Dentro de las evidencias puestas con mayor fuerza por la COVID-19 en Cuba, se encuentra la necesidad de revolucionar esa dimensión de la vida nacional, para nada desdeñable, que es la esfera de los servicios a la población.
Es muy probable que las disfuncionalidades en esa área se hayan convertido en una de las aliadas más fuertes de la pandemia frente a las medidas adoptadas para el control del virus. Junto con las colas, las molestias e irritación de todo tipo han sido parte de las expresiones más visibles de esa problemática. Para contrarrestarlas y atenuar los peligros de contagio a lo largo del país se han adoptado las alternativas más disímiles.
Algunas de estas han transitado desde el socorrido y polémico servicio de mensajería hasta otros métodos, aparentemente más sofisticados, como los códigos QR o los turnos digitales, otorgados por llamadas o vía correo electrónico.
Sin embargo, al juzgar las experiencias directas y el comentario de innumerables personas en las redes sociales, buena parte de esas medidas no han navegado bien o se sustituyeron por otras que, a ojo clínico, parece que nacieron con un pronóstico reservado.
A las incertidumbres de suministros, ya en la parte comercial, se debe añadir las limitaciones de espacios físicos o de puntos necesarios para interactuar con el público, que vuelven inoperables el flujo de personas, con el consiguiente colapso de la actividad comercial o la gestión de trámites.
Si a lo anterior se le agrega la inadecuada comunicación, entonces los condimentos de ese guiso perverso entran en su mayor punto de ebullición.
Lo cierto es que, a pesar de una situación compleja, en el país comienzan a sonar las primeras campanadas de la realidad pos-COVID-19 ante el avance de la vacunación. Cómo será esa nueva época, al menos en sus primeras etapas, es una pregunta que hoy muchos se hacen. Pero si en algo se debería de actuar con energía es en la modificación de los diseños y conceptos en la esfera de los servicios.
Los actuales, con sus contradicciones inherentes, fueron pensados para un mundo que la pandemia sepultó. Por eso cabría preguntarse, por ejemplo: ¿Persistirán los viejos conceptos y antiguas maneras de hacer en un mundo donde el distanciamiento físico se mantendrá, al menos por un tiempo, como la palabra de orden? ¿Cómo mantener una seguridad sanitaria compatible con el adecuado funcionamiento de la economía y el bienestar cotidiano de la ciudadanía? ¿Seguirán siendo las colas el cuadro típico y amargo de los establecimientos comerciales cubanos? ¿Qué se debe modificar para cambiar esa realidad?
Algo que es necesario transformar de inmediato es dejar la improvisación y apelar más a la innovación tecnológica. Si las iniciativas mencionadas fracasaron o no han tenido un final deseado se debe, entre otras causas, al hecho de no integrar con la agilidad necesaria la capacidad científica y creadora existente en cada provincia, optando por generalizar resultados exitosos en otros lares.
Meses atrás, ante las nuevas directivas de cambiar los permisos de circulación, un especialista del sector de la informática y las comunicaciones se quejaba de las aglomeraciones que provocaría el trámite. Pero su lamento mayor no se dirigía solo hacia el número de personas que pasarían un día torturante con los riesgos de contagio por el medio, sino a la facilidad con la que podrían evitarse esas dificultades: «Con una aplicación sencilla para una computadora o un celular —dijo—, o con un correo electrónico y con una organización eficiente, sin muchos recursos, se podría resolver el problema y nadie tendría que pasar por ese machuque».
Llevar a la normalidad los servicios cubanos, sobre todo en el mundo posterior a la pandemia, implicará —como una especie de torniquete— unir voluntades, sacudir viejas ideas y apoyar las nuevas, fomentar distintas maneras de hacer y, sobre todo, convocar y darles voz, con su debida autoridad, a nuestros científicos y especialistas, que no se encuentran en Marte, sino al lado de nosotros, como vecinos en la cola más impensable de este verano de pandemia. Ahí está una de las llaves, para bien, de la nueva normalidad.