El anuncio de la expresidenta Cristina Fernández de que se postulará como vicepresidenta para las elecciones de octubre en Argentina podría considerarse el arranque de unos comicios que —claro, como en todas partes— definirán el futuro inmediato de la nación.
Sin embargo, el contexto en el que se desarrollarán estos les confiere ribetes especiales. Las presidenciales argentinas tendrán lugar en un país que padece los males de un mandato —el de Mauricio Macri— incapaz de conseguir las bondades que este prometió al país con su «cambio».
Cuatro años después de su triunfo electoral sobre Daniel Scioli —entonces aspirante por el peronismo—, Argentina es otra vez una nación en crisis económica y social que se acerca bastante al país que era en diciembre de 2001, cuando la gente en las calles, con la determinante participación de la empobrecida clase media, gritó «que se vayan todos», depuso a Fernando de la Rúa, y abrió paso a la transición que terminó con los comicios en que triunfó Néstor Kirchner, dos años después.
Sin embargo, tan definitorio como el desempeño de un Macri cuya gestión ha sido reiteradamente repudiada en las calles, puede resultar ahora la ausencia de un candidato alternativo que capitalice todo el descontento existente hacia él, pues se espera que Macri aspire a relegirse.
La labor de zapa contra Cristina, contra sus dos mandatos y el de su fallecido esposo Néstor, mediante la aplicación contra ella de lo que se conoce como lawfare (la judicialización de la política), han logrado salpicar de lodo su imagen. Se le acusa de corrupción, como se ha hecho contra Lula.
La expresidenta está hace tiempo al borde de una condena judicial en virtud de las varias causas abiertas en su contra, y si se ha salvado de la prisión preventiva hasta hoy ha sido por su fuero como senadora… Pero otro elemento a tomar en cuenta es que no se sabe si esa inmunidad parlamentaria se le retirará más cerca de las elecciones, con el fin de invalidarla.
Si bien esa estrategia de desgaste ha dañado el legado de la gestión kirchnerista, no es cierto que haya conseguido sepultar la ejecutoria de Cristina y de su marido, y ni siquiera a ella misma como política entre amplios sectores.
La presentación de su libro Sinceramente, unos días antes de dar a conocer su intención de ir en la fórmula de Unión Ciudadana a los comicios, estuvo colmada de seguidores. Aquel fue un acto que por su multitudinaria asistencia constituyó el preámbulo perfecto del anuncio electoral, y el real despegue, aunque extraoficial, de su campaña por la vicepresidencia.
También, a todas luces, ha sido pensado la escogencia de Aníbal Fernández, exjefe de gabinete de todo el período presidencial de Néstor y durante los primeros seis meses del ejecutivo de ella misma, como candidato a la Casa Rosada.
Desde luego que él no es una figura con la ascendencia de Cristina; pero se dice que en algún momento ha sido su crítico, y eso invita a pensar que este Fernández podría halar a quienes objetan a la exmandataria pero todavía estarían dispuestos a darle un voto de confianza.
Por demás, Cristina ofrece con su respaldo a Aníbal Fernández, una muestra de deseo de amplia unidad que no consiguió con el lanzamiento de Unidad Ciudadana.
«Los dirigentes debemos dejar de lado las ambiciones y vanidades personales, y yo estoy dispuesta a aportar desde el lugar que pueda ser más útil», afirmó. Algunos han calificado su decisión como «un gesto de absoluta generosidad».
De hecho, se reunió con el Partido Justicialista —base del peronismo— este propio mes, algo que según observadores, ella no hacía desde el año 2003. Y este ha dado digno seguimiento a su postura. En una reunión el jueves pasado, esa agrupación política llamó, junto a Unión Ciudadana y otras de oposición, a la formación de un gran frente. Estamos dispuestos a dialogar con todos, dijeron. Queremos ganar en octubre.
Quedaría por ver todavía la actitud de los partidos de la militante izquierda argentina, pequeños pero sólidos en su trayectoria y sus principios, y de los movimientos sociales y populares, así como la capacidad de ambos para, eventualmente, hallar aspirante con arraigo y credibilidad; o decidir por lo que para ellos sería «el mal menor»: nuclearse de modo táctico junto a la papeleta Fernández-Fernández en el fin estratégico de detener a Macri y a la derecha. Ello no se alcanzará sin la unidad antineoliberal.
Lograrlo no solo resultaría un bien para la ciudadanía argentina. También dejaría un fuerte sabor a victoria para la izquierda y el progresismo regional, que tuvieron, precisamente en Argentina, la primera derrota electoral importante de este siglo: de ahí en adelante, la derecha neoliberal se abrió paso nuevamente en América Latina.