Ernest Hemingway confesó en una entrevista que siempre paraba sus teclazos cuando sabía bien lo que iba a pasar después, para que no se le secaran las ideas.
El colega que me facilitó el documento calificaba aquel método como un gran consejo que le ayudó en su oficio por decenas de años, pero yo humildemente reconocí que si no aprovecho las ideas en el momento en que surgen, lo más probable es que las pierda para siempre. Algo parecido a lo que afirma una canción de Bola de Nieve: Siempre es mejor el verso aquel que no logramos recordar…
La nueva teconología ayuda mucho en ese asunto, porque puedes grabar tus ideas y rescatarlas después… ¿Pero cómo me las arreglo cuando ando en bici por La Habana? Ya me caí una vez por intentar doblar en Puentes Grandes conduciendo con la derecha mientras anotaba un título ocurrente con la zurda, nada menos que apoyando la agenda en el timón (perdonen mi imprudencia, choferes de JR: juro que nunca antes ni después seguí más ese tonto impulso).
Aquella jornada aciaga llegué a casa tres horas tarde y con un yeso puesto en mi diestra, por lo que la perezosa derecha tuvo que asumir las faenas cotidianas por varias semanas, menos el bailoteo sobre un teclado, que como un buen tango pasional, necesita de dos para lucir fluido.
El caso es que me tocó quedarme quieta en asuntos profesionales, contra mi natural costumbre, y mi mente, «la loca de la casa», casi explota de ganas de crear justamente cuando no había yemas disponibles para ejecutar sus órdenes.
Pero ya saben: a mal tiempo… Decidí no mortificarme por un presente inevitable y busqué qué otras cosas podría mejorar en mi entorno con una sola mano, la menos diestra, como hacía de niña para emular con mis hermanos varones.
¡Les sorprenderían las maravillas que se pueden hacer en una pausa forzada del habitual jaleo urbano! Para empezar, por primera vez en años asumí la limpieza de las ventanas de la casa, que son un montón (y de esas coloniales, de persianitas en cada hoja).
Cuando se me acabaron, me dediqué a sembrar maticas en latas, pomos, pláticos y tanques viejos, y hoy tengo sobre el techo un jardín de plantas aromáticas, medicinales, ornamentales y otras muy tercas, que los pajaritos traen por su cuenta y crecen sin preguntar si toca o no.
En 25 días me leí 15 libros de papel que tenía pendientes y depuré miles de archivos en la PC que ni recordaba haber guardado alguna vez. Mis piernas agradecieron las cuclillas en casa, mi bici, el reposo con mantenimiento a fondo, y mi familia, el rato que dediqué a hacer dulces para no aburrirme de amargura… ¿O era al revés?
La única desventaja, si como tal puede verse, es que usé el teléfono más de lo habitual para jaranear con personas a las que amo, pero no suelo tener mucho tiempo para dedicarles mimos… Y lo incluyo en el acápite de perjuicios porque luego de recuperarme volví a las señales telepáticas de afecto y energía, y entonces me reprocharon tanta dejadez.
De esa historia ya pasaron siete u ocho años (¡ni siquiera logro recordarlo con exactitud!), y aunque he estado varada otras veces por fenómenos meteorológicos o por cirugías de apuro, nunca más me sentí acorralada, frustada, inútil…
Por eso mi familia dice que me volví una «contenta», capaz de adaptarme a los imprevistos y estar a gusto con mis ciurcunstacnias, especialmente si no puedo hacer nada de momento para transformarlas.
Les confieso un secreto: justo al principio de aquella depuración forzada de la PC encontré algo que cambió el curso de los acontecimientos. Era un simple meme, de esos que brotan en las redes como mis inquilinas del techo. ¿Su mensaje? Los seres humanos tenemos dos vidas, y la segunda empieza cuando descubrimos que solo tenemos una para cuidar y disfrutar intensamente.
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