Yo sé de un enamoramiento, quizá a primera vista, pero desgraciadamente con efectos nefastos.
Nadie imagine que es cosa de adolescentes inundados por hormonas revueltas. El asunto tiene historia. Tal es así que desde el siglo XVIII, Benjamin Franklin, el hombre del pararrayos y padre fundador de los Estados Unidos, convenció a unos cuantos acólitos de la necesidad de establecerse en el Valle del Misisipi para así adentrarse en la conquista de Cuba.
Al parecer la Mayor de las Antillas cautivó a los norteamericanos, y en su afán colonizador no podía faltar este archipiélago. Sabían que España caducaría como metrópoli tal como sucedió con Inglaterra, y ellos con la «bondad» que les caracteriza serían los sustitutos ideales. Enarbolaron una avalancha de doctrinas, planes macabros y concepciones absurdas con ese fin.
El periódico The Manufacturer, de Filadelfia, publicaba el 16 de marzo de 1889, hace ya 130 años, un artículo titulado ¿Queremos a Cuba?, preñado de estupideces, xenofobia y racismo. El autor quería generar el debate en el público estadounidense ante la posibilidad de que la administración de Benjamin Harrison le comprara Cuba a España.
Quienes en ese momento dudaron de las pretensiones anexionistas del Gobierno yanqui, despejaron su incertidumbre al atestiguar la guerra que, luego de la entrada de esa nación, se convirtió en la primera con carácter imperialista en este hemisferio, y luego en 1898 cuando le arrebataron el triunfo a los mambises, y se adueñaron así de la fruta madura que tanto ansiaban.
Pero fue el periódico neoyorquino The Evenig Post, quien le «puso la tapa al pomo» el 21 de marzo de 1889, porque a las mentiras ceñidas en la publicación de cinco días antes agregaron un tono proteccionista y dieron una visión de Cuba como factoría yanqui, al poderles suministrar la cotizada azúcar.
En The Manufacturer primero se valora las bondades de la adquisición de esta isla, teniendo en cuenta su situación geográfica estratégica, mas luego, con el desprecio que caracteriza a los encumbrados en el poder norteño, el artículo lanza una serie de acusaciones inciertas sobre los nacidos en la Mayor de las Antillas.
Los embustes que, sin dudas, denigran al cubano, proclaman la incapacidad de sostenernos como nación independiente al tener por hijos a debiluchos, afeminados e indolentes que no habían podido arrancar el yugo español. Definen a nuestro país como de hombres «perezosos, de moral deficiente, e incapaces por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía (…)».
Tales afrentas no podían quedar sin respuesta, la cual protagonizó el Héroe Nacional. El artículo Vindicación de Cuba, publicado en las páginas del propio The Evening Post el 25 de marzo, defiende nuestra moral.
Las lecciones que el Apóstol brinda no pierden vigencia a más de un siglo de su salida a la luz.
José Martí desmiente lo dicho en contra de los cubanos, y denuncia que ningún hombre honrado se humillaría al aceptar la anexión. «(…) los que han peleado en la guerra, y han aprendido en los destierros; los que han levantado, con el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en el corazón de un pueblo hostil; los que por su mérito reconocido como (…) hombres de inteligencia viva y actividad poco común, se ven honrados dondequiera (…); ésos, más numerosos que los otros, no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos. No la necesitan».
Rechaza, además, la idea de que nuestro pueblo no ha luchado a favor de su autodeterminación. Relata las valerosas luchas protagonizadas por los cubanos, que se desprendieron de sus pertenencias, quemaron ciudades y crearon pueblos y fábricas en la manigua. Martí les aclara que no pueden calificar de farsa a una gesta en la que también se derramó sangre norteamericana y fue calificada como epopeya por otros pueblos.
Pero asombra ver en el texto original de ¿Queremos a Cuba? cómo, a pesar de «los inconvenientes», no desisten en su empeño de apoderarse de esta porción de tierra insular y encuentran una solución a sus problemas.
«La única esperanza que pudiéramos tener de habilitar a Cuba para la dignidad de Estado, sería americanizarla por completo, cubriéndola con gente de nuestra propia raza; y aún queda por lo menos abierta la cuestión de si esta misma raza no degeneraría bajo un sol tropical y bajo las condiciones necesarias de la vida de Cuba (…)».
Estas palabras parecen salidas de la boca de Donald Trump o de cualquiera de sus predecesores contemporáneos. En esencia, siguen buscando deslegitimar nuestra historia e idiosincrasia y vendernos su pensamiento avasallador como cultura para nuevamente apoderarse de Cuba.
Mucha razón tiene el refrán, «es el mismo perro con diferente collar». Hoy esa «americanización» la promueven a través de las redes sociales, las modas, los cantantes preferidos por los jóvenes, la promoción del consumismo desenfrenado.
Pero si en contexto se encuentra el plan norteño, las palabras de Martí constituyen igual que hace 130 años la mejor respuesta: «Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad».