Le dicen «COVID largo» o «COVID de larga duración», y al escuchar estas denominaciones hay quien piensa que los expertos se refieren a la permanencia en el tiempo de esta enfermedad que nos ha puesto el mundo al revés a todos desde diciembre de 2019.
Sin embargo, no es precisamente esa la intención. Ambos términos hacen alusión al después. Sí, a lo que le sucede posteriormente a cada una de las personas que padecieron la COVID-19 y que no todas quedan sin secuelas. Las investigaciones arrojan que cerca del diez por ciento de los enfermos presenta síntomas un mes después de haberse contagiado y hasta un cinco por ciento permanece afectado hasta siete meses posteriores.
Quizá después del próximo 9 de febrero, cuando se realice el primer seminario mundial sobre el «COVID largo», en el que se defina mejor la condición, se le dé un nombre formal y se establezcan métodos de estudio, se le asumirá con mayor seriedad. Pero no deberíamos esperar… Los expertos insisten en prestarle especial atención a la manera de vivir que se debe asumir cuando determinadas dolencias persisten.
Quien enferma con la COVID-19 continúa sufriendo cansancio, algunos trastornos cardíacos y neurológicos, niebla cerebral y en algunos casos dificultad para respirar, y estas son solamente las secuelas más frecuentes en estos pacientes, porque de manera aislada otras se han reportado.
Janet Díaz, responsable del equipo clínico del Programa de Emergencias Sanitarias de la Organización Mundial de la Salud, emitió la alerta a nivel internacional hace pocas horas y prefiere pensar que al mismo tiempo que, de manera obsesionada, las personas esperan las vacunas, ellas puedan comprender que lo mejor es no enfermarse, porque salir ileso no siempre es como se piensa.
Nuevas variantes del coronavirus continúan apareciendo, lo que incide, justamente, en la variedad e intensidad de secuelas posteriores. La especialista enfatiza en que la comunidad científica debe permanecer unida para que los logros investigativos tributen al bienestar de todos.
Es preocupante entonces no solo enfermar, sino lo que puede suceder en nuestro organismo después. Las altas epidemiológicas emitidas por el personal de salud cuando se está libre de la enfermedad ya no traen la paz plena, porque al paso del tiempo podremos notar los rezagos de la pandemia en nosotros.
Entonces no es necesario un sermón ni una alarmante cifra de más de mil casos positivos al SARS-CoV-2 para pensar que nadie quiere enfermar de COVID-19, ni «largo» ni «corto». Basta pensar unos minutos y colocarse el nasobuco como va.