La noticia del comienzo en el país de la aplicación de los test o pruebas rápidas para detectar, en cuestión de apenas 15 minutos, la presencia de la COVID-19, genera mayor seguridad en la población. Pero los resultados obtenidos, la confianza en la capacidad previsora de nuestras autoridades y el alto nivel científico de los especialistas del sistema nacional de Salud Pública no solo deben aportarnos confianza, sino también movernos a cooperar con los esfuerzos que se despliegan —minuto a minuto— para evitar la propagación de la enfermedad.
En su perfil de Facebook, un internauta provocaba a la reflexión: «¿Qué podemos hacer concretamente, más allá de aplaudir todos los días a las nueve de la noche?». La interrogante acerca de ese acto simbólico que desborda la emoción nacional y estimula la esperanza colectiva, dejaba al descubierto una realidad que no debemos ignorar: además de aplaudir a los médicos que hoy están en la primera línea de combate contra el SARS-CoV-2, debemos hacer cuanto sea humanamente posible para que también ellos vuelvan a vivir sus rutinas cotidianas, como lo anhelamos quienes, desde casa, intentamos evitar el contagio. Suficientemente duro ha sido ver las imágenes de los galenos extranjeros que han muerto durante esta guerra invisible que ha cobrado la vida de miles de personas en todo el mundo. Nadie quiere eso para los nuestros (ni para aquellos).
Se nos ha pedido que nos quedemos en casa si no es imprescindible la salida, pero esta medida no basta. Hay otras muchas cosas que podemos hacer. Entre ellas, ayudar a cortar las cadenas de contagio, no solo siendo sinceros cuando nos preguntan, durante las pesquisas, si presentamos algún síntoma de infección respiratoria; sino también informando si hemos estado en contacto con algún caso sospechoso o que ya ha sido confirmado.
Tampoco hay que esperar a que el personal sanitario llegue hasta nuestra puerta: si sabemos que corrimos el riesgo de habernos infectado (por la cercanía con alguien positivo al nuevo coronavirus), la autorresponsabilidad debe movilizarnos a acudir de inmediato a la instalación de salud más cercana y también a avisarle, por amor y respeto al prójimo, a todo el que nos tuvo cerca.
No encuentro ni una sola razón lógica para que una familia esconda en su seno a alguien que pudiese considerarse sospechoso, como si el delito no estuviera, precisamente, en ese acto deliberado de ocultar síntomas (o reciente contacto con alguien confirmado) y no en el de haberse enfermado. No hay protección alguna en ello; todo lo contrario: quien actúe de tal forma no solo va contra la ley, sino contra su propia salud y la de quienes le rodean.
Nadie niega que el aislamiento y la lejanía del hogar sean incómodos (por mucha comodidad que a uno le pongan); ni que, por una simple sospecha —que a veces no resulta ni tan simple ni tan sospecha— haya que dejar la vida familiar en pausa, hasta que una prueba de laboratorio decida los días futuros. Pero en vez de esconderse o enfadarse, alégrese, deje que lo cuiden y concéntrese en cuidarse. Por cierto, ¿ha pensado que, cuanto más rápido detengamos la expansión de la enfermedad, más pronto volveremos a recuperar los abrazos y los besos?
Actuar con responsabilidad es la actitud más inteligente que debemos adoptar, por la salud propia y la ajena; es una deuda de gratitud que hemos contraído con el personal de la Salud (asistencial o de apoyo) que se expone para hacerle frente a la Covid-19; pero también con todos los que no pueden quedarse en casa porque las industrias, las panaderías, las oficinas, la agricultura, la prensa, las comunicaciones, el transporte, el comercio, la seguridad ciudadana… necesitan que salgan a cumplir con su deber.
Por ellos, por nosotros, y para que llegue mucho más pronto ese mañana en el cual podamos salir a disfrutar del sol sin ansiedad ni preocupación, cada cual debe asumir como prioritaria esta pelea contra la COVID-19. En buena medida, de nosotros depende, porque el mañana comienza hoy.