«Estamos embarazados», le dijo ella, y el susto se instaló en la cara de él. Primero mostró incredulidad, pero no fue posible prolongarla porque sabía que con él había tenido ella la primera relación sexual. Tampoco podía tildarla de mentirosa porque ahí, delante de sus ojos, estaba el resultado positivo de la prueba. Decidió permanecer callado unos minutos y ella, desesperada, le apretó la mano.
«Yo también estoy asustada, yo tampoco quería que sucediera ahora, pero la verdad es que los dos estábamos en el mismo lugar y creo que lo mejor es que los dos sigamos juntos en esto». Él levantó la vista del suelo y la abrazó.
Eso fue lo que nos contó Elaine, de 16 años, a todos los que estábamos reunidos en ese encuentro organizado para reflexionar sobre el embarazo en la adolescencia y sus consecuencias. Lo que despertó mi atención es que casi todos los que estaban allí creyeron que se trataba de una historia inventada. «Eso parece un cuento de hadas, ¿quién se lo va a creer?».
Lo mejor de todo fue que en la otra sesión, el novio de Elaine asistió y confirmó que, en efecto, su primera reacción no fue quizá la mejor, pero al final comprendió que era cosa de los dos. Y aquellos que, con edades similares, no habían creído antes en la posibilidad de que él se mantuviera junto a Elaine, comprendieron que al final había hecho lo correcto.
Sucede que cuando hablamos de embarazo en la adolescencia, la mayoría de los debates y reflexiones giran en torno a la muchacha y su familia. Es ella, y quienes la apoyen en su entorno más cercano, los que deciden qué hacer, al saber que un bebé está en camino, y su pareja se desentiende o la abandona.
El rol del padre es esencial en esa toma de decisiones, insisten los especialistas, pero a veces es la reproducción de esquemas erróneos a nivel social lo que incide en que ellos no estén, sin olvidar que los preceptos machistas que imperan en algunos núcleos familiares también lo alejan.
¿Por qué, en ocasiones, la muchacha asume que le toca a ella sola asumir las consecuencias de aquel momento ardiente en el que estuvo ausente la sensatez, y con ella, el condón? ¿Por qué la familia del muchacho muchas veces se mantiene ajena al suceso y espera que sea del otro lado donde se busque la solución?
Durante las sesiones del Taller Nacional de Coordinación Intersectorial, que tuvo lugar en La Habana hace pocos días, reflexionaron sicólogos, siquiatras infanto-juveniles, promotores de salud, juristas, médicos y directivos del Ministerio de Salud en torno al hecho fatal de que el adolescente no siempre se hace cargo de su responsabilidad ante un embarazo.
Si la decisión es la interrupción voluntaria de la gestación, él también debe estar ahí, en ese momento en el que la incertidumbre agobia. Los especialistas aseguran incluso que si la elección es el aborto medicamentoso, la compañía del padre no solo es necesaria desde el punto de vista emocional, sino que es más efectiva después la prevención de un embarazo mediante la asunción de un método de protección de larga duración, porque ellos comparten la experiencia y prefieren evitarla.
Lo que se necesita para que las estadísticas no sean preocupantes es que la labor educativa y de promoción de salud no cese y, más bien, se incremente. No solo es necesario que sean cada vez menos las adolescentes que acudan a las consultas para interrumpir su embarazo, y también aquellas que, en edades tempranas y sin estar preparadas, asuman la maternidad. También es necesario que, en caso de que la familia crezca, todos ejerzan su rol de manera responsable.