La Nación, definió a junio cómo «mes de ceremonias de colegios; de carreras de caballos; de regatas de botes y buquecillos de paseo; de lances de pelotas y boliches».
Un año después aparece en el citado diario una suerte de crítica al sistema educacional norteamericano por priorizar los juegos en menoscabo del conocimiento. Escribió en esa ocasión: «Los niños que en Nueva York gustan más de pelotas (…) que de libros, porque en las escuelas las maestras que no ven en la enseñanza su carrera definitiva, no les enseñan de modo que el estudio los ocupe y enamore».
El 8 de agosto de 1887 le escribió al director del diario El Liberal, y, entre otros comentarios, tilda a la pelota de «juego desgraciado y monótono que perturba el juicio», un punto de vista quizás condenatorio no propiamente del deporte, sino de los desenfrenos generados en su práctica al más alto nivel en materia de apuestas y trifulcas, así como por la excesiva demora de casi todos los partidos.
El incentivo que significaba para muchos la paga fue advertido por Martí: «Hay peloteros que han dejado la universidad para pelotear como oficio, porque como abogados o médicos los pesos serían pocos (…), mientras que por su firmeza para recibir la bola de lejos, o la habilidad para echarla de un macanazo (…) no solo gana fama en la nación, enamorada de los héroes de la pelota, y aplausos de las mujeres (…), sino sueldos enormes, tanto que muchos peloteadores de estos reciben por sus dos meses de trabajo, más paga que un director de banco o un regente de universidad».
En agosto de 1889 retomó el tema en carta al director del diario uruguayo La Opinión Pública: «Se ha dado el deshonor de que un mozo de prendas abandonase, ya al acabar, la abogacía, porque como abogado, habiendo tantos, espera poca paga y mucha fatiga (…)».
No obstante, con el tiempo reconoció algunos encantos de este deporte, en especial en la rivalidad técnica entre dos clubes tradicionales. Dijo entonces con su exquisito vuelo estilístico: «¿Qué peloteros ganaron, los de Nueva York, que tienen el bateador que echa la pelota más lejos, o los del Chicago cuyo campeador es el primero del país, encuclillado fuera del cuadro, mirando al cielo, para echarse con ímpetu de bailarín a coger en la punta de los dedos la pelota que viene como un rayo por el aire?».
En su vasta producción figuran también —aunque dispersas— otras apostillas de reminiscencias peloteriles. El 19 de septiembre de 1885 le comenta al director de La Nación sobre los placeres que tiene septiembre para Norteamérica: «Ya porque los “nueve” de Chicago vencen en el juego de pelota a los “nueve” neoyorkinos, uno de los cuales gana diez mil pesos, porque no va una vez la pelota por el aire que él no la pare». Y el 7 de marzo de 1889 comenta «la noticia de los peloteros que andan jugando la pelota yanqui, con su cuadro de bases y sus 18 jugadores».
Lector contumaz de periódicos, José Martí glosó la connotación que daba la prensa de la época a los juegos de pelota y a su liga profesional. Así, una vez escribió: «Para dar cuenta de quién recorrió el cuadro más veces o tomó más la pelota en el aire, publican los periódicos de nota el oscurecer, una edición extraordinaria».
¿Tuvo José Martí simpatías por algún equipo o jugador de pelota durante su estancia neoyorquina? Es posible que sí, aunque eso no figura explícitamente en su obra. Lo que sí parece claro es que, como escribió un autor anónimo en la revista Opus Habana, «no fue ajeno a un deporte que, pese a los problemas que ya padecía por su excesiva mercantilización en tierras norteñas, contaba con enorme aceptación y gran número de seguidores, hasta el punto de convertirse en parte de la cultura de raíz popular en ambas orillas del estrecho de La Florida».