La picaresca cubana tiene su variante de choteo para lo que ingenieros llamarían la «caja de cambios». Nuestra gracia peculiar resumió en una de sus piezas, la palanca, el complejo dispositivo que define la velocidad de los automóviles, rebautizándolo con el sencillo y muy directo nombre de su función básica: el cambio.
Así podemos escuchar, muchas veces, esta jarana: ¡qué bien usted maneja el «cambio»! Lo cual es un piropo erotizante para la forma, o la gracia, con la que se manipula el aparato. No es lo mismo mover el «cambio» que servirle de palanca.
De esa manera se diferencia la posibilidad de decidir cómo funciona el «cambio» —con mayor o menor habilidad—, del cómo se logra, o sea, del «instrumento» de este.
La simpática lógica popular como vehículo para tratar de despejar «movidas» más complejas de la Cuba actual, en la que al CAMBIO —así en mayúsculas— pretenden montarlo sobre carruajes y velocidades ajenas.
Y en un dispositivo como el anterior, que ya no es mecánico, o automático —para no olvidar la automovilística moderna— sino político, lo principal estaría en determinar —usando otro recurso popular—, cuál es la «mecánica» detrás de todas las fanfarrias y las apariencias con las que quieren que nos compremos, como pueblo, el boleto para un viaje precipitado y sin regreso.
Pese a que intentan taparlo con todo tipo de vallas impostoras, ese interés resalta de las señales que insisten en ignorar los kilómetros recorridos por la
Revolución Cubana, que se mueve, ahora mismo, por uno de los carriles transformadores planetarios más interesantes y radicales, aunque la meta del bienestar aún está muy lejos.
Mientras más se impulsa nuestro socialismo en dicha dirección, mayor es el empeño en mostrarlo detenido, cuando menos atascado, o resbalando sobre todo tipo de fanguizales, muchos de los cuales están formados por tormentas artificiales, incluso artificiosas.
Aspiran a perturbar el apasionante recorrido de un mito hasta desbarrancarlo en una ironía: que termine aplastada por un estallido popular la Revolución que ofreció a los cubanos posibilidades inéditas de manifestarse públicamente, uno de sus signos más universales.
Ese es el frotado final del trayecto, para el que preparan, instigan o compran todo tipo de «conductores», como demuestra la batalla política y comunicacional en marcha, que inició su escalada el 27 de noviembre de 2020 y va camino a otro choque simbólico hacia el próximo 15 de noviembre. De lo que se trata es de apagar la enorme batería de alegorías con la que avanzó la preciosa mística liberadora y transformadora de la Revolución Cubana para traspasarla a sus enemigos.
Están apurados porque ven apagarse las estridencias del 11 de julio, que no tuvieron recato en tergiversar y manipular a su antojo, y porque les asusta la fuerza propulsora del pequeño y acosado país cuyo sistema político y social reverdeció con la Covid-19. A la tríada exitosa de candidatos vacunales que protegen hasta a los más pequeños, se une la voluntad de acelerar las rectificaciones sistémicas, todo bajo el acelerador de los tres últimos congresos del Partido Comunista y la nueva Constitución.
Calculan con cinismo que con la apertura cubana de fronteras se les cierra la ruta que no habían tenido desde el colapso del llamado socialismo real para volcar definitivamente a Cuba y sus patriotas.
¿Qué otro rumbo tendría la caravana bloqueadora Biden-Trump, pese a las supuestas diferencias de enfoques partidarios y las promesas de campañas del segundo, o la apresurada ahora para ponerle frenos a la fecha en que comenzaremos a remontar estos casi dos años de triste combinación entre pandemia mundial y obsesiva y enfermiza presión imperial?
Al coro de carretera que entona por estos días la misma traviata —por aquello de La descarriada, de Verdi—, incluyendo al pávido de Biden y buena parte de su equipo, se unió el viernes su asesor principal para Latinoamérica, quien —pasándose por el de la no injerencia— le dijo a la agencia Efe que «el futuro de Cuba no se va a determinar desde Washington, (pero) nosotros estamos totalmente comprometidos en apoyar, respaldar y fortalecer la voz del pueblo cubano que quiere un cambio».
Con este tipo de corito obstaculizando el trayecto alguien dudaría sobre ¿quién mueve la palanca y a quiénes corresponde el penoso papel de la caja del cambio con relación a la contrarrevolución en Cuba?