Para participar de las fechorías de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a Jair Bolsonaro no le hizo falta entrenar en la Granja, instalación destinada a formar a esa cuadrilla. Entró por la puerta amplia y dicen que le han entregado una identificación de agente honorable.
No podía esperarse menos de quien desde antes de colocarse la banda presidencial ya vociferaba su admiración (amor) por Estados Unidos.
Bolsonaro, conocido bien aquí por sus disparatadas intervenciones sobre los médicos cubanos, estaba ansioso por conocer la Casa Blanca y decirle al oído al Presidente norteamericano que en él tiene su fan número uno. La prensa ya lo reconoce como el Donald Trump brasileño.
Él viene a ser una calcomanía «trumpiana», pues no solo coinciden en su ultraderechismo, ambos son racistas, xenófobos, misóginos y tienen la misma predilección por el armamentismo. Pero, ¿qué supone la incorporación del mandatario a la inmensa lista de espías e injerencistas a merced de Washington?
Al parecer, de cierto modo este acercamiento entre ambos personajes cuestiona las leyes físicas y da a entender que polos iguales hasta cierto punto se atraen, porque no es menos cierto que la actitud servil del brasileño no es del todo correspondida por su par anglosajón.
Empero, para el yanqui constituye una fortaleza para su política exterior, basada en la mentira y el chantaje, tener un escucha en foros tan significativos como el Brics (conjunto de países formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, considerados economías emergentes), del cual el gigante sudamericano es miembro. Trump, de seguro, querrá minar la organización de economías emergentes, que le hace frente a su proteccionismo y a su «America first», con la no utilización del dólar en sus transacciones con otros países como es el caso de Rusia.
Asimismo, se suma a la pléyade de perritos falderos que alienta EE. UU. en Latinoamérica, los cuales tienen la mira en Venezuela como expresión de complicidad con el gigante de las siete leguas, lo cual, ciertamente, resquebraja la integración de la región promovida por los gobiernos de izquierda y progresistas.
La sumisión está consumada. La reciente liberación de la base de cohetes de Alcántara para ser utilizada por el Pentágono y otros países, pese a la negativa del Ejército de Brasil, lo confirma.
En la recién concluida visita de Estado a Estados Unidos se reunió con lo más recalcitrante de ese país, y pidió asesoría a Steve Bannon, exasesor de la campaña Trump, cuando conoce que su popularidad ha decrecido desde el pasado enero.
Pese a eso, el Gobierno federal acomete políticas en detrimento de las mayorías necesitadas, pretende privatizar las empresas decisivas del país y reduce las ayudas económicas para las familias brasileñas.
Para nada Jair le hace honor a su segundo nombre, Messías, pues en vez de salvador, se ha convertido en quien pudiera colocar a la nación en jaque mate. Las disparidades raciales y sociales a lo interno pueden generar un conflicto, máxime si se tiene en cuenta que Brasil se sitúa entre los diez países más desiguales del mundo y que sus servicios educativos y de salud van en decadencia.
Una imagen dice más que mil palabras, tan descriptiva es la publicada por varios medios de comunicación en la que se encuentran Trump y Bolsonaro sonriendo en el interior del despacho oval. El neoliberalismo los cría y el diablo los junta.
Tan complejos como andan los tiempos y al ser el Presidente brasileño tan halagador, no dude usted de que quizá su próxima medida sea construir un muro en sus fronteras como muestra de respaldo a su ídolo norteamericano.